noviembre 14, 2013

La vorágine esclavista del “cauchuc” en la literatura amazónica / Armando Arteaga


La vorágine esclavista del “cauchuc” en la literatura amazónica


Armando Arteaga*
Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú 

 

Síntesis

La amazonia en la telaraña del capitalismo internacional. Establecimiento de un tráfico activo con el  mundo externo europeo. Lo centrífugo  y lo centrípeto en la corriente inmigratoria hacia la amazonia. La presión cultural sobre el universo de los nativos y el rasgo extractivo: económico-cultural de la frontera colonizadora.  El ciclo post-cauchero: Leguía y la revolución del Capitán Cervantes. La visión parcializada de José Eustasio Rivera en las masacres del Putumayo. Las atrocidades del  colonialismo británico: El Informe de Roger Casement (“El Libro Azul Británico”) o “El sueño del celta” de Mario Vargas Llosa. Julio César Arana (El depredador peruano: empresario y genocida). La visión “romántica” de Fitzcarral por Ernesto Reyna y el Fitzcarral de Werner Herzog.  El nativo: último morador  en la escala “clasista” en la estructura socio-económica capitalista del periodo del caucho (1880-1914). El derrumbe del caucho y la gran depresión económica (1914-1943).El arte cinematográfico en la devastación del caucho.



Por los años setenta empecé a interesarme por la cultura amazónica.  Ya había estado visitando Iquitos en mi infancia motivado por algunos relatos que hacía mi padre Américo acerca de la vida y las costumbres de los niños en la “ciudad flotante” de Belén.  Mas tarde, tuve que realizar  viajes documentales y duras navegaciones por algunos ríos de la amazonia;  ya en mi primeros  años de la universidad, alguna vez,  y nuevamente, en esta aventura viajera acompañado por la fraterna complicidad de Antonio Salinas (en realidad, José Antonio Palacios, escritor chimbotano que escribió algunos sucesos referentes en su libro “El bagre partido” y  que murió en Paris), compañero de hazañas  que se perdió  -varias  veces- navegando en el Amazonas, para poder entrar a Manaos.   Yo tuve que regresar, en esa oportunidad,  muy pronto,  a mi refugio limeño (por presión familiar y por retorno de clases).

Motivado por la lectura de “La sal de los cerros” de Stefano Varese visité mas tarde la orilla derecha del Pachitea, y después, algo más tarde,  el Beni boliviano y el Matto Groso brasilero. En los ochenta volvía a visitar y a convivir con proyectos de características más profesionales y “literarios”  en toda la Región San Martín durante casi cinco años seguidos. Y otras veces más en la Región Ucayali y Madre de Dios, tanto como en Loreto (Iquitos y Pebas).

Motivado por mis lecturas de Bronislaw Kasper Malinowski,  Émile Durkheim y Claude Lévi-Strauss,  y aceptando este esquema político y este concepto histórico de lo social, me fue interesante seguir la visión antropológica que Stefano Varese da en “La sal de los cerros”, y le otorga a los sucesos culturales que se han desarrollado en este espacio de la amazonia,  y que cubren de diversas maneras el interés “literario” y “cultural” que aceptamos, históricamente hablando,   ponerle a la devastación de la presencia del caucho en la vida y la cultura de la amazonia peruana:

“Los eventos sociales y culturales que tuvieron y tienen lugar entre las sociedades tribales de la selva en el Perú, deben ser considerados como el resultado dinámico a su vez, de un proceso que ha comprometido y compromete a una cadena de constelaciones sociales, económicas y políticas que llega a Lima y aún mas lejos a los centros económicos y políticos internacionales.  Estos históricamente han cambiado: desde la España de la colonia, a la Inglaterra del siglo XIX, a los Estados Unidos del XX. Y este cambio espacial de los centros internacionales de control ha estado relacionado con un cambio de intereses económicos, de manera que en sucesión dialéctica ha habido más o menos presión sobre uno u otro sector de la sociedad nacional peruana y sus segmentos.  De esta manera como se verá a lo largo del estudio (se refiere a “La sal de los cerros”), los intereses de la economía mundial y de la sociedad mercantil-capitalista nacional para unos producto de la selva causaron un acentuarse de las presiones de la sociedad envolvente sobre las aéreas de ocupación nativa.  A la búsqueda española de oro, seguirá aquéllas de los misioneros por las “almas” indias y después vendrá el interés por las tierras, el caucho, la madera, el petróleo.  Y uno de los términos del proceso es siempre la sociedad tribal que, lejos del rousseauniano aislamiento en el que parece creer cierta etnología falsificante, la mayoría de las veces se ha visto arrollada inevitablemente hacia el aniquilamiento y la desaparición”.



Otro parámetro básico  -referido a la Amazonia-  es el referente a la ocupación poblacional de su territorio, hito principal para entender cualquier  manifestación cultural y en especial el asunto literario, debido al “status” histórico de cada uno de los grupos nativos al penetrar el río Amazonas: son mas de trece familias lingüísticas, cincuentaicinco grupos etnolingüísticas, así como la su ubicación por las cuencas de los ríos,  lo que va determinando las relaciones étnicas de convivencia.   De allí mi interés por la hipótesis que planteó en la década del ochenta la propuesta a tener en cuenta de Richard Chase Smith en su trabajo avalado por AIDESEP (Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana): “Las comunidades nativas y el mito del gran vacío amazónico”.  Para Richard Chase Smith el proceso de colonización de la amazonia “está contenido de violencia, de abuso, de usurpación y de dominación económica y cultural”. No existe ese  “gran vació” que ha pregonado occidente y el estado peruano de a mediados del siglo veinte porque ignora groseramente la realidad ecológica y social al revivir la mentalidad colonial y de conquista, revive a fuerza neo-colonial de los poderes económicos y culturales.  Nunca han estado “vacantes” las tierras habitadas por grandes poblaciones tribales y étnicas de la amazonia que la codicia de la colonización europea ha  sometido groseramente a un etnocentrismo descarado y a los intereses económicos de los poderes coloniales europeos desde siempre. 

El descubrimiento del “cauchuc”, leche de árbol, esta planta malvácea de la amazonia peruana y brasilera, despertó la codicia de los visitantes extranjeros y levantó en la imaginación contemporánea los más divergentes y afiebrados relatos.  “La madera que llora” para los nativos, era para los extranjeros que visitaban entonces la amazonia en avanzada mercantil: el jebe, la goma elástica, el látex, que los embarraría de increíble dinero para mover el mundo europeo de otras fantasías. La goma o la “shiringa”  exprimida de las diversas plantas euforbiáceas y moráceas de las entrañas intertropicales terminarían convulsionado y disturbando todo el mundo amazónico: su cultura mítica-lunar, su cosmovisión mágico-religiosa y pan naturalista.

Occidente terminó en parte con las relaciones socio-económicas estructuradas en torno a la organización familiar desarrollada por sus poblaciones nativas de asentamientos dispersos que vivían en el principio de la reciprocidad y la participación social, derivada de las cualidades “carismáticas” de sus habitantes.  Apenas aceptada, la amazonia descrita por las primeras expediciones de misioneros españoles como un mosaico de grupos tribales y de lenguas. Ni los incas ni los españoles pudieron entrar tan fácilmente al paisaje amazónico, y menos a la conciencia étnico-cultural de sus pobladores, de sus grupos nacionales.  La presencia del mercantilismo capitalista que provocó el caucho fue nefasta para el desarrollo de proceso cultural de la amazonia.  La vorágine esclavista del “cauchuc” fue desarrollada a pólvora y sangre. La fuerte corriente inmigratoria que invadió la amazonia por el caucho, presionó nefastamente el mundo de los nativos, expulsándolos de sus territorios y atrapándolos injustamente en ataduras de relación capitalista.  


Dos etapas cubren el llamado Período del Caucho en el desarrollo histórico de la Amazonia.  El Primer Periodo del auge del caucho va de los inicios de 1880 a 1914, la Amazonia se debatió  bajo la hegemonía del mercantilismo capitalista extranjero.  El Segundo Periodo de la recesión y de la depresión económica, del derrumbe del caucho va desde 1914 a 1943 cuando la presencia inglesa es desplazada por la hegemonía del capital norteamericano que asoma por la amazonia en busca de nuevos recursos naturales como el petróleo, el tabaco, el café, el algodón, la coca, modificando su modo de producción agrícola y su estructura socio-económica.

La  “plusvalía” del caucho desarrolló las primeras estrategias del capital comercial y urbanístico en Iquitos, en Manaos, y en otros centros poblados.  La Amazonía ingresa como un enclave extractivo en la estructura capitalista europea. La estructuras socio-económica de la selva adquieren una fisonomía clasista, y el poblador nativo es sometido a ocupar la parte  más baja en la escala de esa nueva pirámide social.

Los  primeros  detalles representativos que encontramos en la literatura y en la historia referida al caucho están en Charles-Marie de La Condamine  que envió una muestra del “cauchuc” a París en 1736.  Organizó una expedición por el Amazonas.  Volvió a Paris en 1744 y publicó los resultados de sus hallazgos: descubriendo para los europeos el caucho y la quinina, e instauró las bases para el sistema métrico global.


En el documento “Relaciones Interesantes y Datos Históricos Sobre Las Misiones Católicas del Caquetá y Putumayo desde el año 1632” se dan algunas referencias del caucho por los primeros misioneros, habla de los indios witotos que juegan con una pelota: “Primero cogen un pedazo de yesca y lo redondean hasta  darle un tamaño de una bola pequeña, esta la cubren con una capa de caucho, luego con otra de yesca, y así sucesivamente, hasta que queda el tamaño de una naranja”.

A mediados del siglo XIX se habla con insistencia de las virtudes del caucho y de sus posibilidades industriales, debido a la vulcanización: esta goma elástica se ofrece a múltiples aplicaciones que cambiaría muchas costumbres en el mundo occidental, aumenta su  demanda y su valor comercial.  El caucho alcanza precios elevados, y se desata una verdadera avalancha del uso del caucho.  En la Oficina de Patentes de los Estados Unidos, la N- 3,633 del 15/06/1844 se lee: “yo, Charles Goodyear…he inventado ciertas nuevas y útiles mejoras en la manera de preparar material de caucho o goma elástica…mi principal mejora consiste en la combinación de azufre y albayalde con la goma elástica y en la exposición del compuesto así formado a la acción del calor a una temperatura regulada”.  Por allí empieza la abultada demanda del caucho que origino la fabricación de llantas en la industria automotriz.

Hildebrando Fuentes en sus “Apuntes geográficos, históricos, estadísticos, políticos, sociales” (Lima, 1908) describe el proceso del cambio de la amazónica (espacio natural desconocido hasta ese momento) para por obra y gracia del caucho ocupar un nivel de importancia en el mundo empresarial y de los negocios, de la industria que empezaron a interesarse por la goma elástica: abriendo sus arcas del crédito, enviando y nombrando agentes, buscando socios y montando el andamiaje de un emporio comercial.  Hildebrando Fuentes describe así la estructura organizativa comercial de la explotación del caucho con sus bemoles esclavistas: 

“Existían dos formas de conexión: la asociación y la habilitación.  En el primer caso (la asociación), los centros industriales extranjeros ponían a disposición de sus asociados de la selva, todo el capital que necesitaba, en cuenta corriente.  Por los fondos que suministraban cobraban el interés del 5 ó 6 % anual.  Al fin del año las ganancias se distribuían de la manera siguiente: se abonaba primeramente el interés de los socios industriales de Iquitos (la selva) y a los empleados a los que se les había concedido un tanto por ciento.  Después dejaban un tanto por ciento para el fondo de reserva de la casa de Iquitos, y los restantes se enviaba a Europa, en donde se hacia el reparto entre los socios de la casa principal”. 

Cuando se trata de la habilitación (segundo caso), el “habilitador europeo”, que sólo abría crédito limitado, cobraba a su habilitado de “Iquitos el 5 ó 6 % de interés anual por el capital suministrado y el 2 % de comisión, si el préstamo había consistido en dinero.  Si era en mercadería la casa cobraba el 5 % de interés anual y el 5 % de comisión.  Y, como la casa de Iquitos pagaba en caucho, cobraban además, el 2 % como comisión de venta”.


Así la amazonia de Brasil y Perú vieron penetrar hasta lo mas profundo de sus entrañas grandes oleadas de inmigrantes, ávidos de extraer la savia de los arboles.  Cambiando el ritmo de vida, antes pacifica por otra de ritmo acelerado y de violencia, de vértigo social.  El ruido de los motores de los barcos y las lanchas, o de los botes, junto con el golpear de las hachas y el disparo de las carabinas “winchester” fue matando el canto de las aves, el delicado roce de la canoa al cortar el fluir del agua de los ríos.  La estructura comercial de habilitación impuso un enclave feudal,  y esclavista,  desarrollada de la siguiente manera: Habilitadores (Grandes consorcios extranjeros), Casas principales de Iquitos, Patrón Cauchero, Peón Cauchero. La amazonia se convirtió en un enclave extractivo de los grandes monopolios extranjeros: ingleses y norteamericanos.

Jorge  M. von Hassel en su texto “La industria Gomera en el Perú”  distingue dos tipos de trabajadores en la base de la pirámide social extractiva del caucho, entre los patronos caucheros mestizos y los peones caucheros nativos sobre cuyas espaldas se llevó esta ofensiva esclavista.  Los patrones caucheros eran generalmente audaces inmigrantes, sin escrúpulos, aventureros, nómadas, atrevidos exploradores, viviendo a expensas con su machete, su escopeta y su hacha, el “boom” del caucho los atrajo desmedidamente y se instalaron definitivamente, quedando arraigados en la amazonia. Hicieron parte del trabajo sucio. Se diferenciaba del peón cauchero por su rol productivo y por sacar una mejor tajada en las ganancias.  El peón cauchero tenía que desarrollar el trabajo más pesado, que era de dos maneras: “el cauchero” y “el siringuero”.  El “cauchero” cortaba los arboles en el motivo de sacarle hasta la ultima gota del codiciado caucho. El “siringuero” era el nativo abría sus venas del árbol con algunos cortes y recogías la savia que brotaba de la herida.  Jorge M.  Von Hassel ha descrito con acierto este duro y pesado trabajo del peón cauchero: “El cauchero corta el árbol y recoge la leche en baldes, la transporta a una excavación que tiene en forma casi cuadrada y una profundidad de 30 a 40 cm., y allí mezclándola con jabón ordinario o con una infusión de vetilla (especie de bejucos), provoca la coagulaciónA esto se llama caucho en planchas.  Si se quiere obtener “sernambí de caucho” se sangra la raíz y el tronco y se deja que la savia se coagule al contacto con el aire, formando canalitos largos para este fin y enrollando las cintas así formadas.  Para obtener la shiringa se recoge la savia de las tishelinas y se echa a una batea que está al fuego.  Empieza la “defumación” que es un trabajo bastante pesado, pues el humo espeso y tupido debe dar a todo el líquido”. 

Joseph F. Woodroffe en su libro “La Industria del Caucho en el Amazonas” describe las condiciones difíciles del trabajo del peón cauchero, unas veces trabajando con el “fango hasta las rodillas” o con “al agua a la cintura” y en otras “pisando espinas”, expuesto a todo tipo de peligros, a enfermedades como el paludismo, fiebre amarillas, etc..., picaduras de víboras o de algún insecto venenoso, y a ser el blanco de ocasionales flechas envenenadas.  Woodroffe confirma: “El recolector de caucho del Amazonas trabaja casi si excepción, en condiciones terribles de contemplar, aun para aquellos que están endurecidos.  Las penurias y privaciones que se ven forzados innecesariamente a soportar,  son de naturaleza tan asqueante y cruel, que se hace difícil expresarlo con la palabra impresa”.

La ausencia de mano de obra en la amazonia despertó la mal llamada “caza de indios”.  El nativo se vio perseguido, visto como una bestia salvaje.  Los testimonios literarios son unánimes en presentar esta dolorosa realidad.  Eran despiadadamente  perseguidos los nativos para realizar estos trabajos de peones caucheros.  Los caucheros permanentemente los asaltaban en sus tambos para robarles sus armas, sus instrumentos y su “fariña”; se organizaban constantes “correrías” para ahuyentarlos de sus territorios, si los arrestaban con vida eran trasladados a sitios lejanos para ser sometidos a trabajos como verdaderos esclavos y frecuentemente vendidos como tales; si los nativos oponían resistencia y defendían sus “malocas” y a sus pequeños hijos, resultado de esta rapacidad,  eran muertos sin misericordia. 

El testimonio inicial más representativo en la literatura latinoamericana de esta situación deplorable para los pobladores de la amazonia está en la novela “La vorágine” del colombiano José Eustasio Rivera.  Por los diversos escenarios donde se desarrolla la novela que relata las desventuras y peripecias del poeta Arturo Cova con su amante Alicia: historia apasionada y de venganza ubicada en el escenario de los llanos y la amazonia, en donde dos amantes huyen de la sociedad, expuestos a los confines de las duras condiciones de vida de los colonos y los indígenas esclavizados durante la fiebre del caucho.   Rivera, uno de los primeros precursores de la novela realista latinoamericana describe algunos detalles de este periplo amazónico y del nefasto poderío cauchero: “Los indios encargados de procurarnos la mercancía fueron estafados por los tenderos de Orocué.  En cambio de los artículos que llevaron: “seje”, chinchorros, “pendare” y plumas, recibieron baratijas que valían mil veces menos.  Aunque el Pipa les enseño cuidadosamente los precios razonables sucumbieron a su ignorancia y la avilantez de los exploradores volvió a enriquecerse con el engaño. Unos paquetes de sal porosa, unos  pañuelos azules y rojos y algunos cuchillos, fueron el írrito pago de la remesa, y los emisarios tornaron felices de que, como otras veces, no les hubieran obligado a barrer tiendas, cargar agua, desyerbar la calle, empacar cueros”.

Otro detalle a notar en la novela de Rivera en el sesgo de cierto patriotismo del escritor colombiano que en parte contrasta con el “Informe Especial del Comité Selecto de Putumayo” que elaborara el Juez Dr. Rómulo Paredes como resultado de las investigaciones de estos nefastos acontecimientos sobre “correrías”  y “caza de indios”: “Por ejemplo, las masacres del Putumayo que tanta literatura han originado.  El Sr. Carlos Loayza los  atribuye a los colombianos, particularmente al Sr. Crisóstomo Hernández.  Los colombianos en la novela “La Voragine” inculpan a los peruanos y en concreto al Sr. Arana (se está refiriendo a César Arana, el magante del caucho).  Sea cualquiera el autor de la masacre parece que ésta efectivamente se dio, pues en esto hay coincidencia”. Para tener una idea del problema de la violencia engendrado por la fiebre del caucho: se habla de que la casa Arana tenía más de 12,000 indios enrolados o “enganchados” en la extracción del caucho. 

José Eustasio Rivera describe a César Arana en “La Vorágine” como "Un hombre regordete y abotagado, pechudo como una hembra, amarillento como la envidia". En realidad, Arana fue un desalmado “emprendedor”  y negociante, un prototipo del actual narcotraficante que manchó sin escrúpulos sus blancas manos con sangre derramada de miles de indígenas que otorgaron su vida contra este afán desmedido por obtener riqueza, que llegó por las bondades de la politiquería amazónica a ser alcalde de Iquitos y presidente de la Cámara de Comercio, además de realizar pingues negocios con empresarios ingleses que colaboraron en la financiación de este sucio negocio, mientras los gobiernos de Perú, Colombia y Brasil colaboraron con el genocidio y la vil explotación de los indígenas de nuestra amazonia. 

La explotación del caucho está relacionada a otras situaciones políticas , al conflicto con Colombia, a personajes controversiales que surgieron en esa época, algunos de ellos incluso “personajes de novela realista” : el periodista limeño Benjamín Saldaña Roca, presuntamente anarquista, el cónsul inglés Roger Cassement (de quien Mario Vargas Llosa ha referido con lujo de detalles en su novela “El sueño del celta”), los empresarios caucheros Julio C. Arana y Carlos F. Fitzcarrald, el juez Carlos Valcárcel, entre otros. Para tener en cuenta estos acontecimientos de la fiebre del caucho había que hurgar en el rol que  cumplió la prensa: diarios  como La Felpa, y La Sanción (de Iquitos), El Comercio de Lima,  y la revista inglesa Truck.

Una galería de personajes invade la imaginación literaria de esta  época de conflictos que se prolonga durante la pugna peruano-colombiana por el Caquetá-Putumayo hasta 1937, allí aparecen el presidente  Augusto B. Leguía y su canciller Alberto Salomón, el Coronel Luis Sánchez Cerro que lo derrocó y murió asesinado en Lima por mano aprista poco antes de emprender la guerra con Colombia cuando era presidente, el diplomático colombiano Favio Lozano, y el Capitán Cervantes:  jefe de la revolución “federalista” loretana contra el Tratado Salomón-Lozano. Imposible obviar la actuación diplomática de Colombia que litigó desde el siglo XIX por expandirse al Putumayo mediando incluso enfrentamientos armados. Estados Unidos,  se inmiscuye también,  al apoyar  la separación para constituir el Canal de Panamá, y compensó dadivas a Colombia para alcanzar los beneficios del Putumayo. Inglaterra: propició y financió la devastadora explotación del caucho. El mismo año (1885),  en que se inicia la explotación masiva: el funcionario inglés R. Markham planea y despinta el robo de semillas en Brasil, con su agente Wickman.


Década y media de años después producirá caucho masivamente en sus colonias de Asia, deprimiendo económicamente a las caucheros sudamericanos, incluyendo a Julio César Arana, el personaje depredador más importante de la Amazonía, y cuya influencia  se extiende desde los inicios del "boom" del caucho, pasa por la total ruina cauchera, el conflicto con Colombia, la pérdida del fundo Putumayo de 5 millones de hectáreas, y su ocaso,  hasta morir en Lima a la edad de 90 años. Arana es el personaje principal en toda esta trama, también el más vilipendiado internacionalmente,  y el único sometido a tribunales internacionales por sus fechorías.  Una corte encabezada por el juez Carlos Valcárcel en Iquitos lo acusó, no pasando nada, suceso que quedó frustrado. En el Parlamento de Londres fue juzgada su empresa cauchera Peruvian Amazon y los financistas ingleses la liquidaron en vísperas del copamiento del mercado mundial con el aval del plus monetario del caucho inglés de Asia.

En 1896 funda la "J.C Arana y Hermanos"  al mismo tiempo que se instalaba en Iquitos, que ya vimos que era la principal ciudad de la amazonía peruana, con su familia. Pronto su empresa controlará gran parte del mercado del caucho de la región y será conocida simplemente como Casa Arana. Pero al igual que Fitzcarrald, Arana quiere más y ante el problema de la mano de obra asalariada cada vez más difícil de contratar, Arana comprendió que podía seguir el camino abierto por el fallecido Fitzcarrald y usar a los indígenas como mano de obra esclava. Eran más resistentes a las enfermedades, a la hostilidad del clima y los peligros de la selva ya que habían nacido y vivido allí y con ellos,  lograrían aumentar la producción,  y además le saldría casi gratis. Después de recorrer diferentes zonas centra su atención en las tierras que se extienden a orillas del río Putumayo, un nombre que significa "río que nace donde crecen las plantas cuyos frutos son usados como vasijas", pues era una zona muy rica en árboles de los que podía extraerse caucho. En la actualidad el río Putumayo constituye en gran parte de su recorrido la frontera entre Perú y Colombia. 

Otro documento importante para el esclarecimiento  de esta coyuntura de la explotación del caucho en la amazonia es “El Libro Azul Británico. Informe de Roger Casement y otras cartas sobre las atrocidades en el Putumayo” (CAAAP/IWGIA. Lima, 2012),  es la primera traducción del inglés al castellano de las cartas entre el Ministerio de Relaciones Exteriores británico y Sir Roger Casement, cónsul en Río de Janeiro cuando su gobierno le encomendó, el 21 julio de 1910, investigar las denuncias contra la empresa The Peruvian Amazon Co., que operaba en los territorios entre los ríos Putumayo y Caquetá, cuyo gerente y principal accionista era el industrial peruano Julio César Arana, natural de Rioja (San Martín). Los testimonios recogidos por Casement dan cuenta de una realidad tan brutal, donde cuesta creer que hayan existido seres capaces de desatar tal odio contra los indígenas, que fueron exterminados por la barbarie cauchera.

Nos recuerda Alberto Chirif a propósito de la presentación del El Libro Azul Británico de Roger Casement sobre el Putumayo:   “El auge de la explotación de gomas silvestres amazónicas se originó en este contexto de exploraciones y conquista de la Amazonía y fue motivada por la demanda de las industrias emergentes de países de Europa y los Estados Unidos. La crisis del comercio de esas gomas explica de la misma manera: la pérdida de interés en esos recursos amazónicos por parte de esos países por haber encontrado una fuente alternativa de abastecimiento en los gomales cultivados por Gran Bretaña en sus colonias del Sudeste asiático, a partir de semillas robadas en la Amazonía brasileña. Si recordamos, productos como el salitre y el guano han pasado por procesos similares de auge y pérdida de interés cuando se han descubierto sucedáneos más baratos y de más fácil explotación”.



La novela “El sueño del celta” de Mario Vargas Llosa narra la aventura del irlandés Roger Casement, penitente que aparece en el Congo de 1903 y que termina una mañana de 1916 en una cárcel de Londres. El perfil de este personaje es múltiple: va de héroe a villano, de libertario a traidor.  Casement es uno de los primeros europeos en denunciar los horrores del colonialismo ingles. La Amazonía es parte del escenario, en esta novela,  del territorio abordado,  y por supuesto,   los escabrosos  desenlaces de la tiranía humana que supuso la explotación europea del caucho en la amazonia.  Vargas Llosa ya había abordado el esplendor amazónico en otras novelas como La Casa Verde y El Hablador.

Carlos Fermín Fitzcarrald López, fue el más grande cauchero, calificativo que levanta la biografia-relato de Ernesto Reyna, puede ser algo rebatible pero siguiendo la ruta de sus “hazañas” se trataría de un hombre de ambiciones y desmedidas acciones que lo ubican como un caudillo violento y paternal.  Un aventurero que se extendió y se estableció económicamente entre  los ríos Ucayali y Madre de Dios. Era una leyenda viva,  hasta su muerte,  el 5 de junio de 1897, en un accidente fluvial. Tenía apenas 35 años de edad.  Carlos Fermín Fitzcarrald López nació en San Luis de Huari en 1862, en Ancash. Hijo de un marino norteamericano que se vinculó sentimentalmente con una peruana. No se llamaría como lo conocemos sino que su verdadero nombre fue Isaías F. Fitzgerrald. Tuvo que obligarse a cambiar su nombre y los apellidos para eludir a la  justicia peruana, que  no lo condenara, acusándolo falsamente de  haber sido espía chileno en la Guerra del Pacífico.

Esta acusación,  no fue comprobada ni corroborada;   pero esa habría sido la causa que lo llevó a huir a la Amazonía con otro nombre. Poco después de 1888,  ya era conocido como el rey del caucho.  Cada cierto período cambiaba la ubicación de su trabajo: el Pachitea, el Alto Ucayali (zona ésta donde estableció su casa matriz, lujosa y rodeada de delicadas áreas verdes cuidadas por jardineros chinos), el Tambo, el Apurímac, el Urubamba, el Madre de Dios, el Purús. Para poder movilizarse con rapidez de un lugar a otro de su vasto “imperio”, Fitzcarrald y sus dos socios (los barones del caucho Nicolás Suárez, de Bolivia y el español Antonio Vaca Diez) organizaron  una flotilla de botes y habían “armado” un vapor que podía surcar la mayoría de los ríos de la selva central. En él se podía tomar el mejor vino francés y descansar en cómodos camarotes, rememora Ovidio Lagos en su libro “Arana, Rey del Caucho” (Arana, Rey del Caucho, Ovidio Lagos. Título original The Devil’s Larder: (“La Despensa del Diablo”). Copyright  Jim Crace, 2001; Copyright Emecé Editores, S. A. 2003).

Mientras las otras edificaciones de la época cauchera lucían con las ostentaciones de paredes recubiertas con azulejos portugueses, balcones con fierro labrado y diseños de arquitectura europea. Fitzcarrald vivía de otra manera. Contrajo nupcias con Aurora Velazco, hijastra del comerciante brasileño Manuel Cardoso da Rosa. Eso fue lo que hizo para vivir en Iquitos, sin embargo algo diferente ocurrió en las interioridades de la selva peruana. La casa que mandó edificar en 1892, en la confluencia del Ucayali y el Mishagua tenía otras características. Fue una verdadera mansión, destinada a ser su centro de operaciones, construyeron un edificio de tres pisos y se distribuyeron veinticinco habitaciones,  y todo fue en madera de cedro. Jardineros chinos fueron traídos para cuidar el huerto y los jardines, a los que según se dice “entregaban esmerados cuidados”. Poseía un almacén en el que podía encontrarse una gran diversidad de mercancías. Al lado de la propiedad de Fitzcarrald se instalaron otros caucheros y de esa manera formando una pequeña población.




El sueño de Fitzcarrald era construir un ferrocarril en todo el tramo del “istmo”, tanto así que ya se habían tomado los primeros pasos.  El avance se da cuando el 1 de mayo de 1897 partió desde Iquitos el vapor “Adolfito” con mercadería y con los rieles, herramientas  con los que se empezaría el tendido del ferrocarril, pero la fatalidad se interpuso en lo planeado. El 9 de julio, la nave se dispuso a atravesar uno de los “rápidos”  del Alto Urubamba, en el pasaje conocido como Shepa. Estaban a punto de lograrlo, pero en la maniobra se rompió la cadena del timón y la corriente estrelló el barco contra las rocas. En medio de la confusión, Carlos Fermín Fitzcarrald vio que su socio boliviano Vaca Díez estaba ahogándose y acudió en su auxilio, pero las aguas lo envolvieron. Ambos murieron, sus cuerpos fueron arrastrados por la corriente y las hazañas de Carlos Fermín Fitzcarrald fueron únicas, su legendaria figura cargada de audacia le llevó a muchas conquistas,  y su osadía la encaminó a su trágica muerte. Hacia mediados de la década de 1890, el cauchero era mentado con mucho respeto en cada conversación y a todo nivel, fundamentalmente en los ambientes financieros y comerciales de esta Amazonía donde se sentía el agitado flujo de los negocios y el dinero. 

Existe un episodio sorprendente que realmente ocurrió, de todo este boato, y que fue ponderado  mucho durante el film dirigido por el alemán Werner Herzog,  en la película “Fitzcarraldo”, con las actuaciones estelares de Klaus Kinski y Claudia Cardinale, y en otro  momento –en un primer intento de la filmación- por Jason Robarts y Mick Jagger. La película es  una especie de biografía de Fitzcarrald,  donde se recrean escenas de un vapor desarmado que es trasladado por grupos de indios por un varadero (camino poco ancho, ubicado generalmente en medio de la selva que une a dos ríos),  para ser armado al llegar al otro río. Ese camino es ahora conocido como el "istmo de Fitzcarrald" que vincula el río Cashpajali con el Manu y el Madre de Dios.   Se dice que en 1895, mientras navegaba por esas aguas en el vapor “Contamana”, puso a prueba su capacidad logística y quebró distancias enfrentando a la naturaleza para alcanzar esta insólita proeza, o locura humana.



Su gran momento llegó por esa época, cuando se asoció con dos barones del caucho, dueños de riquezas incalculables: Nicolás Suárez, de Bolivia,  y el español Antonio Vaca Diez, con inmensos territorios caucheros en Brasil. Su descubrimiento, el “istmo de Fitzcarrald”,  fue una suerte de paso estratégico que unió las cuencas de los ríos Ucayali y Madre de Dios, ahorrando recorridos inútiles y costos altísimos. La unión comercial de estos tres hombres fue apabullante. Iniciaron la compra en Inglaterra de una prodigiosa flota fluvial, compuesta por vapores especialmente diseñados para esos ríos y su poder de dominación fue entonces absoluto y tiránico.  Para emprender este derrotero, se dice que,  se cumplió con un acto de solemnidad, todo un ceremonial con sus protocolos y con la mirada en la historia que registraba este pasaje de la vida amazónica. Según Ernesto Reyna,  en su libro “Carlos F. Fitzcarrald. El rey del caucho “(1942): La Contamana llegó al Mishagua y en junio de ese mismo año emprendió el viaje hacia el “istmo”. La partida tuvo ribetes de predisposición solemne, pues Fitzcarrald dio un discurso, aparentemente ensayado, desde los balcones de su casa, donde podría ser que haya dicho lo siguiente: "Nos hemos reunido hombres de Europa, Asia y América bajo la bandera de la nación peruana, no para emprender una aventura más, sino para ofrecer a la humanidad el presente de tierras ubérrimas, donde puedan encontrar un nuevo hogar los desheredados del mundo. Ciudadanos del Centro, del Norte y del Sur del Perú: me acompañáis en la exploración más grande que se ha hecho en las montañas de nuestra Patria en los últimos tiempos; os aseguro que el éxito coronará nuestros esfuerzos y que agregaremos nuevas glorias a nuestra bandera. Pueblos de los campas y tribus de los cocamas, capanaguas, mayorumas, remos, cashibos, piros y huitotos: os llevo, como un padre bueno y justiciero, a daros el premio de los montes divinales, que se extiende por donde sale el Sol, donde abundante caza os espera; allí os daré pólvora y balas para que vuestras escopetas abatan a las bestias. Para que llegue el triunfo pronto y seguro, necesitamos trabajar sin descanso. ¡Manos a la obra!”.

El cruce del varadero de once kilómetros y medio no se hizo sin problemas con los pobladores nativos. Como se sabe, Fitzcarrald gozaba de gran simpatía entre los campas y piros, no así entre otros grupos étnicos de la zona, como los maschos y huarayos, los cuales intentaron oponerse a su presencia enviándole embajadas de advertencia. El cauchero ordenó entonces algunas "correrías", es decir, expediciones de represalia o exterminio, contra estos nativos, a consecuencia de las cuales murió un número indeterminado de maschos, aparecieron en la isla Guineal.   La obra de este “legendario”  cauchero ha sido discutida por sus hazañas  positivas de su camino y así como también por las repercusiones negativas que tuvo entre la población nativa de la Amazonia. Su vida no tuvo la dimensión de la escritura  oscura del escándalo que sí alcanzó la experiencia vivida  de Julio César Arana del Águila.  Pero,  con sus aventuras,  Fitzcarrald,  en procura de sumar  dinero y riqueza de todo tipo, sacrificó miles  de vidas. La historia lo identificará  como un caudillo que tenía como única ley la fuerza del rifle, el tiro de gracia. 

Para terminar, recordaré que la fiebre del caucho en la Amazonía peruana fue moneda de dos caras.  Por un lado atrajo en su corriente inmigratoria a hombres de diferentes nacionalidades, ávidos de dinero, que penetraron a la amazonia.  Iquitos se convirtió en una ciudad cosmopolita donde Eiffel realizaba sus proyectos y el gusto por la ópera italiana hizo delirar a la  élite  “charapa” por Enrico Caruso (no hay registro que Caruso haya actuado en Iquitos, pero si parece que en teatro Amazonas de Manaos).  La otra cara fue el infierno, la barbarie y el esclavismo depredador, la voracidad capitalista que causó tremendo dolor para las poblaciones amazónicas.  

El caucho, el guano, el salitre, el petróleo, el narcotráfico, la minería informal, la extracción maderera están causando irremediables daños a nuestra amazonia.  De ese dolor ha ido surgiendo una incipiente,  todavía, pero importante,  literatura, que para mi entender tiene en Arturo Hernández su más celebre pionero. Hernández hizo un “magma” de una novela de la problemática del caucho, pero no la publicó y se perdió en el olvido su propuesta narrativa. 
 
 

*Ponencia presentada al "Tercer Seminario de Tradición Oral y Culturas Peruanas" "Memorias de la Amazonía y el Caucho" "Encuentro de Narradores Orales" / Huaraz 1 y 2 de Octubre, y Lima 3,4, y 5 de Octubre del 2012. 

Autor: Armando Arteaga (Piura, 1952). Realizó estudios de arquitectura en la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes, de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). Estudió en la Academia de Cine bajo la dirección del cineasta Armando Robles Godoy, en el Club de Teatro con Reynaldo D’Amore, y en el TUNI con Atahualpa del Chioppo. Ha sido crítico de cine en el diario Expreso y editor de la página editorial del diario Gestión. Actualmente es director del Instituto de la Tecnología y la Cultura Andina (ITECA). Ha publicado: Callejón Sin Salida (poesía, 1986); Un Amor en que aún (poesía, 2000); Terra Ígnea (poesía, 2004); Cuentos de Cortometraje (narrativa, 2002).