enero 30, 2011

EL CÍCLOPE / EURÍPIDES

EL CÍCLOPE
Eurípides


PERSONAJES



SILENO, dios y padre de los sátiros



CORO DE SÁTIROS

ULISES

EL CÍCLOPE



***


*



La escena representa las rocas de la ladera del Etna ya junto al mar.

Se ve la cueva donde el Cíclope vive y guarda sus rebaños



SILENO



Oh Bromio, por ti paso infinitos trabajos

ahora y también cuando en la juventud mi cuerpo era fuerte.

Primero cuando enloquecido por Hera

dejaste a tus nodrizas las ninfas de la montaña,

después cuando en la batalla contra los hijos de la Tierra,

con la lanza a tu diestra, mi escudo junto al tuyo,

atravesé el escudo de mimbre por el medio y maté

a Encélado. Pero ¿fue esto un sueño?

No, pardiez, que le he mostrado a Baco los despojos.

Ahora aguanto un trabajo mayor que aquéllos,

porque Hera ha suscitado contra ti la raza

de piratas etruscos para que fueses vendido muy lejos,

y yo, que lo he sabido, navego con mis hijos

a ti a buscar. Y en la misma popa

yo timoneaba agarrado al redondo madero,

y mis hijos sentados al remo el mar verdiazul

hacían blanquear en remolinos, y te buscaban, ¡oh rey!

Y cuando ya habíamos navegado hasta Malea,

el viento del Este sopló sobre el mástil,

y nos echó contra esta roca del Etna,

donde habitan los hijos del dios marino que no tienen más que un ojo,

los Cíclopes matadores de hombres, que habitan cuevas desiertas.

Presos de uno de éstos, somos sus esclavos

domésticos. Al que servimos le llaman

Polifemo. En lugar de danzas báquicas

apacentamos los rebaños de un impío Cíclope.

Mis hijos en las faldas de las colinas

apacientan recentales, ellos que son jóvenes;

yo de llenar los abrevaderos y barrer la casa

tengo orden, y al impío Cíclope

le sirvo en sus criminales comidas.

Pero ahora por necesidad tengo que obedecer

y barrer la casa con este rastrillo de hierro

para que a mi señor el Cíclope, que está fuera

y a sus rebaños los reciba yo con la cueva limpia.

Ya veo a mis hijos empujando hacia acá

sus rebaños. ¿Qué pasa? Pero ¿hacéis el mismo ruido

de danzas ahora que cuando a Baco

en sus fiestas en las casas de Altea

le hacíais procesión moviéndolos al son de las canciones de las liras?



CORO

¿Adonde de nobles padres

y de nobles madres,

adonde te me irás, a qué rocas?

¿No será aquí, donde el suave viento

y la yerba verde,

y el agua arremolinada de los ríos

descansa en los bebederos junto a las

cuevas, donde por ti balan las crías?

¡Aho! ¿Pacerás esto no, no esto,

la ladera mojada de rocío?

¡Eh! Te voy a tirar una piedra;

vete, vete, cornudo,

al establo de las ovejas,

del Cíclope campestre.

Las ubres henchidas suelta,

da acceso a las crías, a las hembras

que dejas en las alcobas de los carneros.

Te echan de menos los suaves

balidos de las crías pequeñas.

¿Entrarás a la cueva

de las rocas del Etna, después de dejar

los florecientes pastos de yerba?

Esto no son, Bromio, ni danzas

ni bacantes con tirsos,

ni gritos con panderos,

ni de vino ardientes gotas

en las fuentes que dan agua,

ni remolinos de las ninfas.

Báquica canción

canto a Afrodita,

y por seguirla danzaba

con las bacantes de blancos pies.

Querido, querido Baco, ¿dónde solitario

sacudes tu rubia cabellera?

Yo tu servidor

sirvo al Cíclope

de un solo ojo, siervo errante

con este inútil capote de piel de macho cabrio,

separado de tu amistad.



SILENO

Callad, hijos míos, y en las cuevas rocosas

mandad a los servidores que reúnan los rebaños.



CORIFEO

Andad, ¿pero qué prisa, padre, tienes?



SILENO

Veo junto a la orilla el casco de una nave griega

y a los dueños del remo con un jefe

caminando hacia esta cueva, y junto al cuello

llevan cacharros vacíos, les falta comida,

y cántaros para agua. ¡Desgraciados forasteros!

¿Quiénes serán? No saben el señor

Polifemo cómo es, cuando en esta cueva cruel

se meten y a la mandíbula del Cíclope

devoradora de hombres tienen la mala suerte de llegar,

pero estaos callados para que sepamos

de dónde llegan a la roca del Etna siciliano.



ULISES

Extranjero, ¿podríais decirnos dónde en la corriente de un río

hallaríamos remedio a nuestra sed? ¿Quiere alguien

vender comida a unos marinos necesitados?

¿Qué es esto? Parece que nos hemos metido en la ciudad de Bromio,

pues veo este grupo de sátiros junto a la cueva.

Salve, digo primero al más respetable.



SILENO

Salve, forastero: dinos quién eres y tu patria.





ULISES

Ulises de Itaca, rey del país de los cefalonios.



SILENO

Ya sé de este hombre, fuerte charlatán, raza de Sísifo.



ULISES

Ése soy yo, pero no insultes.



SILENO

¿Y de dónde has venido navegando a Sicilia?



ULISES

Desde Ilios y los trabajos troyanos.



SILENO

¿Cómo? ¿Has perdido la derrota de tu tierra patria?



ULISES

Las tormentas de vientos me han traído aquí a la fuerza.



SILENO

¡Hola! Aguantas el mismo destino que yo.



ULISES

¿Qué también tú has sido traído aquí a la fuerza?



SILENO

Persiguiendo a los piratas que habían raptado a Bromio.



ULISES

¿Qué país es éste y quiénes lo habitan?



SILENO

En la orilla del Etna, el más alto monte de Sicilia.



ULISES

¿Dónde están las murallas y las torres de la ciudad?



SILENO

No las hay: las montañas están desiertas de hombres, forastero.



ULISES

¿Y quiénes ocupan la tierra? ¿Alguna especie de alimañas?



SILENO

Cíclopes que habitan cuevas y no casas.



ULISES

¿Y a quién obedecen? ¿Acaso hay democracia?



SILENO

Son nómadas, y nadie obedece á nadie.



ULISES

¿Siembran la espiga de Ceres o de qué viven?



SILENO

De leche y de quesos y de comer ovejas.

ULISES

¿Y tienen la bebida de Bromio, el jugo de viña?



SILENO

Nada de eso, pues habitan tierra triste.



ULISES

¿Sois hospitalarios y píos con los forasteros?



SILENO

Dicen que los forasteros traen carne sabrosísima.



ULISES

¿Qué dices? ¿Les gusta la carne humana?



SILENO

Nadie vino aquí que no le hayan degollado.



ULISES

¿Y el Cíclope dónde está? ¿Dentro de su casa?



SILENO

Se ha ido hacia el Etna, cazando fieras con sus perros.



ULISES

¿Sabes lo que hay que hacer para que nos vayamos de esta tierra?



SILENO

No sé, Ulises; por ti haríamos todo.



ULISES

Véndenos pan, que andamos escasos.



SILENO

No hay, como he dicho, sino carne.



ULISES

Buena es y contiene el hambre.



SILENO

También hay queso con jugo de higos y leche de vaca.



ULISES

Sacadlo, porque las compras se deben hacer con luz.



SILENO

Y di, ¿cuánto oro nos pagarás?



ULISES

No traigo oro, sino la bebida de Dioniso.



SILENO

¡Dices cosas amabilísimas, que nos faltan hace mucho!



ULISES

Pues Marón me ha dado esta bebida, hijo del dios.



SILENO

¿El que yo crié antaño en estos brazos?

ULISES

El hijo de Baco, para que te enteres bien.



SILENO

¿Está en las tablas del barco o lo traes tú?



ULISES

¿Este pellejo que lo guarda, lo ves, viejo?



SILENO

Con eso no tengo yo ni para llenar el gaznate.



ULISES

Dos veces el líquido que salga, este pellejo guarda.



SILENO

Buena fuente has dicho, y agradable para mí.



ULISES

¿Quieres que te dé a probar primero vino puro?



SILENO

Justa cosa, pues la prueba hace la venta.



ULISES

Traigo un vaso con el pellejo.



SILENO

Trae y escáncialo con gluglú, para que recuerde yo esto de beber.



ULISES

Toma.



SILENO

¡Huy! ¡Qué buen olor tiene!



ULISES

¿Lo has visto?



SILENO

No, que lo estoy oliendo.



ULISES

Prueba ahora, para que no lo ensalces sólo de palabra.



SILENO

¡Ay! A bailar me exhorta Baco.

¡Ah, ah, ah!



ULISES

¿Qué, ha hecho bien gluglú en tu garganta?



SILENO

Me ha llegado hasta el extremo de las uñas.



ULISES

Además de esto te daremos moneda.





SILENO

Suelta sólo el pellejo, déjate de dinero.



ULISES

Sacad ahora quesos o crías de ovejas.



SILENO

Lo haré así, dándoseme poco de mi señor.

Por beber una sola copa me volvería loco

y daría en cambio los rebaños de todos los Cíclopes,

y me tiraría al mar desde una roca resbaladiza,

una vez borracho, desarrugado el entrecejo.

¡Cómo el que bebe y no goza está loco,

cuando se puede levantar esto

y agarrar un pecho y el dispuesto

prado tocar con las dos manos, y danzar

olvidando desgracias! ¿No compraré, pues,

esta bebida, mandando a llorar

la insensatez del Cíclope y su ojo único?



CORIFEO

Oye, Ulises, te queremos decir algo.



ULISES

Venís como amigos a un amigo.



CORIFEO

¿Tomasteis Troya y la sumisa Helena?



ULISES

Y hemos destruido toda la casa de los priámidas.



CORIFEO

Pues cuando habéis conquistado a la muchacha,

¿no la habéis disfrutado todos

puesto que le gusta casarse con muchos?

La traidora, que los pantalones de colores

vio en las piernas y el collar

de oro que llevaba al cuello,

salió de mí y al mamarracho de Menelao,

que era mejor, dejó. ¡Nunca la raza

de las mujeres debió nacer... sino para mí solo!



SILENO

Aquí tenéis vosotros estos corderos,

rey Ulises, crías de bajadores carneros,

y no escasos quesos de leche cuajada.

Lleváoslo y marchaos cuanto antes de estas cuevas,

en cuanto me deis la bebida del racimo de Baco.

¡Ay de mí! Aquí viene el Cíclope. ¿Qué haremos?



ULISES

Estamos perdidos, viejo: ¿por dónde hay que huir?



SILENO

Dentro de esa roca, donde os podéis esconder.





ULISES

Cosa horrible has dicho, meternos en las redes.



SILENO

No es horrible, hay muchas salidas de la roca.



ULISES

No, no. Mucho que gemiría Troya

si yo huyese de este hombre solo, cuando gente infinita

de frigios aguanté muchas veces con mi escudo.

Mas si hay que morir, muramos noblemente,

y si vivo salvaré mi fama de antes.



CÍCLOPE

Vamos, ¡paso! ¿Qué es esto? ¿Qué libertad es ésta?

¿Qué bailáis? Esto no es Dioniso

ni panderetas de bronce ni golpes de tambor.

¿Cómo están en la cueva mis crías recién nacidas?

¿Están en la teta debajo del costado

de sus madres?, ¿en los cestillos de junco

está la cantidad de quesos ordeñados?

¿Qué decís? ¿Qué habláis? ¡Me parece que alguno de vosotros con el palo

va a soltar lágrimas! Mirad arriba y no hacia abajo.



CORIFEO

Ea, ya estamos mirando al mismo Zeus,

y estoy viendo las estrellas y Orion.



CÍCLOPE

¿Y la comida está bien preparada?



CORIFEO

Ahí está. No falta más que preparar la garganta.



CÍCLOPE

¿Y también están las colodras llenas de leche?



CORIFEO

Tanto que puedes beberte, si quieres, una tinaja entera.



CÍCLOPE

¿De oveja, de vaca o mezclada?



CORIFEO

La que quieras tú, con tal que no te me tragues a mí.



CÍCLOPE

De ninguna manera: en mi barriga

saltando, me matarías con esas danzas.

¡Hola! ¿Qué gente veo en el corral?,

¿qué piratas o ladrones han llegado a esta tierra?

Veo aquí estos corderos de mis cuevas

atados con juncos retorcidos

y revueltos los quesos, y al viejo

con la cara y la calva hinchada de golpes.



SILENO

¡Ay de mí! Ardo de fiebre de los palos.

CÍCLOPE

¿De quién? ¿Quién te ha dado puñetazos en la cabeza, viejo?



SILENO

Éstos, Cíclope, porque no permitía se llevaran lo tuyo.



CÍCLOPE

¿No sabían que yo era un dios descendiente de dioses?



SILENO

Ya les decía yo esto. Pero ellos se llevaban los rebaños

y se comían el queso, que no les permitía yo,

y se llevaban los corderos. A ti, que te atarían

con una cincha de tres codos por medio del ombligo

decían, y que te sacarían a la fuerza las tripas

y que te pelarían bien la espalda con un azote

y después que te atarían y en los bancos

de la nave te echarían y te venderían a alguien

para que arrancases piedra o te pusieran a una rueda de molino.



CÍCLOPE

¿De veras? ¿No vas corriendo a afilar

cuchillos y espadas, y a encender

un gran haz de leña? Para degollarlos en seguida

y que llenen mi vientre; de la brasa

comeré comida caliente, distinta de lo que se suele,

y de calderas, cocidas y blanda.

¡Qué harto estoy de comida de monte!

Basta de comer leones

y ciervos; se me ha olvidado el gusto de la carne humana.



SILENO

Señor, la novedad es más agradable

que la costumbre. Últimamente, en verdad, no

han llegado forasteros a tu cueva.



CORIFEO

Cíclope, escucha también a los forasteros.

Nosotros en necesidad, por comprar comida

nos hemos acercado a tu cueva desde nuestra nave.

Y éste los corderos por un pellejo de vino nos

vendió y cedió, recibiendo bebida,

por su voluntad y la nuestra, y ninguna fuerza ha habido en ello.

Éste nada de lo que dice es verdad,

pues hasle sorprendido vendiendo a escondidas lo tuyo.



SILENO

¿Yo? Así te mueras.



ULISES

Si miento.



SILENO

Por Poseidón el que te ha engendrado, Cíclope,

por el gran Tritón y Nereo,

por Calipso y las hijas de Nereo,

por las sagradas olas y toda la raza de los peces,

te juro, hermosísimo ciclopito,

señorín mío, que yo no vendía tus

cosas a los extranjeros. O que estos miserables

hijos míos perezcan miserablemente, los que yo más quiero.



CORIFEO

Detente. Yo mismo a los extranjeros las cosas

vendiendo te he visto. Y si digo mentira

que se muera mi padre; no ofendas a los extranjeros.



CÍCLOPE

Mentís: yo de éste más que de Radamanto

me fío, y digo que más justo es.

Quiero preguntar: ¿de dónde venís, extranjeros?,

¿de dónde sois, qué ciudad os ha creado?



ULISES

Somos de raza de Itaca, de Ilios venimos

después de destruir la ciudad, y los vientos marinos

nos han empujado y traído a tu tierra, Cíclope.



CÍCLOPE

¿Los que perseguisteis el rapto de la pésima

Helena, hasta la ciudad de Ilios vecina del Escamandro?



ULISES

Ésos, después de soportar un terrible trabajo.



CÍCLOPE

Mala campaña, los que por una sola

mujer habéis navegado hasta la tierra de los frigios.



ULISES

Cosa de un dios. No acuso a mortal ninguno.

Nosotros, ¡oh noble hijo del dios marino!,

te suplicamos y te decimos abiertamente

que no sufras a los huéspedes que han llegado a tu cueva

matar y servir de impío alimento a tus quijadas,

nosotros que, ¡oh rey!, a tu padre sedes de templos

hemos respetado en los repliegues de la tierra de Grecia.

El sagrado puerto de Ténaro sigue intacto

y los extremos refugios de Malea y la de Sunion

de la divina Atenea argentífera roca segura está;

y los refugios de Geresto; de Grecia

los insultos duros no volcamos en frigios

con los que tú estuvieses, pues senos de Grecia

habitas al pie del Etna, la ígnea roca.

Ley es para los mortales, si razones rechazas,

recibir a los suplicantes castigados por el mar

y darles los dones de hospitalidad y suministrarles vestidos,

y no atravesar sus miembros en barras de asar terneros

y llenarte con ellos vientre y boca.

Bastantes viudas en Grecia ha hecho la tierra de Príamo,

que se ha bebido la muerte llegada en una lanzada a muchos cadáveres

y ha llevado la desgracia a tantas mujeres enviudadas, a tantas ancianas [ya sin hijos

y a tantos canosos padres. Si a los sobrevivientes

tú asas y devoras en cruel banquete,

¿adonde se habrá de ir? Hazme caso, Cíclope;

deja lo cruel de tu mandíbula, y lo piadoso

toma en vez de lo impío, pues a muchos

el provecho malo castigo se les volvió.



SILENO

Quiero darte un consejo: de las carnes

de éste nada dejes. Si te comes su lengua,

diserto te harás y oradorcísimo, Cíclope.



CÍCLOPE

Hombrecillo, para los sabios el provecho es dios.

Lo demás, vanidades y adornos de palabras.

Los promontorios del mar fundados por mi padre

deseo lo pasen bien. ¿Por qué los voy a tomar en cuenta?

Yo, extranjero, no temo el rayo de Zeus,

ni sé por qué Zeus es un dios mejor que yo.

Lo demás no me importa, y escucha por qué no me importa:

cuando cae la lluvia de lo alto

en esta roca tengo refugios cubiertos,

y un ternero cocido o cualquier animal

como, remojo bien la panza hasta el fondo

bebiéndome un ánfora de leche, y mi trompa

hago resonar tronando, en competencia con los truenos de Zeus.

Y cuando el viento de las montañas de Tracia vierte nieve,

envuelvo mi cuerpo en pieles de animales,

enciendo fuego, y de la nieve nada se me da.

La tierra, por fuerza, si quiere como si no quiere,

da a luz la yerba que engorda a mis ovejas.

Y yo no las sacrifico sino para mí, que no a ningún dios,

y para este vientre, que es el mayor de los dioses.

Comer y beber todos los días,

ése es el dios supremo de los hombres sabios,

y no darse pena ninguna. Los que las leyes

han hecho que compliquen la vida humana,

que lloren. Yo no dejaré

de hacer bien a mi alma y devorarte a ti.

Dones de hospitalidad tendrás, para que yo esté sin remordimiento:

este fuego de mi padre y la caldera que hervida

contendrá bien tu carne.

Mas pasad adentro, junto al dios del corral,

para que estéis alrededor del altar y me sirváis para pasarlo bien.



ULISES

¡Ay, ay! De los trabajos de Troya me libré

y de los del mar, pero ahora de un hombre impío

he encontrado la mente y el equivocado corazón.

¡Oh Palas! ¡Diosa, señora, hija de Zeus!

Ahora, ahora, acórreme, que a mayores fatigas

que las de Dios he llegado, y al borde del peligro.

Y tú, que habitas la sede de los astros lucientes,

Zeus, protector del forastero, mira esto ; si esto no lo ves,

un Zeus divino rige que no es nada.



CORIFEO

De tu ancha garganta, ¡oh Cíclope!,

abre la puerta de tu labio: listos para ti,

cocidos y asados, golosinas de la brasa

para roer, puedes trinchar los miembros de los extranjeros,

en una peluda piel de cabra recostado.

No, no me delates:

trae sólo tú para mí solo la barca de navegar.

Y adiós este corral,

y adiós de víctimas

sin altar los sacrificios

del Cíclope del Etna, que las carnes

de sus huéspedes disfruta devorando.

Cruel es, ¡ay de mí!, el que

los huéspedes de su casa,

suplicantes de su hogar, sacrifica,

trincha y roe,

y cocidos desmenuza con criminales dientes

carnes de hombres calientes a la brasa.



ULISES

Zeus, ¿qué diré cuando he visto en la cueva cosas horrendas

e increíbles, que a cuentos se parecen, no a obras de hombre?



CORIFEO

¿Qué sucede, Ulises? ¿Se está merendando a tus

queridos compañeros el muy impío Cíclope?



ULISES

Dos; los examinó y se los llevó en sus manos, los que estaban en mejores [carnes.



CORIFEO

¿Cómo, desgraciado, os ha sucedido esto?



ULISES

Después que entramos en la roca,

lo primero encendió fuego, de alta encina

tronchos echando en el amplio hogar,

como para cargar tres carros.

Después, de hojas de abeto en la tierra

extendió una cama cerca de la llama del fuego.

Llenó una colodra como de diez ánforas,

después de ordeñar a las vacas, de blanca leche.

Al lado puso una capa de yedra de ancho de tres

codos y cuatro de hondo, según parecía.

Puso a cocer al fuego una caldera de bronce

y a enrojecerse al fuego los extremos de los asadores

de ramas de espino aguzados con una hoz

y cuchillos del Etna con filo de hacha.

Cuando todo estaba dispuesto para el odioso

cocinero del infierno, agarró dos hombres,

y degolló a uno de mis compañeros en orden

y echóle al hueco de la caldera de bronce forjado,

mas al otro, le cogió del pie

y le dio un golpe contra un agudo filo de la roca,

y los sesos se derramaron, y arrancó

con un cuchillo afilado las carnes y las asó al fuego,

y los miembros los echó a cocer a la caldera.

Y yo, infeliz de mí, de mis ojos derramando lágrimas,

acerquéme al Cíclope y le servía.

Los demás, como pájaros, en los repliegues de la roca

estaban asustados, y no tenían gota de sangre en el cuerpo.

Y después que saciado de carne de mis compañeros

se dejó caer, y soltó un profundo regüeldo,

se me ocurrió una cosa divina: llené la copa de vino

de Marón y se la alargué a él a beber

diciendo: —«Hijo del dios marino, Cíclope,

mira esta de las viñas divina bebida,

orgullo de Dioniso, que Grecia te envía»—.

Y él, que estaba lleno de su comida desvergonzada,

la tomó, levantó la gran copa

y extendió el brazo y brindó: —«El más querido de los huéspedes,

la buena bebida para la buena comida dame»-.

Cuando yo vi que le había gustado, le di otra copa, sabiendo que

el vino le heriría y pronto nos pagaría el castigo.

Y se puso a cantar, y yo le serví

una tras otra, y le calenté con la bebida las entrañas.

Cantaba entre mis llorosos compañeros de navegación

sin ningún arte, y la cueva retumbaba. Salí yo

en silencio, y quiero que nos salvemos yo y tú, si quieres,

mas decidme si necesitáis o no necesitáis

huir de este hombre imposible y habitar

los palacios de Baco con las ninfas náyades.

A tu padre, que está allá dentro, le parece así.

Pero está débil y disfrutando de la bebida,

pegado a la copa como si fuera liga, pájaro

moviendo las alas. Tú, puesto que eres joven,

escápate conmigo, y a tu antiguo amigo

Dioniso recupera, que en nada se parece al Cíclope.



CORIFEO

Querido amigo, ¡ojalá viéramos el día

en que huyéramos el impío rostro del Cíclope!

Mucho tiempo hace ya que estamos

viudos, y no podemos huir.



ULISES

Escucha, pues, ahora el castigo que tengo

para este dañino animal y la escapatoria de tu esclavitud.



CORIFEO

Dinos, que no podríamos ruido de asiática

cítara más agradable oir sino que el Cíclope se había muerto.



ULISES

De fiesta quiere ir con sus hermanos

los Cíclopes, alegre con esta bebida de Baco.



CORIFEO

Comprendo: ¿cogerle a solas en la espesura

y degollarle piensas, o tirarle rocas abajo?



ULISES

Nada de esto, mi plan es de astucia.



CORIFEO

¿Cómo entonces? Ya hace mucho que hemos oído que eres listo.



ULISES

Le quitaré de ir a la fiesta, diciendo

que no debe darle esta bebida a los Cíclopes,

y que debe pasarlo bien a solas.

Y cuando se duerma vencido por Baco,

un tronco de olivo hay en la casa

cuya punta aguzaré con esta espada,

y lo meteré en el fuego: y en cuanto quemado

lo vea, lo levantaré ardiendo y en medio

del ojo del Cíclope lo meteré y se lo derretiré.

Como un hombre que construye un barco

y hace girar el trépano con dos riendas,

así daré vueltas al tizón en el ardiente

ojo del Cíclope y quemaré su iris.



CORIFEO

¡Ay, ay!

¡Qué alegría! ¡Estamos locos con esta invención!



ULISES

Y después contigo y los compañeros y el viejo

me meteré en el hueco casco de la nave

y os llevaré con los remos dobles lejos de esta tierra.



CORIFEO

¿Hay modo de que yo, como en la fiesta de un dios,

agarre del madero que le ciegue

los ojos? Quiero tomar parte en esta empresa.



ULISES

Es preciso. Grande es el madero que hay que levantar.



CORIFEO

La carga de cien carros levantaría

si del Cíclope, que mala muerte tenga,

al ojo damos humazo como a un avispero.



ULISES

Callad ahora, ya sabéis el engaño:

y cuando mande, la voz de mando

habéis de obedecer. Yo, dejando a mis amigos

los que están dentro, no voy a salvarme solo.

Ya podría yo huir, pues estoy fuera de la cueva,

mas no es justo que deje a mis amigos,

con los que aquí llegué, para salvarme solo.



CORO

Vamos, ¿quién el primero, quién el siguiente

puesto tendrá para sujetar el mango del tizón

que metido dentro de los párpados del Cíclope

su luciente ojo achicharrará?

Silencio, callad. Que borracho

un ingrato ruido canta,

mal cantor y lamentándose

sale fuera de su casa rocosa.

Ea, pues, eduquemos para las fiestas

a este ignorante.

Está ya a punto de quedarse ciego.

Feliz el que canta

en las caras fuentes de racimos

bien dispuesto para la fiesta,

abrazado a un amigo

y teniendo en los vellocinos

la flor de una hermosa amiga,

brillante racimo

perfumado, y grita: “¿Quién me abrirá la puerta?”



CÍCLOPE

¡Oh, oh, oh! Lleno estoy de vino,

y con la comida florezco de juventud,

como un barco mercante lleno

hasta el puente de la barriga.

Y alegre comida me lleva

a la fiesta en la primavera

donde mis hermanos los Cíclopes.

Venga, forastero, venga, dame el pellejo.



CORO

Buena mirada la de su ojo,

y hermoso sale de la casa.

Algún dios que bien nos quiere.

Una lámpara ardiente te

espera como una tierna novia

dentro de la húmeda cueva.

De coronas varios colores

alrededor de tu cabeza mezcláronse acaso.



ULISES

Cíclope, oye, que yo de este

Baco soy el experto, del que te di a beber.



CÍCLOPE

¿Y Baco qué clase de dios es?



ULISES

El mayor para alegrar la vida de los hombres.



CÍCLOPE

Yo le estoy eructando con buen sabor.



ULISES

Tal es el dios: a ningún mortal hace daño.



CÍCLOPE

¿Y un dios cómo es que se contenta con un pellejo para casa?



ULISES

Donde uno le vierta, allí acomódase él en seguida.



CÍCLOPE

Los dioses no debían guardar su cuerpo en un pellejo.



ULISES

¿Por qué no, si te agrada? ¿Te ha sabido mal el pellejo?



CÍCLOPE

Asco tengo del pellejo, me gusta esta bebida.



ULISES

Pues quédate aquí, bebe y disfruta, Cíclope.



CÍCLOPE

¿No puedo dar a mis hermanos de esta bebida?



ULISES

Si la guardas para ti, parecerás más honrado.



CÍCLOPE

Y si se la doy a los míos más amable.



ULISES

Las fiestas terminan en puñadas y en disputas e insultos.



CÍCLOPE

Bebamos, nadie puede ni tocarme.



ULISES

Amigo, el que está bebido tiene que quedarse en casa.



CÍCLOPE

Tonto es el que cuando bebe no gusta de la fiesta.



ULISES

El que se queda en casa cuando está borracho, prudente es.



CÍCLOPE

¿Qué haré, Sileno? ¿Te parece a ti que me quede?



SILENO

Parece que sí. ¿Para qué necesitas de otros convivas, Cíclope?



CÍCLOPE

Lanosa está aquí la tierra con yerba florida.



SILENO

Y al calor del sol bueno es beber.

Recuéstate ahora y pon tu costado en el suelo.



CÍCLOPE

¿Por qué pones el cántaro detrás de mí?



SILENO

Para que no lo vuelque alguien que pase.



CÍCLOPE

Beber, pues,

a hurtadillas es lo que quieres: déjalo aquí en medio.

Tú, extranjero, dime el nombre con que hay que llamarte



ULISES

Nadie: ¿por qué favor tengo que alabarte?



CÍCLOPE

De todos tus compañeros el último te devoraré.



SILENO

Buen favor haces al extranjero, Cíclope.

CÍCLOPE

Tú, ¿qué haces? ¿Te bebes el vino a escondidas?



SILENO

No, ha sido que el cántaro me ha dado un beso porque estoy guapo.



CÍCLOPE

Vas a llorar por besar al vino que no te quiere besar.



SILENO

Por Zeus, que dice que me quiere porque soy guapo.



CÍCLOPE

¡Echa! Lléname la copa. Dámelo ya.



SILENO

¿Cómo está de temperado? Ea, ¿me dejas que lo vea?



CÍCLOPE

¡Me matas! Dámelo así.



SILENO

No, por Zeus, mientras no te vea

coger una corona, y probaré un poco



CÍCLOPE

Malo es el copero.



SILENO

No, por Zeus, sino bueno el vino.

Suénate las narices para que tomes de beber.



CÍCLOPE

Mira, limpios están mis labios y los pelos míos.



SILENO

Pon ahora el codo con gracia y después bebe,

según me ves bebiendo... y no me ves.



CÍCLOPE

¡Ah, ah! ¿Qué haces?



SILENO

Bien me ha sabido esta copa grande.



CÍCLOPE

Toma, extranjero, sé tú mi copero.



ULISES

La viña tiene conocimiento con mi mano.



CÍCLOPE

Vamos, echa ahora.



ULISES

Echo, pero cállate.



CÍCLOPE

Cosa difícil mandas para quien ha bebido mucho.

ULISES

Toma, bebe y no dejes nada.

Con el vino tiene que acabar el que da esos tragos.



CÍCLOPE

¡Ah! ¡Ingeniosa es la cepa!



ÜLISES

Y si bebes a tragos mucho para mucha comida,

humedeciendo tu vientre sin sed, para el sueño es.

Y si interrumpes, Baco te deja flaco.



CÍCLOPE

¡Ay, ay!

Empiezo a cabecear: sin mezcla fue el gusto.

El cielo me parece que mezclado

con la tierra da vueltas, y el trono de Zeus

veo y toda la santa religión de los dioses.

No besaría... mas las gracias me tientan.

Bastante descansaría teniendo a ese Ganimedes,

¡por las gracias! Me gustan

más los mancebos que las muchachas.



SILENO

¿Yo soy el Ganimedes de Zeus, Cíclope?



CÍCLOPE

Sí por Zeus, que le rapto yo de la tierra de Dárdano.



SILENO

Estoy perdido, muchachos, voy a sufrir horribles males.



CÍCLOPE

¿Pones peros a tu amante y te ríes de él porque está bebido?



SILENO

¡Ay de mí, que pronto voy a yer un vino amarguísimo!



ULISES

¡Vamos, hijos de Dioniso, nobles muchachos!

Dentro está el hombre. Entregado al sueño,

pronto de su criminal gaznate echará la carne,

que ya el madero en el corral está echando humo.

Se prepara nada menos que a quemar el ojo del Cíclope,

pero has de ser hombre.



CORIFEO

Voluntad de roca y de diamante tendremos.

Mas corre a la casa, antes que mi padre sufra

cosas horribles, que ya nos tienes aquí dispuestos.



ULISES

¡Hefesto, rey del Etna, de tu mal vecino

quema el ojo brillante y quítatelo de en medio de una vez!

¡Y tú, hijo de la Noche negra, Sueño,

ven sin mezcla sobre este animal odioso,

y que no muera Ulises mismo y los marineros

a manos de un hombre que nada se preocupa de los dioses ni de los [hombres!

Si no, habrá que pensar que la Fortuna es divina,

y que las cosas divinas a la Fortuna son inferiores.



CORO

El cuello agarrará

con fuerza el cangrejo

del que devora a los forasteros, y pronto con el fuego

quemará su luciente iris:

ya el madero carbonizado

se esconde en la ceniza, de encina inmenso retoño:

Mas ea, Marón, hágase:

sea arrancado el ojo del enloquecido

Cíclope, para que beba en mala hora.

Yo a Baco, el que ama las coronas de yedra,

al deseable, quiero ver,

y dejar las soledades del Cíclope.

¿Mas llegaré hasta eso?



ULISES

Callaos, por los dioses, animales; estaos quietos,

y poned paz en el quicio de vuestra boca. Ni respirar os dejaré,

ni que haga un guiño ni que escupa nadie,

para que no se despierte ese monstruo antes que del ojo

del Cíclope la vista se borre con el fuego.



CORIFEO

Callémonos y traguémonos el resuello de nuestras bocas.



ULISES

Ea, pues, a coger con vuestras manos el madero

allá dentro, que ya está bien rojo.



CORIFEO

¿No dirás quienes tienen que coger primero

la estaca ardiendo y quemar el ojo

del Cíclope? Para que gocemos de esta fortuna.



SEMICORO

Nosotros estamos demasiado lejos, junto a la puerta,

para meter el fuego en su ojo.



SEMICORO

Nosotros nos hemos quedado cojos hace un momento.



SEMICORO

Lo mismo nos pasa a nosotros, y las piernas

mientras aquí estamos se nos han distendido no sé por qué.



ULISES

¿De pie se os han distendido?



SEMICORO

Y los ojos

se nos han llenado de polvo o de ceniza de no sé dónde.



ULISES

Hombres cobardes éstos, cobardes aliados.



CORIFEO

¿Porque me compadezco de mi espalda y mi rabadilla

y no quiero echar las muelas

a palos, lo tomas a mal?

Pero yo sé un buen encanto de Orfeo

para que el madero por sí marche

a la cabeza y se encaje en el único ojo del hijo de la Tierra.



ULISES

Ya sabía yo que ése era tu natural,

y ahora lo sé mejor. De mis propios amigos

habré de servirme. Si nada puedes con tu brazo,

animadnos llevando el compás, para que valor

los amigos con tus ritmos tengamos.



CORIFEO

Así lo haré: en cabeza ajena me las den todas.

Que con mis voces achicharren al Cíclope.



CORO

¡Eh, eh!

Empujad valientes, adelante,

quemadle la ceja

al monstruo que devora a los huéspedes.

Quemadle, abrasadle,

al pastor del Etna.

Dale vueltas, tira, mira, no sea que loco de dolor

te haga alguna tontería.



CÍCLOPE

¡Ay de mí, que me han hecho carbón mi ojo relampagueante!



CORIFEO

Hermoso himno. ¡Cántamelo, Cíclope!



CÍCLOPE

¡Ay de mí, que me han engañado, me han matado!

Mas no os encaparéis de esta roca

contentos. Nadie, porque en la puerta

me pongo de esta cueva y os echaré mano.



CORIFEO

¿Qué gritas, Cíclope?



CÍCLOPE

¡Muerto soyl



CORIFEO

Feo estás.



CÍCLOPE

Y además desgraciado.



CORIFEO

¿Es que te has caído borracho en las ascuas?



CÍCLOPE

Nadie me ha matado.

CORIFEO

¿Nadie entonces te ha molestado?



CÍCLOPE

Nadie me ha cegado mi ojo.



CORIFEO

¿Entonces no estás ciego?



CÍCLOPE

Así tú lo estuvieras.



CORIFEO

¿Y cómo es que nadie te ha cegado?



CÍCLOPE

Te burlas. ¿Dónde está Nadie?



CORIFEO

En ninguna parte, Cíclope.



CÍCLOPE

El extranjero, para que te enteres bien, me ha matado;

el maldito, que con darme bebida me ha hundido.



CORIFEO

El vino es terrible, y malo de resistir.



CÍCLOPE

¡Por los dioses!, ¿han huido o están dentro de casa?



CORIFEO

En silencio éstos al abrigo de la roca

agarrados están.



CÍCLOPE

¿De qué lado?



CORIFEO

A tu derecha.



CÍCLOPE

¿Dónde?



CORIFEO

Junto a la misma roca.

¿Los alcanzas?



CÍCLOPE

Desgracia sobre desgracia. La cabeza

del golpe me he roto.



CORIFEO

¿Qué, se te han escapado?



CÍCLOPE

¿No dices que estaban de esta parte?





CORIFEO

No, de ésta digo.



CÍCLOPE

¿Dónde?



CORIFEO

Da la vuelta, hacia allá, a la izquierda.



CÍCLOPE

¡Ay, os reís de mí! Me hacéis burla en la desgracia.



CORIFEO

De ninguna manera, sino que delante de ti está Nadie.



CÍCLOPE

Malvado, ¿dónde estás?



ULISES

Lejos de ti,

que buena guardia pongo a Ulises.



CÍCLOPE

¿Qué dices? ¿Has cambiado de nombre y le dices nuevo?



ULISES

Ulises es el que me puso mi padre.

Me tenías que pagar la pena por tu impío banquete;

pues en vano habríamos quemado Troya

si no te hubiera castigado por el asesinato de mis compañeros.



CÍCLOPE

¡Ay, ay! Se cumple un viejo oráculo,

que decía que a manos tuyas perdería la vista

cuando volvieras de Troya, pero tú también

anunció que pagarías la pena por ello

navegando mucho tiempo en el mar.



ULISES

Que gimieras te deseé y cumplí lo que anunciara,

que yo me voy a la orilla, y la nave

meteré en el mar de Sicilia hacia mi patria.



CÍCLOPE

No, porque arrancaré esta roca

y te la arrojaré para machacarte con tus marineros.

Me voy hacia allá arriba, aunque estoy ciego,

y entraré por mi pie en este pasadizo.



CORIFEO

Y nosotros, que marineros de Ulises

somos, en lo sucesivo volveremos a servir a Baco.


FIN





enero 17, 2011

LA MUERTE / POR ENRIQUE ANDERSON IMBERT

La muerte

Enrique Anderson Imbert*



La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.

-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.

-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.

-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!

-No, no tengo miedo.

-¿Y si levantaras a alguien que te atraca?

-No tengo miedo.

-¿Y si te matan?

-No tengo miedo.

-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.

La automovilista sonrió misteriosamente.

En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.


*Enrique Anderson Imbert, (Córdoba, 1910 - Buenos Aires, 2000) Narrador y crítico literario argentino, autor de un ensayo fundamental, Historia de la literatura hispanoamericana (1954) y de cuentos breves reunidos en diversas antologías.
Anderson Imbert estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires y fue discípulo de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña. Inició tempranamente su labor narrativa con Vigilia (1934), que sería reeditada con su novela Fuga en 1963. Ejerció la docencia en las universidades estadounidenses de Harvard y Michigan, como profesor de literatura hispanoamericana, y destacó por sus ensayos y críticas.
En 1967 ingresó en la Academia Americana de Artes y Ciencias y en 1978 fue nombrado miembro de la Academia Argentina de las Letras, de la que ejerció la vicepresidencia entre 1980 y 1986. En 1994 fue finalista del premio Cervantes.
Sus cuentos se sitúan en una zona entre lo fantástico y el realismo mágico: El gato de Cheshire (1965), La locura juega al ajedrez (1971) y La botella de Klein (1975). Recopiló sus ficciones en El mentir de las estrellas (1979).
Entre su producción ensayística cabe citar Tres novelas de Payró con pícaros en tres miras (1942), La crítica literaria contemporánea (1957), Crítica interna (1960), La originalidad de Rubén Darío (1968), El realismo mágico y otros ensayos (1976) y El arte del cuento (1978).
 

enero 11, 2011

ARGUEDAS EN EL GREMIO DE ESCRITORES

-Año del Centenario del Natalicio de José María Arguedas-


En el marco del Centenario del Natalicio de José María Arguedas el GREMIO DE ESCRITORES DEL PERÚ tiene el agrado de invitarlo a la segunda fecha del enero arguediano.



MIÉRCOLES LITERARIO

12.01.11, 7 p.m.



“Asociación Cultural Brisas del Titicaca”
- Jr. Wakulski 198 (Cdra. 1 Av. Brasil) -

LOS RÍOS PROFUNDOS DE LAS LETRAS DEL PERÚ
Arguedas y la literatura

Exponen:

* José Luis Ayala
Escritor / Gremio de Escritores del Perú – GEP.

* Armando Arteaga
Escritor / Gremio de Escritores del Perú – GEP.

* Manuel Dammert
Sociólogo / Catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

* Diego Motta
Abogado / Movimiento José María Arguedas / Gremio de Escritores del Perú – GEP.

Música:
Julio Humala

Video:
Canto a nuestro padre creador Túpac Amaru de J. M. Arguedas

Poesía:
Juan Palomino
Ernesto Montero

Libros – Solidaridad – Brindis

* ENTRADA LIBRE *

**********************************************

MIÉRCOLES LITERARIO
19.01.11, 7 p.m.

“Asociación Cultural Brisas del Titicaca”
- Jr. Wakulski 198 (Cdra. 1 Av. Brasil) -

TODAS LAS ARTES, TODAS LAS SANGRES

Arguedas y las artes
Exponen:
* Leo Casas
Cantante / Musicólogo.

* Marcial Molina
Escritor / Gremio de Escritores del Perú - GEP (Ayacucho).

* Ever Arrascue
Artista plástico / Catedrático de la Universidad Ricardo Palma.

Música:
Dúo Saeta Cultural

Video:
Carnavales recopilados e interpretados por J. M. Arguedas

Poesía:
Roger García
John Ochoa
Eva Velásquez

Libros – Solidaridad – Brindis

* ENTRADA LIBRE *

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DOMINGO 23.01.11 - 10 AM

PASACALLE

Y ACTO POLÍTICO CULTURAL

(Desde Plaza 2 de Mayo hasta Plaza San Martín)

Organiza:
“Comité de Celebración del Centenario del Natalicio de José María Arguedas”

¡KACHKANIRAQMI!

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MIÉRCOLES LITERARIO
26.01.11, 7 p.m.

“Asociación Cultural Brisas del Titicaca”
- Jr. Wakulski 198 (Cdra. 1 Av. Brasil)-    

ARGUEDAS: UTOPÍA ARCAICA O PROYECTO SOCIALISTA
Arguedas y la política

Exponen:

* Martín Guerra
Sociólogo, Escritor / Gremio de Escritores del Perú – GEP / “Movimiento José María Arguedas”
* Rosina Valcárcel
Antropóloga / Escritora.
* Rodrigo Montoya
Antropólogo / Escritor.
* Pilar Roca
Cineasta / Escritora / Gremio de Escritores del Perú – GEP.
* Percy Ramos
Escritor / Gremio de Escritores del Perú – GEP.

Música:
Margot Palomino
Máximo Damián

Video:
El sueño del Pongo. Cuento de J. M. Arguedas. Producido por la ICAIC de CUBA

Poesía:
Ricardo Elías -Declamación especial de poesía arguediana-
Rodrigo Luyo

Libros – Solidaridad – Sorteo

Brindis de Clausura

* ENTRADA LIBRE *


 

enero 07, 2011

EN "EL ROSADO" DE TRUJILLO / ARMANDO ARTEAGA

Crónica

EN “EL ROSADO” DE TRUJILLO AÚN PRESERVA LA ESFERA INFINITA DE SALOMÓN

(MEDITANDO SOBRE EL CONÓMETRO DE LA PARED)



Por Armando Arteaga



El salmón, ese pez fisóstomo que vive en el mar, pero en otoño, sube a las montañas por los ríos para desovar, nadando contra la corriente: muchas veces, es tomado en cuenta, como un verdadero ejemplo de los hombres soñadores, que van contra el vaivén de la vida, contradiciéndola. Se contradice la mediocridad de la vida, para hacerla mejor, más dinámica, más justa, o más bella aún.

Salmodiando a los oboes, volver al pasado no es solo cosa de los nostálgicos. Hace ya varios meses, nos juntamos tres escritores piuranos para “nadar contra la corriente”, para volver a Piura, para hablar de poesía y pasarla bien unos días de relax (trabajando lo literario) y conversando de literatura. Fuimos hasta Trujillo, José Enrique Briceño Berrú que volvía desde Milán y yo que divagaba entre el norte piurano y el sur limeño, al final de cuentas: julio y agosto son meses fríos, y es buena señal, más hogareño, volver a la patria pequeña.



Lo primero que hicimos, José Enrique y yo, es irnos a Trujillo, de puros y tercos, para encontrarnos con Juan Félix Cortés Espinosa, que vive ya más de cuatro décadas en la ciudad de la eterna primavera. Nuestra primera estancia de este viaje.


José Enrique Briceño había estudiado en la ciudad del medallón de Estete, miraba las calles con admiración, como infinitas veces fuimos hasta la Plaza de Armas y nos sentamos en algunas de sus bancas soleadas, para seguir conversando. Allí estudié, me decía. Mirando hacia el frontis de la casona de la vieja Universidad de Trujillo, donde también estudió Vallejo. Al costado de esta Óptica Lux vivía una muchacha de la que estaba platónicamente enamorado, mataperrada de joven estudiante. “Confianza en el anteojo, no en ojo”, le contesto.

Juan Félix ama Trujillo, tanto como a Sullana, o a Chiclayo, o a Piura, o a Loja, o a Quito, o a Cuenca, o a Guayaquil…, pues se ha pasado las ultimas cuatro décadas viajando y visitando estas ciudades donde ha entablado gran amistad con diversos escritores de esta parte del norte sudamericano.

Juan Félix conoce el Trujillo actual - inundado de nuevos migrantes postmodernos- como la palma de su mano. En Trujillo, los lunes son de chambar, pero el resto de los otros días de la semana son libres para el ceviche de Huanchaco, o los tamales verdes de Moche, o un “seco de cabrito” a la norteña en cualquier restaurante de comida criolla de su centro histórico. Damos vueltas en lo mismo, conversando, libres, siempre felices de hablar de literatura y poesía.



Me toca a mí ahora, todo tiempo pasado. Etcétera. De pronto frente a “El Rosado”, aquel viejo café de la calle Pizarro pintada su fachada de color rosado, que ahora es solo peatonal, nos espera. Nos convida su café de Jaén o de Canchaque. El mozo es un joven ayavaquino muy atento. Allí están sus aceitunas, sus quesos mantecosos, sus jamones, sus panes del burgo. El tiempo se ha detenido. He regresado a mi infancia, allí tomaba el lonche de la tarde con mi tía Luzmila Urquizo. Los espejos parecen los mismo de siempre esperando al nuevo Narciso de la tarde.

Me miro en el espejo, ayer tarde me he mirado en el espejo…. El espejo tiene colgadores para sombreros. Sombreros de paja de toquilla o de paño como usaban los viejos de mi infancia. Parece que no ha pasado el tiempo. Vuelvo a realidad después de saludar a la dueña de “El Rosado”. La señora (que es la hija del dueño fundador) me dice que festeja 64 años ya. En la pared rosada del salón “El Rosado” se exhibe con orgullo un cuadro que muestra el afiche de las bodas de oro del bar café salón  “Rosado”.




Todo esta perfectamente acomodado para este retorno de sus hijos pródigos. Pasos de “errar” son de peregrinos por este mundo peregrino. Los herrajes libres de los grandes caballos de los caballeros del mundo son siempre de oro y de plata. Aún así, los herrajes se gastan, y quedan como testimonios de lo caminado, de lo trotado. Salvajes caballos de la noche cuando empieza a dormir la ciudad de Trujillo, son los transeúntes desconocidos, que se disparan sin dirección exacta como vectores dispersos por las diversas calles de la ciudad, otra vez.

Trujillo, sus poetas, verdad que duelen: Vallejo, Orrego, Spelucin, caballeros del pasado vueltos tras la esquina de la vieja librería Guijón, la jugueria San Agustín, El Recreo, pero, en verdad era yo mismo de niño (pero ahora hombre en la estación de los desamparados) volviendo a pasar por esta misma calle de siempre, entre gente extraña, por esta Calle de la Pileta del Carmen.





enero 04, 2011

ARGUEDAS CUMPLE 100 AÑOS...



BLOG SOCIALISMO PERUANO AMAUTA

*

CENTENARIO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

A.A. : EL CENTENARIO DE ARGUEDAS
(Entrevista)

EL ESCRITOR EN VACACIONES / ROLAND BARTHES

EL ESCRITOR EN VACACIONES

Por Roland Barthes



Gide leía a Bossuet mientras bajaba por el Congo. Esa postura resume bastante bien el ideal de nuestros escritores "en vacaciones", fotografiados por Le Fígaro: juntar al placer banal el prestigio de una vocación que nada puede detener ni degradar. Una buena nota periodística, muy eficaz desde el punto de vista sociológico y que nos informa sin ocultamientos sobre la idea que nuestra burguesía se hace de sus escritores.

Lo que parece sorprender y encantar a esta burguesía, ante todo, es su propia amplitud de espíritu para reconocer que también los escritores son gentes que comúnmente se toman vacaciones. Las "vacaciones" son un hecho social reciente cuyo desarrollo mitológico, por otra parte, sería interesante indagar. Escolares en un comienzo, a partir de las licencias pagadas se han vuelto un hecho proletario, o al menos laboral. Afirmar que, en adelante, ese hecho puede concernir a los escritores, que también los especialistas del alma humana están sometidos a la situación general del trabajo contemporáneo, es una manera de convencer a nuestros lectores burgueses de que están adecuados a su tiempo: uno se enorgullece de reconocer la necesidad de ciertos prosaísmos, uno se acomoda a las realidades "modernas" con las lecciones de Siegfried y de Fourastié.

Por supuesto, esa proletarización del escritor es acordada con parsimonia y para, posteriormente, destruirla mejor. Ni bien se provee de un atributo social (las vacaciones constituyen un atributo y bien agradable, por cierto) el hombre de letras regresa al empíreo que comparte con los profesionales de la vocación. Y la "naturalidad" en la que se eterniza a nuestros novelistas, en realidad se instituye para traducir una contradicción sublime: una condición prosaica producida, desgraciadamente, por una época muy materialista, frente al lugar prestigioso que la sociedad burguesa concede con liberalidad a sus hombres de espíritu (siempre que sean inofensivos).


La prueba de la maravillosa singularidad del escritor es que durante esas tan comentadas vacaciones, que comparte fraternalmente con obreros y dependientes, no deja de trabajar, o al menos no deja de producir. Falso trabajador, también es un falso vacacionista. Uno escribe sus recuerdos, otro corrige pruebas, el tercero prepara su próximo libro. Y el que no hace nada lo confiesa como una conducta auténticamente paradojal, una hazaña de vanguardia, que sólo un espíritu fuerte puede permitirse mostrar. Con esta última baladronada, se hace conocer que es absolutamente "natural" que el escritor escriba siempre, en cualquier situación. En primer lugar, esto reduce la producción literaria a una suerte de secreción involuntaria, por lo tanto tabú, pues escapa a los determinismos humanos; para hablar más noblemente, el escritor es víctima de un dios interior que habla en todo momento sin inquietarse, tirano, por las vacaciones de su médium. Los escritores están de vacaciones, pero su musa vela y da a luz sin interrupción.

La segunda ventaja de esta verborrea es que, por su carácter imperativo, aparece —con toda naturalidad— como la esencia misma del escritor. Él acepta sin duda que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de una familia, de un short, de una hijita, etc., pero contrariamente a los otros trabajadores que cambian de esencia y en la playa no son más que veraneantes, el escritor conserva en todas partes su naturaleza de escritor; al tener vacaciones, muestra el signo de su humanidad; pero el dios permanece, se es escritor como Luis XIV era rey, inclusive en el inodoro. De este modo, la función del hombre de letras es a los trabajos humanos, casi lo que la ambrosía es al pan: una sustancia milagrosa, eterna, que condesciende a la forma social para que se lo capte mejor en su prestigiosa diferencia. Todo esto introduce a la idea de un escritor superhombre, de una especie de ser diferente que la sociedad exhibe para gozar mejor de la singularidad ficticia que ella le concede.

La imagen sencilla de "el escritor en vacaciones", pues, no es nada más que una de esas mistificaciones retorcidas que la buena sociedad opera para sojuzgar mejor a sus escritores: nada muestra mejor la singularidad de una "vocación" que contradecirla —pero no negarla, ni mucho menos— con el prosaísmo de su encarnación: es un viejo recurso de todas las hagiografías. También se puede observar cómo el mito de las "vacaciones literarias" se extiende muy lejos, mucho más allá del verano; las técnicas del periodismo contemporáneo se dedican cada vez más a ofrecer un espectáculo prosaico del escritor. Pero sería un grave error tomar este hecho como un esfuerzo de desmistificación. Es todo lo contrario. Sin duda, a mí, simple lector, puede parecerme conmovedor y hasta sentirme halagado por participar, gracias a la confidencia, de la vida cotidiana de una raza seleccionada por el genio; sin duda sentiría deliciosamente fraternal a una humanidad en la que sé, por los diarios, que un gran escritor usa pijamas azules y que un joven novelista gusta de "las chicas bonitas, el queso reblochon y la miel de lavanda". Pero esto no impide que el saldo de la operación sea que el escritor se vuelva un poco más estrella, que abandone un poco más esta tierra por una morada celeste donde sus pijamas y sus quesos no le impiden, de ninguna manera, retomar el uso de su noble palabra demiúrgica.

Proveer públicamente al escritor de un cuerpo bien carnal, revelar que le gusta el blanco seco y el biftec jugoso, es volver para mi aún más milagrosos, de esencia más divina, los productos de su arte. Los detalles de su vida cotidiana, en vez de hacer más próxima y más clara la naturaleza de su inspiración, confirman la singularidad mítica de su condición: sólo puedo atribuir a una superhumanidad la existencia de seres tan vastos como para usar pijamas azules en el mismo momento en que se manifiestan como conciencia universal o, más aún, declarar el gusto por los reblochon con la misma voz con la que anuncian su próxima Fenomenología del Ego. La alianza espectacular de tanta nobleza y de tanta futilidad significa que aún creemos en la contradicción: milagrosa en su totalidad, también es milagroso cada uno de sus términos. Esa alianza perdería todo interés, sin duda, en un mundo donde el trabajo del escritor estuviese desacralizado hasta parecer tan natural como sus funciones vestimentarias o gustativas.



De “Mitologías”

2011: AÑO DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE ARGUEDAS


1911-2011:

AÑO
DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO
DE
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS