DE LAS POETAS DEL BICENTENARIO
Por Javier Garvich
Viven en Pamplona Alta, en la periferia sur de Lima. Es un espacio de pobreza y pobreza extrema. En sus alturas tenemos unas de las zonas más deprimidas del país (no hay que ir hasta Huancavelica para conocer la miseria peruana) donde más de cien mil personas viven apiñadas en casuchas de plástico y triplay sin servicios públicos de luz, agua y desagüe, junto a chancherías clandestinas y sin un hospital decente en muchos kilómetros a la redonda. Las familias se recursean cavando zanjas para los programas eventuales del gobierno por quince soles diarios o tejiendo chompas de lana que venden a los proveedores por no más de dos soles la unidad. Buena parte de las familias están rotas, las dirigen heroicamente madres de familia abandonadas junto a los hijos mayores que tienen trabajar y estudiar al mismo tiempo. El índice de embarazo adolescente es uno de los más altos de Lima.
Allí, los colegios públicos tienen una serie de carencias, desde carpetas ruinosas que desafían la ley de la gravedad hasta rincones polvorientos que otrora encerraban alguna biblioteca cerrada (¿para siempre?) por endémica falta de personal. Los profesores tienen que enfrentarse (¿inútilmente?) al clima de agresividad juvenil, violencia familiar y trabajo infantil que diariamente sabotea cualquier proyecto educativo. Hay adolescentes que se levantan a las cinco de la mañana para trabajar y a la una de la tarde ingresan a su colegio a seguir las clases de forma casi catatónica. Cualquier menor de edad puede comprar trago en las bodegas de la zona sin ninguna restricción y consumirlas en cabinas de Internet o en determinados descampados, que son los puntos de encuentros furtivos de adolescentes y mototaxistas. Los mismos descampados que también son tristemente conocidos como escenarios de raptos, consumo de droga y agresiones sexuales de todo tipo.
Como música de fondo, los kioskos de prensa infestados de titulares sensacionalistas por las mañanas y este fascista dirigiendo la telebasura nacional por las tardes.
Y sin embargo, esta zona no está llena de chicos suicidas o carne de hampa. Más bien, se resisten al feroz menú cotidiano. Quieren hacer otras cosas, quieren probar otras cosas. Hacer literatura, por ejemplo. Y desde hace un año que trabajamos talleres de creación literaria en un par de colegios de Pamplona Alta.
Hacer un taller de creación literaria en esta parte del país no es muy complicado. Es mentira eso que los chicos no leen o solamente viven para la crónica roja y el bailongo. Al contrario, es en lugares como éste donde la literatura se convierte en otra forma de enfrentar los hechos, a veces en una vía de liberación.
La ignorancia de la historia de la literatura (ignorancia que puede alcanzar tranquilamente a la gran mayoría de nuestra población universitaria) no resulta una rémora sino más bien un acicate. Vallejo, Eguren, Arguedas, Florián aparecieron como personajes de carne y hueso y dejaron de ser esos monumentos hieráticos que pueblan nuestros libros de texto. Las chicas se enteran que en el Perú a los poetas también los metían a la cárcel, los mataban de hambre, les obligaban a irse del país. Que Ciro Alegría escribía sus novelas derribado en su lecho de enfermo. Que la Tía Julia de Vargas Llosa y el Loco Moncada de Arguedas existieron de verdad.
Cuando se toparon por primera vez con los Cinco Metros de Poemas de Carlos Oquendo de Amat fue extraordinario: no podían creer que se podía desafiar tan abiertamente los cánones clásicos (en el colegio nos malacostumbran a que toda poesía debe tener una rima y una métrica), que se podía ser tan radicalmente innovador y mucho menos aún que hubiera sido escrito hace más de ochenta años. Cuando les leí el Julio Polar de Juan Ramírez Ruiz armaron una frenética discusión sobre si eso era poesía o no. Una discusión que -a mí me consta, como decía el poeta- han eludido varios claustros y facultades de demasiadas universidades capitalinas.
¿De qué escriben esos chicos y chicas?¿De qué pueden escribir? Evidentemente de lo que no le gusta ni le interesa al Ministerio de Educación. En la convocatoria para los Juegos Florales Nacionales de este año, los burócratas apristas fueron muy claros en su concepto de literatura para jóvenes: "Se recomienda que los estudiantes compongan poemas con temática que reflejen la esperanza, el amor, el optimismo, la pujanza, el valor, la heroicidad, las raíces históricas de la nación peruana, la dignidad y el orgullo colectivo del pueblo; descartándose poemas con temáticas lastimeras, pesimistas o depresivas. Motivo por el cual se sugiere investigar a poetas peruanos en esa línea".
Se pueden imaginar los horrores que obligan a escribir a nuestros hijos.
Sin embargo -y a pesar de ello- Carlos, de quince años, que cuida de su hermano pequeño, escribe:
"Me envolvieron en una
bolsa primero y en una
caja después. Para que me cuidara del polvo
y de la maldad.
Me pusieron fecha de caducidad
y también la fecha de mi muerte.
Pero no me pongo triste..."
Nilda, de trece años, trabajadora infantil doméstica desde los diez, es más directa:
"La vida
apenas da
tristeza, dolor
vergüenza
tragedias y tormentos.
La vida
no nos sirve
pues en cualquier momento
nos traiciona
y la perdemos
la perdemos..."
En cambio Denisse, de quince años, lo dice con otras imágenes:
"Desde que te fuiste
tengo anoréxico el corazón
pues arrojo cualquier amor
Desde que te fuiste
reconocí mi dolor
y fui a sufridos anónimos
Y ahí me rehabilitaron
y me enseñaron
a vivir sin ti
La cura es hacer versos y versos
como quien da pasos largos
entre la arena seca
(...)tantos versos hice
que hasta me olvidé de ti
Desde que te fuiste
por fin puedo vivir
por fin puedo salir
por fin puedo respirar"
He visto a raperos que compulsivamente improvisan versos mientras van a comprar el pan o acompañan a una amiga calle abajo, o a fanáticos de la ciencia ficción que se ponen a escribir ucronías sin saberlo. O el caso de una estudiante de quince años que trabaja en los mercados desde hace tiempo y redacta con unas faltas de ortografías espantosas; pero tiene la literatura en la sangre y escribe, escribe, escribe todos los días (Y me acuerdo de muchos poetas que me dicen, entre chela y chela, que tienen bloqueo creativo, que ya no escriben porque no ven temas trascendentes en el mundo...).
Evidentemente les he mostrado una antología. La inmensa mayoría de las/los estudiantes de estos talleres escribe desaforadamente acerca del amor ("Cómo olvidar al chico que/calmó la tormenta que había/en mi corazón"), de amor no correspondido ("Mañana, cuando llore sin consuelo/y la juventud pase/y no regrese/¿A quién voy a amar?"), auténticas letras de bolero ("te busqué sin descansar, te busqué sin poder más") bucolismo enternecedor ("teníamos nuestro árbol en la entrada/en un jardín pequeño, da moras cada año en otoño/y llena de hojas las puertas de mi casa") y hasta esos versos que aprobaría cualquier jurado de entrecasa de la UGEL ("porque la amistad, sí, ella/mantiene viva la ilusión/Entonces, nunca dejes de buscar, aunque la magia..."). Sin contar los acrósticos que les he prohibido redactar bajo pena de muerte (bueno, es un decir, digo).
Pero, amigos ¿De qué escribe un adolescente cuando descubre la literatura?
Ya tendrán tiempo de torcerle el llanto a la melancolía, como cantaba Romualdo. Y llegará el día en que maten a la tristeza con un palo, como exhortaba Scorza.
Ellas (y ellos), no me cabe la menor duda, serán las poetas que reciban el Bicentenario y nos canten desde la memoria de su amarga infancia, de su insólita adolescencia. De ese cruel país que están viviendo y al que obligarán a homenajearlo (como ahora le obligan a escribir el respectivo poema para el 28 de julio).
Hace unos meses en Jauja, mientras caminábamos con el poeta Armando Arteaga, vino hacia nosotros una marcial columna de escolares. Pese al calor del mediodía, los adolescentes iban enfundados en abrigos, chompas y chalinas que los hacían sudar a chorros, e igual tenían que marcar el paso, pisar militarmente la grava y marchar al mecánico ritmo que imponía el monitor. Frente a ese penoso espectáculo, Armando me dijo.
-Bueno, por lo menos de ese grupo saldrán tres o cuatro poetas.
Y es que nada como la ignorante arbitrariedad, el autoritarismo cerril y las imposiciones absurdas para despertar en los adolescentes la chispa de la rebeldía y, si hay suerte, también de la poesía. De acá al 2021 cuánta rebeldía puede crear el Perú.
Pero, como sabréis ya de sobra, optimista precisamente no suelo ser. Muchas de estas prometedoras poetas del Bicentenario serán sólo promesas, muchas de ellas terminarán domesticadas o derrotadas por el Sistema, por la rutina, devoradas con igual crueldad por nuestro país. Y quizá el mejor colofón sean los versos de esta hermosa joven a quien llamaremos Claudia, a quien las dificultades familiares y el trabajo infantil no liquidaron su precoz talento. Claudia, ya a punto de terminar el colegio, ha decidido no tomar la literatura en serio. Ella solo quiere escapar del perro de la miseria y posiblemente lo haga:
"Estoy escribiendo
bajo una sombra
tengo sueño
pero no puedo
todos me miran
y yo los veo
no me importa
es para mañana
parece difícil
pero ya entiendo
ya termino
sólo un punto
y listo."
No importa Claudia, la literatura siempre nos espera a todos.
Viernes 23 de julio de 2010
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