septiembre 29, 2024
Ruth Hurtado, poeta paiteña
septiembre 22, 2024
EL TAXISTA / POR ARMANDO ARTEAGA
EL TAXISTA
Observó que el desconocido
que fumaba era algo extraño. No estaba en regla la noche. Estar debajo de sus
piernas en unos cuantos segundos, caído del cielo, tirado en el suelo, sin
conocimiento, mientras volaba por los aires, sobre el tiempo perdido, en un
instante que parece un siglo, era un suceso desprevenido.
La muerte parecía
explotar de sus labios que temblaban.
- ¿Qué está
pasando, Jefe?
El desconocido
golpeaba el rostro del muchacho.
- ¡No sé nada,
Jefecito!. Y el tumulto de la gente
creció como un inesperado tumor en el instante mismo de la noche. Al filo de la
navaja, en otro abismo.
Con discreción, el
muchacho deslizó por su pierna el pequeño paquete que le fastidiaba en el sexo,
mientras fingía morirse. El muchacho
caído en el suelo no daba señas de nada.
- Está frío.
Alcanzó a escuchar
la voz del desconocido que fumaba. .El muchacho sintió morirse más, estaba
haciéndose el muertito, no estaba en la playa para flotar como un corcho, sin
embargo flotaba, se estaba haciendo el muerto. Y lo estaba logrando.
- Cojudo, lo
has enfriado. El Jefe solo quería
que lo acaricien. Se te ha pasado la mano. Le has dado vuelta.
- Vámonos - ordenó
una voz rígida que venía de la parte de atrás.
Y de pronto, por
arte de magia, se hizo el silencio. Solo que el muertito empezaba a estar con
roche. Un cúmulo de gente lo empezaba a rodear haciendo una circunferencia. El desfile de piernas no lo dejaba divisar ni
calcular a cuántos metros estaba el sardinel del paso de los vehículos que van
por la autopista.
- ¡Traigan una
ambulancia!.
- ¡Llamen a un
patrullero!.
Un ligero pestañeo
le permitió ver un cerco luminoso al fondo del terreno baldío que besaba la
calle oscura. La gente estaba ahora mas
empecinada en buscar auxilio que en mirar al muerto. Fue entonces que el
muchacho se decidió por hacer el milagro de Lázaro, levantarse, ahora o nunca,
y salir corriendo, estando muerto, volar por los aires, a volar joven. Y
correr, correr, no mirar hacia atrás, podría petrificarse, subir al primer taxi
que encontrara por la autopista, que lo liberara del tumulto y del escándalo.
Al mirar hacia
atrás, divisó una mancha amorfa que chillaba: ¡auxilio!, ¡auxilio!; ¡se ha
escapado el muerto!, gritaba una mujer.
Un volkswagen rojo
apareció por la autopista.
- Lléveme a
Ventanilla- le suplicó al chofer.
Este parcero está
pal gato, pensó
el fercho.
- Puta madre, qué
tal paliza le han dado, cumpa, será por alguna falda, seguro, lo interrogaba
amistosamente el hombre del timón. Yo por eso, fiel a una sola jerma. Lo han masacrado, paisa, no se vaya a quedar
dormido, mientras sorteaba a los otros vehículos que serpenteaban la carretera
de asfalto mojado.
-Ya estamos en
Nuevo Perú. En dónde lo dejo, tigre.
El muchacho
argumentó estar en las últimas -suplicó-, no tener plata para pagar. Dios se lo
pagará, cumpita.
- Vaya nomás, la
próxima me paga, me debe una, compadre. No se me vaya a morir en plena calle,
y aquí never.
El moribundo se
perdió por la calleja polvorienta llena de casas de esteras. De la penumbra brillante de las casas asomaba
discretamente un hilo de luz de Petromax.
El muchacho
avanzaba adolorido, hasta llegar a la última cumbre del arenal. Tocó una
destartalada puerta de madera y latón.
- Abre la puerta.
Una mujer
desgreñada y marchita lo acogió con voz llena de susto:
- ¡Jesús!. Te han
sacado la eme.
El muchacho se
desplomó en los brazos de la mujer.
En “Radio Mar”, la
vida era sabrosa, Rolando Laserie
cantaba El Muerto se fue de Rumba (en realidad.: El Muerto
Vivo). Larga había sido la
noche. Empezaba un nuevo amanecer. De nuevo
a la vida, el muchacho se recuperaba
de la paliza.
La mujer en la
cocina -un par de adobes y leña- preparaba un caldo de gallina, el wallpa caldo
que le devolverá la vida al muchacho.
Afuera, de la
pequeña choza, otra gallina picoteaba y se banqueteaba persiguiendo un gusano
en el arenal.