El río Piura es personaje epónimo de toda la ciudad y ocupa las páginas más celebres en las obras literarias de todos los escritores piuranos, llena la sequedad poética, refresca la acción narrativa de los sucesos, aborda la teatralidad de sus dramas, ocupa la noticia periodística, y como no, llena de hechizo los fantasmas literarios del autor de Matalaché, que siempre observó el río Piura como protagonista central de la vida piurana.
El río Piura es personaje epónimo de toda la ciudad y ocupa las páginas más celebres en las obras literarias de todos los escritores piuranos, llena la sequedad poética, refresca la acción narrativa de los sucesos, aborda la teatralidad de sus dramas, ocupa la noticia periodística, y como no, llena de hechizo los fantasmas literarios del autor de Matalaché, que siempre observó el río Piura como protagonista central de la vida piurana.
Digamos, más claramente, que este río ocupa espontáneamente en el imaginario popular desde el recuerdo de los desastres de 1925 hasta las lluvias del 70 el protagonismo principal, va siempre junto al Fenómeno del Niño, como el diablo, como un ser sobrenatural y divino, aunque telúrico, también es algo celestial para el agro piurano. Mucha agua ha corrido bajo el viejo puente de madera del río Piura desde los tiempos en que Don Enrique López Albújar desahogó sus furias y sus penas en lo más piurano de sus poemas “De la tierra brava”, y en la narrativa puntual de sus ficciones.
Esta descripción de López Albújar, sobre el río Piura, acerca de los desastres de 1925, es digna también de Edgar Allan Poe, de Robert Louis Stevenson, de Guy de Maupassant, de Howard Phillips Lovecraft, o de Robert Bloch: “Se poli-bifurcó en cien brazos amenazadores, llevando en cada uno de ellos la ruina y la desolación. Fue aquello la obra de un despotismo de cien días. Sembró el terror por todas partes; profanó sitios consagrados por la muerte. Arrastrando sobre sus turbulentas aguas, en extraño y fúnebre convoy, las cajas de las tumbas; mantuvo durante largas noches de pánico, en horrible tensión los nervios de abigarradas multitudes, cuya suerte dependía de una simple baja de nivel, como esos corredores esperan la fortuna en un simple juego de bolsa”.
Entonces, la literatura piurana es un río, nace desde muy arriba, consagrada desde la noche de la historia, en la oralidad de lo tallan y lo mochica, como testimonian los relatos de su oralidad; pasan por el encuentro con lo foráneo español, por la consolidación de la revolución bolivariana, y nace bajando al mar -desde cierta mediterraneidad- a la modernidad con la poética romántica de Carlos Augusto Salaverry, y tiene en Enrique López Albújar al maestro que asume lo terrígeno de lo piurano, con su capacidad literaria donde abordó los temas piuranos de su tiempo; la literatura piurana empieza su camino hacia la modernidad, nacida con la República, tal como el propio autor de “De la tierra brava (poemas afro-yungas)” define como que… “Piura, comienza a evolucionar espiritualmente”.
López Albújar hace poesía de gran nivel (para su tiempo) y aporta para el desarrollo de la poética piurana, razón por la cual está incluido en las antología de Carlos Robles Razuri y la de Federico Varillas, que son las que ocupan el “espacio poético piurano” desde el novecentismo, el modernismo, el vanguardismo, hasta la poesía social de los años cincuenta y sesenta. López Albújar es novecentista y es modernista en poesía.
La obra poética de López Albújar toca en absoluto el tema de “piuranidad” en su libro “De la tierra brava (Poemas afro-yungas)” (1938). Encasillar a López Albújar como un poeta “modernista” no tiene originalidad específica, ni es algo especulativo literario; era además novecentista y anarquista considerado, admirador de Unamuno, de Valle Inclán, de González Prada, aunque Mariátegui lo ubicó como “indigenista” en merito por “Ushanam Jampi” de sus “cuentos andinos”, escribió y firmó de manera irónica una novela “retaguardista” como Matalaché; ubicarlo en algún “ismo” literario es algo difícil, sus páginas literarias siempre ambicionan el desorden, gravitan, indefensas y libres: los espacios de la anarquía estilística.
Descubre los pilares de la “piuranidad” en su libro “De mi casona”, proclama la sencillez de la vida de nuestra geografía piurana: confesiones campesinas, caballeros del delito, probos ciudadanos cívicos y naturales como el río, el algodón, el algarrobo, la chicha, la cruz (símbolo de la religiosidad cristiana instalada en el desierto de la “civitas” de Piura, visión pagana de cierta felicidad pueblerina llena de ferias y retretas.
Aguas abajo. Nadie ha descrito la esencia misma de la puesta escénica de la argumentación del requemar piurano por la pasión consumida de la chicha piurana. No se puede entender cualquier asentir o artimaña de la historia piurana sin la presencia acertada de la chicha piurana, siempre asequible al hombre piurano ilustrado y letrado, al campesino, al pueblerino, y al forastero.
López Albújar con su pluma literaria explica el atenuante, y el sortilegio del hombre piurano por atosigarse con el recuerdo tallan, ese néctar indiano, o el pachucho que trae siempre la alegría, por salvar y mitigar su sed de hombre de desierto desde la picantería piurana con su bandera blanca, la chicha. El chicherio piurano está que hierve de parroquianos. O, es un desierto bajo un diluvio.