La vorágine esclavista del “cauchuc” en la
literatura amazónica
Armando Arteaga*
Chirapaq, Centro de Culturas
Indígenas del Perú
Síntesis
La
amazonia en la telaraña del capitalismo internacional. Establecimiento de un
tráfico activo con el mundo externo europeo. Lo centrífugo y lo
centrípeto en la corriente inmigratoria hacia la amazonia. La presión cultural
sobre el universo de los nativos y el rasgo extractivo: económico-cultural de
la frontera colonizadora. El ciclo post-cauchero: Leguía y la revolución
del Capitán Cervantes. La visión parcializada de José Eustasio Rivera en las
masacres del Putumayo. Las atrocidades del colonialismo británico: El
Informe de Roger Casement (“El Libro Azul Británico”) o “El sueño del celta” de
Mario Vargas Llosa. Julio César Arana (El depredador peruano: empresario y
genocida). La visión “romántica” de Fitzcarral por Ernesto Reyna y el
Fitzcarral de Werner Herzog. El nativo: último morador en la escala
“clasista” en la estructura socio-económica capitalista del periodo del caucho
(1880-1914). El derrumbe del caucho y la gran depresión económica (1914-1943).El
arte cinematográfico en la devastación del caucho.
Por los años setenta empecé a interesarme por la
cultura amazónica. Ya había estado
visitando Iquitos en mi infancia motivado por algunos relatos que hacía mi
padre Américo acerca de la vida y las costumbres de los niños en la “ciudad
flotante” de Belén. Mas tarde, tuve que
realizar viajes documentales y duras navegaciones
por algunos ríos de la amazonia; ya en
mi primeros años de la universidad,
alguna vez, y nuevamente, en esta
aventura viajera acompañado por la fraterna complicidad de Antonio Salinas (en
realidad, José Antonio Palacios, escritor chimbotano que escribió algunos
sucesos referentes en su libro “El bagre partido” y que murió en Paris), compañero de hazañas que se perdió
-varias veces- navegando en el
Amazonas, para poder entrar a Manaos. Yo
tuve que regresar, en esa oportunidad, muy
pronto, a mi refugio limeño (por presión
familiar y por retorno de clases).
Motivado por la lectura de “La sal de los cerros” de
Stefano Varese visité mas tarde la orilla derecha del Pachitea, y después, algo
más tarde, el Beni boliviano y el Matto
Groso brasilero. En los ochenta volvía a visitar y a convivir con proyectos de
características más profesionales y “literarios” en toda la Región San Martín durante casi
cinco años seguidos. Y otras veces más en la Región Ucayali y Madre de Dios,
tanto como en Loreto (Iquitos y Pebas).
Motivado por mis lecturas de Bronislaw
Kasper Malinowski, Émile Durkheim y Claude
Lévi-Strauss, y aceptando
este esquema político y este concepto histórico de lo social, me fue interesante
seguir la visión antropológica que Stefano Varese da en “La sal de los cerros”,
y le otorga a los sucesos culturales que
se han desarrollado en este espacio de la amazonia, y que cubren de diversas maneras el interés
“literario” y “cultural” que aceptamos, históricamente hablando, ponerle a la devastación de la presencia del
caucho en la vida y la cultura de la amazonia peruana:
“Los eventos sociales y
culturales que tuvieron y tienen lugar entre las sociedades tribales de la
selva en el Perú, deben ser considerados como el resultado dinámico a su vez,
de un proceso que ha comprometido y compromete a una cadena de constelaciones
sociales, económicas y políticas que llega a Lima y aún mas lejos a los centros
económicos y políticos internacionales.
Estos históricamente han cambiado: desde la España de la colonia, a la
Inglaterra del siglo XIX, a los Estados Unidos del XX. Y este cambio espacial
de los centros internacionales de control ha estado relacionado con un cambio
de intereses económicos, de manera que en sucesión dialéctica ha habido más o
menos presión sobre uno u otro sector de la sociedad nacional peruana y sus
segmentos. De esta manera como se verá a
lo largo del estudio (se refiere a “La sal de los cerros”), los intereses de la
economía mundial y de la sociedad mercantil-capitalista nacional para unos
producto de la selva causaron un acentuarse de las presiones de la sociedad
envolvente sobre las aéreas de ocupación nativa. A la búsqueda española de oro, seguirá
aquéllas de los misioneros por las “almas” indias y después vendrá el interés
por las tierras, el caucho, la madera, el petróleo. Y uno de los términos del proceso es siempre
la sociedad tribal que, lejos del rousseauniano aislamiento en el que parece
creer cierta etnología falsificante, la mayoría de las veces se ha visto
arrollada inevitablemente hacia el aniquilamiento y la desaparición”.
Otro parámetro básico -referido a la Amazonia- es el referente a la ocupación poblacional de
su territorio, hito principal para entender cualquier manifestación cultural y en especial el
asunto literario, debido al “status” histórico de cada uno de los grupos
nativos al penetrar el río Amazonas: son mas de trece familias lingüísticas,
cincuentaicinco grupos etnolingüísticas, así como la su ubicación por las cuencas
de los ríos, lo que va determinando las
relaciones étnicas de convivencia. De
allí mi interés por la hipótesis que planteó en la década del ochenta la
propuesta a tener en cuenta de Richard Chase Smith en su trabajo avalado por
AIDESEP (Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana): “Las comunidades nativas y el mito del
gran vacío amazónico”. Para Richard
Chase Smith el proceso de colonización de la amazonia “está contenido de violencia, de abuso, de usurpación y de dominación
económica y cultural”. No existe ese “gran vació” que ha pregonado occidente y el
estado peruano de a mediados del siglo veinte porque ignora groseramente la
realidad ecológica y social al revivir la mentalidad colonial y de conquista, revive
a fuerza neo-colonial de los poderes económicos y culturales. Nunca han estado “vacantes” las tierras
habitadas por grandes poblaciones tribales y étnicas de la amazonia que la
codicia de la colonización europea ha sometido groseramente a un etnocentrismo
descarado y a los intereses económicos de los poderes coloniales europeos desde
siempre.
El descubrimiento del “cauchuc”, leche de árbol,
esta planta malvácea de la amazonia peruana y brasilera, despertó la codicia de
los visitantes extranjeros y levantó en la imaginación contemporánea los más divergentes y afiebrados relatos. “La madera que
llora” para los nativos, era para los extranjeros que visitaban entonces la
amazonia en avanzada mercantil: el jebe, la goma elástica, el látex, que los
embarraría de increíble dinero para mover el mundo europeo de otras fantasías.
La goma o la “shiringa” exprimida de las
diversas plantas euforbiáceas y moráceas de las entrañas intertropicales
terminarían convulsionado y disturbando todo el mundo amazónico: su cultura mítica-lunar,
su cosmovisión mágico-religiosa y pan naturalista.
Occidente terminó en parte con las relaciones
socio-económicas estructuradas en torno a la organización familiar desarrollada
por sus poblaciones nativas de asentamientos dispersos que vivían en el
principio de la reciprocidad y la participación social, derivada de las
cualidades “carismáticas” de sus habitantes.
Apenas aceptada, la amazonia descrita por las primeras expediciones de
misioneros españoles como un mosaico de grupos tribales y de lenguas. Ni los incas
ni los españoles pudieron entrar tan fácilmente al paisaje amazónico, y menos a
la conciencia étnico-cultural de sus pobladores, de sus grupos nacionales. La presencia del mercantilismo capitalista
que provocó el caucho fue nefasta para el desarrollo de proceso cultural de la
amazonia. La vorágine esclavista del
“cauchuc” fue desarrollada a pólvora y sangre. La fuerte corriente inmigratoria
que invadió la amazonia por el caucho, presionó nefastamente el mundo de los
nativos, expulsándolos de sus territorios y atrapándolos injustamente en ataduras
de relación capitalista.
Dos etapas cubren el llamado Período del Caucho en
el desarrollo histórico de la Amazonia.
El Primer Periodo del auge del caucho va de los inicios de 1880 a 1914,
la Amazonia se debatió bajo la hegemonía
del mercantilismo capitalista extranjero.
El Segundo Periodo de la recesión y de la depresión económica, del
derrumbe del caucho va desde 1914 a 1943 cuando la presencia inglesa es
desplazada por la hegemonía del capital norteamericano que asoma por la
amazonia en busca de nuevos recursos naturales como el petróleo, el tabaco, el
café, el algodón, la coca, modificando su modo de producción agrícola y su
estructura socio-económica.
La “plusvalía”
del caucho desarrolló las primeras estrategias del capital comercial y
urbanístico en Iquitos, en Manaos, y en otros centros poblados. La Amazonía ingresa como un enclave
extractivo en la estructura capitalista europea. La estructuras socio-económica
de la selva adquieren una fisonomía clasista, y el poblador nativo es sometido a
ocupar la parte más baja en la escala de
esa nueva pirámide social.
Los primeros detalles representativos que encontramos en la
literatura y en la historia referida al caucho están en Charles-Marie de La
Condamine que envió una muestra del
“cauchuc” a París en 1736. Organizó una
expedición por el Amazonas. Volvió a
Paris en 1744 y publicó los resultados de sus hallazgos:
descubriendo para los europeos el caucho y la quinina, e instauró las bases
para el sistema métrico global.
En el documento “Relaciones
Interesantes y Datos Históricos Sobre Las Misiones Católicas del Caquetá y
Putumayo desde el año 1632” se dan algunas referencias del caucho por los
primeros misioneros, habla de los indios witotos que juegan con una pelota: “Primero cogen un pedazo de yesca y lo
redondean hasta darle un tamaño de una
bola pequeña, esta la cubren con una capa de caucho, luego con otra de yesca, y
así sucesivamente, hasta que queda el tamaño de una naranja”.
A mediados del siglo XIX se
habla con insistencia de las virtudes del caucho y de sus posibilidades
industriales, debido a la vulcanización: esta goma elástica se ofrece a múltiples
aplicaciones que cambiaría muchas costumbres en el mundo occidental, aumenta
su demanda y su valor comercial. El caucho alcanza precios elevados, y se
desata una verdadera avalancha del uso del caucho. En la Oficina de Patentes de los Estados
Unidos, la N- 3,633 del 15/06/1844 se lee: “yo,
Charles Goodyear…he inventado ciertas nuevas y útiles mejoras en la manera de
preparar material de caucho o goma elástica…mi principal mejora consiste en la
combinación de azufre y albayalde con la goma elástica y en la exposición del
compuesto así formado a la acción del calor a una temperatura regulada”. Por allí empieza la abultada demanda del
caucho que origino la fabricación de llantas en la industria automotriz.
Hildebrando Fuentes en sus
“Apuntes geográficos, históricos, estadísticos, políticos, sociales” (Lima,
1908) describe el proceso del cambio de la amazónica (espacio natural
desconocido hasta ese momento) para por obra y gracia del caucho ocupar un
nivel de importancia en el mundo empresarial y de los negocios, de la industria
que empezaron a interesarse por la goma elástica: abriendo sus arcas del
crédito, enviando y nombrando agentes, buscando socios y montando el andamiaje
de un emporio comercial. Hildebrando Fuentes
describe así la estructura organizativa comercial de la explotación del caucho
con sus bemoles esclavistas:
“Existían
dos formas de conexión: la asociación y la habilitación. En el primer caso (la asociación), los centros industriales extranjeros ponían a
disposición de sus asociados de la selva, todo el capital que necesitaba, en
cuenta corriente. Por los fondos que
suministraban cobraban el interés del 5 ó 6 % anual. Al fin del año las ganancias se distribuían
de la manera siguiente: se abonaba primeramente el interés de los socios
industriales de Iquitos (la selva) y a los empleados a los que se les había
concedido un tanto por ciento. Después
dejaban un tanto por ciento para el fondo de reserva de la casa de Iquitos, y
los restantes se enviaba a Europa, en donde se hacia el reparto entre los
socios de la casa principal”.
Cuando se trata de la habilitación (segundo caso), el
“habilitador europeo”, que sólo abría crédito limitado, cobraba a su habilitado
de “Iquitos el 5 ó 6 % de interés anual
por el capital suministrado y el 2 % de comisión, si el préstamo había
consistido en dinero. Si era en
mercadería la casa cobraba el 5 % de interés anual y el 5 % de comisión. Y, como la casa de Iquitos pagaba en caucho,
cobraban además, el 2 % como comisión de venta”.
Así la amazonia de Brasil y Perú
vieron penetrar hasta lo mas profundo de sus entrañas grandes oleadas de
inmigrantes, ávidos de extraer la savia de los arboles. Cambiando el ritmo de vida, antes pacifica
por otra de ritmo acelerado y de violencia, de vértigo social. El ruido de los motores de los barcos y las
lanchas, o de los botes, junto con el golpear de las hachas y el disparo de las
carabinas “winchester” fue matando el canto de las aves, el delicado roce de la
canoa al cortar el fluir del agua de los ríos.
La estructura comercial de habilitación impuso un enclave feudal, y esclavista, desarrollada de la siguiente manera:
Habilitadores (Grandes consorcios extranjeros), Casas principales de Iquitos,
Patrón Cauchero, Peón Cauchero. La amazonia se convirtió en un enclave
extractivo de los grandes monopolios extranjeros: ingleses y norteamericanos.
Jorge M. von
Hassel en su texto “La industria Gomera en el Perú” distingue dos tipos de trabajadores en la
base de la pirámide social extractiva del caucho, entre los patronos caucheros
mestizos y los peones caucheros nativos sobre cuyas espaldas se llevó esta ofensiva
esclavista. Los patrones caucheros eran
generalmente audaces inmigrantes, sin escrúpulos, aventureros, nómadas,
atrevidos exploradores, viviendo a expensas con su machete, su escopeta y su
hacha, el “boom” del caucho los atrajo desmedidamente y se instalaron definitivamente,
quedando arraigados en la amazonia. Hicieron parte del trabajo sucio. Se
diferenciaba del peón cauchero por su rol productivo y por sacar una mejor
tajada en las ganancias. El peón
cauchero tenía que desarrollar el trabajo más pesado, que era de dos maneras:
“el cauchero” y “el siringuero”. El
“cauchero” cortaba los arboles en el motivo de sacarle hasta la ultima gota del
codiciado caucho. El “siringuero” era el nativo abría sus venas del árbol con
algunos cortes y recogías la savia que brotaba de la herida. Jorge M. Von Hassel ha descrito con acierto este duro y
pesado trabajo del peón cauchero: “El
cauchero corta el árbol y recoge la leche en baldes, la transporta a una
excavación que tiene en forma casi cuadrada y una profundidad de 30 a 40 cm., y
allí mezclándola con jabón ordinario o con una infusión de vetilla (especie de
bejucos), provoca la coagulación. A esto se llama caucho en planchas. Si se quiere obtener “sernambí de caucho” se
sangra la raíz y el tronco y se deja que la savia se coagule al contacto con el
aire, formando canalitos largos para este fin y enrollando las cintas así
formadas. Para obtener la shiringa se
recoge la savia de las tishelinas y se echa a una batea que está al fuego. Empieza la “defumación” que es un trabajo
bastante pesado, pues el humo espeso y tupido debe dar a todo el líquido”.
Joseph F. Woodroffe en su libro “La Industria del
Caucho en el Amazonas” describe las condiciones difíciles del trabajo del peón
cauchero, unas veces trabajando con el “fango hasta las rodillas” o con “al
agua a la cintura” y en otras “pisando espinas”, expuesto a todo tipo de
peligros, a enfermedades como el paludismo, fiebre amarillas, etc..., picaduras
de víboras o de algún insecto venenoso, y a ser el blanco de ocasionales
flechas envenenadas. Woodroffe confirma:
“El recolector de caucho del Amazonas
trabaja casi si excepción, en condiciones terribles de contemplar, aun para
aquellos que están endurecidos. Las
penurias y privaciones que se ven forzados innecesariamente a soportar, son de
naturaleza tan asqueante y cruel, que se hace difícil expresarlo con la palabra
impresa”.
La ausencia de mano de obra en la amazonia despertó
la mal llamada “caza de indios”. El
nativo se vio perseguido, visto como una bestia salvaje. Los testimonios literarios son unánimes en
presentar esta dolorosa realidad. Eran
despiadadamente perseguidos los nativos para
realizar estos trabajos de peones caucheros.
Los caucheros permanentemente los asaltaban en sus tambos para robarles
sus armas, sus instrumentos y su “fariña”; se organizaban constantes
“correrías” para ahuyentarlos de sus territorios, si los arrestaban con vida
eran trasladados a sitios lejanos para ser sometidos a trabajos como verdaderos
esclavos y frecuentemente vendidos como tales; si los nativos oponían
resistencia y defendían sus “malocas” y a sus pequeños hijos, resultado de esta
rapacidad, eran muertos sin
misericordia.
El testimonio inicial más representativo en la
literatura latinoamericana de esta situación deplorable para los pobladores de
la amazonia está en la novela “La vorágine” del colombiano José Eustasio Rivera. Por los diversos escenarios donde se
desarrolla la novela que relata las desventuras y peripecias del poeta Arturo
Cova con su amante Alicia: historia apasionada y de venganza ubicada en el
escenario de los llanos y la amazonia, en donde dos amantes huyen de la
sociedad, expuestos a los confines de las duras condiciones de vida de los
colonos y los indígenas esclavizados durante la fiebre del caucho. Rivera, uno de los primeros precursores de
la novela realista latinoamericana describe algunos detalles de este periplo
amazónico y del nefasto poderío cauchero: “Los
indios encargados de procurarnos la mercancía fueron estafados por los tenderos
de Orocué. En cambio de los artículos
que llevaron: “seje”, chinchorros, “pendare” y plumas, recibieron baratijas que
valían mil veces menos. Aunque el Pipa
les enseño cuidadosamente los precios razonables sucumbieron a su ignorancia y
la avilantez de los exploradores volvió a enriquecerse con el engaño. Unos
paquetes de sal porosa, unos pañuelos
azules y rojos y algunos cuchillos, fueron el írrito pago de la remesa, y los
emisarios tornaron felices de que, como otras veces, no les hubieran obligado a
barrer tiendas, cargar agua, desyerbar la calle, empacar cueros”.
Otro detalle a notar en la novela de Rivera en el
sesgo de cierto patriotismo del escritor colombiano que en parte contrasta con
el “Informe Especial del Comité Selecto de Putumayo” que elaborara el Juez Dr. Rómulo
Paredes como resultado de las investigaciones de estos nefastos acontecimientos
sobre “correrías” y “caza de indios”: “Por ejemplo, las masacres del Putumayo
que tanta literatura han originado. El
Sr. Carlos Loayza los atribuye a los
colombianos, particularmente al Sr. Crisóstomo Hernández. Los colombianos en la novela “La Voragine”
inculpan a los peruanos y en concreto al Sr. Arana (se está refiriendo a César
Arana, el magante del caucho). Sea
cualquiera el autor de la masacre parece que ésta efectivamente se dio, pues en
esto hay coincidencia”. Para tener una idea del problema de la violencia
engendrado por la fiebre del caucho: se habla de que la casa Arana tenía más de
12,000 indios enrolados o “enganchados” en la extracción del caucho.
José Eustasio Rivera describe a César Arana en “La Vorágine”
como "Un hombre regordete y abotagado, pechudo como una
hembra, amarillento como la envidia". En realidad, Arana fue un desalmado
“emprendedor” y negociante, un prototipo
del actual narcotraficante que manchó sin escrúpulos sus blancas manos con
sangre derramada de miles de indígenas que otorgaron su vida contra este afán desmedido
por obtener riqueza, que llegó por las bondades de la politiquería amazónica a
ser alcalde de Iquitos y presidente de la Cámara de Comercio, además de
realizar pingues negocios con empresarios ingleses que colaboraron en la
financiación de este sucio negocio, mientras los gobiernos de Perú, Colombia y
Brasil colaboraron con el genocidio y la vil explotación de los indígenas de
nuestra amazonia.
La explotación del caucho
está relacionada a otras situaciones políticas , al conflicto con Colombia, a
personajes controversiales que surgieron en esa época, algunos de ellos incluso
“personajes de novela realista” : el periodista limeño Benjamín Saldaña Roca,
presuntamente anarquista, el cónsul inglés Roger Cassement (de quien Mario
Vargas Llosa ha referido con lujo de detalles en su novela “El sueño del
celta”), los empresarios caucheros Julio C. Arana y Carlos F. Fitzcarrald, el
juez Carlos Valcárcel, entre otros. Para tener en cuenta estos acontecimientos
de la fiebre del caucho había que hurgar en el rol que cumplió la prensa: diarios como La Felpa, y La Sanción (de Iquitos), El
Comercio de Lima, y la revista inglesa
Truck.
Una galería de personajes
invade la imaginación literaria de esta
época de conflictos que se prolonga durante la pugna peruano-colombiana
por el Caquetá-Putumayo hasta 1937, allí aparecen el presidente Augusto B. Leguía y su canciller Alberto
Salomón, el Coronel Luis Sánchez Cerro que lo derrocó y murió asesinado en Lima
por mano aprista poco antes de emprender la guerra con Colombia cuando era
presidente, el diplomático colombiano Favio Lozano, y el Capitán Cervantes: jefe de la revolución “federalista” loretana
contra el Tratado Salomón-Lozano. Imposible obviar la actuación diplomática de
Colombia que litigó desde el siglo XIX por expandirse al Putumayo mediando
incluso enfrentamientos armados. Estados Unidos, se inmiscuye también, al apoyar la separación para constituir el Canal de
Panamá, y compensó dadivas a Colombia
para alcanzar los beneficios del Putumayo. Inglaterra: propició y financió la devastadora
explotación del caucho. El mismo año (1885), en que se inicia la explotación masiva: el
funcionario inglés R. Markham planea y despinta el robo de semillas en Brasil,
con su agente Wickman.
Década y media de años
después producirá caucho masivamente en sus colonias de Asia, deprimiendo
económicamente a las caucheros sudamericanos, incluyendo a Julio César Arana, el personaje depredador más importante de
la Amazonía, y cuya influencia se
extiende desde los inicios del "boom" del caucho, pasa por la total
ruina cauchera, el conflicto con Colombia, la pérdida del fundo Putumayo de 5
millones de hectáreas, y su ocaso, hasta
morir en Lima a la edad de 90 años. Arana es el personaje principal en toda
esta trama, también el más vilipendiado internacionalmente, y el único sometido a tribunales
internacionales por sus fechorías. Una
corte encabezada por el juez Carlos Valcárcel en Iquitos lo acusó, no pasando
nada, suceso que quedó frustrado. En el Parlamento de Londres fue juzgada su
empresa cauchera Peruvian Amazon y los financistas ingleses la liquidaron en
vísperas del copamiento del mercado mundial con el aval del plus monetario del caucho
inglés de Asia.
En
1896 funda la "J.C Arana y Hermanos" al mismo tiempo que se instalaba en Iquitos,
que ya vimos que era la principal ciudad de la amazonía peruana, con su familia.
Pronto su empresa controlará gran parte del mercado del caucho de la región y
será conocida simplemente como Casa Arana. Pero al igual que Fitzcarrald, Arana
quiere más y ante el problema de la mano de obra asalariada cada vez más
difícil de contratar, Arana comprendió que podía seguir el camino abierto por
el fallecido Fitzcarrald y usar a los indígenas como mano de obra esclava. Eran
más resistentes a las enfermedades, a la hostilidad del clima y los peligros de
la selva ya que habían nacido y vivido allí y con ellos, lograrían aumentar la producción, y además le saldría casi gratis. Después de
recorrer diferentes zonas centra su atención en las tierras que se extienden a
orillas del río Putumayo, un nombre que significa "río que nace donde
crecen las plantas cuyos frutos son usados como vasijas", pues era una
zona muy rica en árboles de los que podía extraerse caucho. En la actualidad el
río Putumayo constituye en gran parte de su recorrido la frontera entre Perú y
Colombia.
Otro
documento importante para el esclarecimiento de esta coyuntura de la explotación del caucho
en la amazonia es “El Libro Azul Británico. Informe de
Roger Casement y otras cartas sobre las atrocidades en el Putumayo” (CAAAP/IWGIA.
Lima, 2012), es la primera traducción
del inglés al castellano de las cartas entre el Ministerio de Relaciones
Exteriores británico y Sir Roger Casement, cónsul en Río de Janeiro cuando su
gobierno le encomendó, el 21 julio de 1910, investigar las denuncias contra la
empresa The Peruvian Amazon Co., que operaba en los territorios entre los ríos
Putumayo y Caquetá, cuyo gerente y principal accionista era el industrial
peruano Julio César Arana, natural de Rioja (San Martín). Los testimonios
recogidos por Casement dan cuenta de una realidad tan brutal, donde cuesta
creer que hayan existido seres capaces de desatar tal odio contra los indígenas,
que fueron exterminados por la barbarie cauchera.
Nos recuerda Alberto Chirif
a propósito de la presentación del El Libro Azul Británico de Roger Casement
sobre el Putumayo: “El
auge de la explotación de gomas silvestres amazónicas se originó en este contexto
de exploraciones y conquista de la Amazonía y fue motivada por la demanda de
las industrias emergentes de países de Europa y los Estados Unidos. La crisis
del comercio de esas gomas explica de la misma manera: la pérdida de interés en
esos recursos amazónicos por parte de esos países por haber encontrado una
fuente alternativa de abastecimiento en los gomales cultivados por Gran Bretaña
en sus colonias del Sudeste asiático, a partir de semillas robadas en la
Amazonía brasileña. Si recordamos, productos como el salitre y el guano han
pasado por procesos similares de auge y pérdida de interés cuando se han
descubierto sucedáneos más baratos y de más fácil explotación”.
La novela “El sueño del
celta” de Mario Vargas Llosa narra la aventura del irlandés Roger Casement,
penitente que aparece en el Congo de 1903 y que termina una mañana de 1916 en
una cárcel de Londres. El perfil de este personaje es múltiple: va de héroe a
villano, de libertario a traidor.
Casement es uno de los primeros europeos en denunciar los horrores del
colonialismo ingles. La Amazonía es parte del escenario, en esta novela, del territorio abordado, y por supuesto, los escabrosos desenlaces de la tiranía humana que supuso la
explotación europea del caucho en la amazonia.
Vargas Llosa ya había abordado el esplendor amazónico en otras novelas
como La Casa Verde y El Hablador.
Carlos
Fermín Fitzcarrald López, fue el más grande cauchero, calificativo que levanta
la biografia-relato de Ernesto Reyna, puede ser algo rebatible pero siguiendo
la ruta de sus “hazañas” se trataría de un hombre de ambiciones y desmedidas
acciones que lo ubican como un caudillo violento y paternal. Un aventurero que se extendió y se estableció
económicamente entre los ríos Ucayali y
Madre de Dios. Era una leyenda viva, hasta su muerte, el 5 de junio de 1897, en un accidente
fluvial. Tenía
apenas 35 años de edad. Carlos Fermín Fitzcarrald
López nació en San Luis de Huari en 1862, en Ancash. Hijo de un marino
norteamericano que se vinculó sentimentalmente con una peruana. No se llamaría
como lo conocemos sino que su verdadero nombre fue Isaías F. Fitzgerrald. Tuvo
que obligarse a cambiar su nombre y los apellidos para eludir a la justicia peruana, que no lo condenara, acusándolo falsamente de haber sido espía chileno en la Guerra del
Pacífico.
Esta
acusación, no fue comprobada ni corroborada;
pero esa habría sido la causa que lo llevó a
huir a la Amazonía con otro nombre. Poco después de 1888, ya era conocido como el rey del caucho. Cada cierto período cambiaba la ubicación de su
trabajo: el Pachitea, el Alto Ucayali (zona ésta donde estableció su casa
matriz, lujosa y rodeada de delicadas áreas verdes cuidadas por jardineros chinos),
el Tambo, el Apurímac, el Urubamba, el Madre de Dios, el Purús. Para poder
movilizarse con rapidez de un lugar a otro de su vasto “imperio”, Fitzcarrald y
sus dos socios (los barones del caucho Nicolás Suárez, de Bolivia y el español
Antonio Vaca Diez) organizaron una
flotilla de botes y habían “armado” un vapor que podía surcar la mayoría de los
ríos de la selva central. En él se podía tomar el mejor vino francés y descansar
en cómodos camarotes, rememora Ovidio Lagos en su libro “Arana, Rey del Caucho”
(Arana, Rey del Caucho, Ovidio
Lagos. Título original The Devil’s Larder: (“La Despensa del Diablo”).
Copyright Jim Crace, 2001; Copyright
Emecé Editores, S. A. 2003).
Mientras las otras edificaciones de la época cauchera lucían con las
ostentaciones de paredes recubiertas con azulejos portugueses, balcones con
fierro labrado y diseños de arquitectura europea. Fitzcarrald vivía de otra
manera. Contrajo nupcias con Aurora Velazco, hijastra del comerciante brasileño
Manuel Cardoso da Rosa. Eso fue lo que hizo para vivir en Iquitos, sin embargo
algo diferente ocurrió en las interioridades de la selva peruana. La casa que
mandó edificar en 1892, en la confluencia del Ucayali y el Mishagua tenía otras
características. Fue una verdadera mansión, destinada a ser su centro de
operaciones, construyeron un edificio de tres pisos y se distribuyeron
veinticinco habitaciones, y todo fue en
madera de cedro. Jardineros chinos fueron traídos para cuidar el huerto y los
jardines, a los que según se dice “entregaban esmerados cuidados”. Poseía un
almacén en el que podía encontrarse una gran diversidad de mercancías. Al lado
de la propiedad de Fitzcarrald se instalaron otros caucheros y de esa manera
formando una pequeña población.
El sueño de Fitzcarrald era construir un ferrocarril en todo el tramo del “istmo”,
tanto así que ya se habían tomado los primeros pasos. El avance se da cuando el 1 de mayo de 1897
partió desde Iquitos el vapor “Adolfito” con mercadería y con los rieles,
herramientas con los que se empezaría el
tendido del ferrocarril, pero la fatalidad se interpuso en lo planeado. El 9 de
julio, la nave se dispuso a atravesar
uno de los “rápidos” del Alto Urubamba,
en el pasaje conocido como Shepa. Estaban a punto de lograrlo, pero en la
maniobra se rompió la cadena del timón y la corriente estrelló el barco contra
las rocas. En medio de la confusión, Carlos Fermín Fitzcarrald vio que su socio
boliviano Vaca Díez estaba ahogándose y acudió en su auxilio, pero las aguas lo
envolvieron. Ambos murieron, sus cuerpos fueron arrastrados por la corriente y las
hazañas de Carlos Fermín Fitzcarrald fueron únicas, su legendaria figura
cargada de audacia le llevó a muchas conquistas, y su osadía la encaminó a su trágica muerte.
Hacia mediados de la década de 1890, el cauchero era mentado con mucho respeto
en cada conversación y a todo nivel, fundamentalmente en los ambientes
financieros y comerciales de esta Amazonía donde se sentía el agitado flujo de
los negocios y el dinero.
Existe un episodio sorprendente que realmente ocurrió,
de todo este boato, y que fue ponderado mucho durante el film dirigido por el alemán
Werner Herzog, en la película “Fitzcarraldo”,
con las actuaciones estelares de Klaus Kinski y Claudia Cardinale, y en otro momento –en un primer intento de la filmación-
por Jason Robarts y Mick Jagger. La película es una especie de biografía de Fitzcarrald, donde se recrean escenas de un vapor desarmado
que es trasladado por grupos de indios por un varadero (camino poco ancho,
ubicado generalmente en medio de la selva que une a dos ríos), para ser armado al llegar al otro río. Ese
camino es ahora conocido como el "istmo de Fitzcarrald" que vincula el río Cashpajali
con el Manu y el Madre de Dios. Se dice
que en 1895, mientras navegaba por esas aguas en el vapor “Contamana”, puso a
prueba su capacidad logística y quebró distancias enfrentando a la naturaleza
para alcanzar esta insólita proeza, o locura humana.
Su
gran momento llegó por esa época, cuando se asoció con dos barones del caucho, dueños de riquezas incalculables: Nicolás
Suárez, de Bolivia, y el español Antonio
Vaca Diez, con inmensos territorios caucheros en Brasil. Su descubrimiento, el “istmo
de Fitzcarrald”, fue una suerte de paso
estratégico que unió las cuencas de los ríos Ucayali y Madre de Dios, ahorrando
recorridos inútiles y costos altísimos. La unión comercial de estos tres
hombres fue apabullante. Iniciaron la compra en Inglaterra de una prodigiosa
flota fluvial, compuesta por vapores especialmente diseñados para esos ríos y
su poder de dominación
fue entonces absoluto y tiránico. Para
emprender este derrotero, se dice que, se cumplió con un acto de solemnidad, todo un
ceremonial con sus protocolos y con la mirada en la historia que registraba
este pasaje de la vida amazónica. Según Ernesto Reyna, en su libro “Carlos F. Fitzcarrald. El rey del
caucho “(1942): La Contamana llegó al Mishagua y en junio de ese mismo año
emprendió el viaje hacia el “istmo”. La partida tuvo ribetes de predisposición
solemne, pues Fitzcarrald dio un discurso, aparentemente ensayado, desde los
balcones de su casa, donde podría ser que haya dicho lo siguiente: "Nos hemos reunido hombres de Europa,
Asia y América bajo la bandera de la nación peruana, no para emprender una
aventura más, sino para ofrecer a la humanidad el presente de tierras ubérrimas,
donde puedan encontrar un nuevo hogar los desheredados del mundo. Ciudadanos
del Centro, del Norte y del Sur del Perú: me acompañáis en la exploración más
grande que se ha hecho en las montañas de nuestra Patria en los últimos
tiempos; os aseguro que el éxito coronará nuestros esfuerzos y que agregaremos nuevas
glorias a nuestra bandera. Pueblos de los campas y tribus de los cocamas,
capanaguas, mayorumas, remos, cashibos, piros y huitotos: os llevo, como un
padre bueno y justiciero, a daros el premio de los montes divinales, que se
extiende por donde sale el Sol, donde abundante caza os espera; allí os daré
pólvora y balas para que vuestras escopetas abatan a las bestias. Para que
llegue el triunfo pronto y seguro, necesitamos trabajar sin descanso. ¡Manos a
la obra!”.
El
cruce del varadero de once kilómetros y medio no se hizo sin problemas con los
pobladores nativos. Como se sabe, Fitzcarrald gozaba de gran simpatía entre los
campas y piros, no así entre otros grupos étnicos de la zona, como los maschos
y huarayos, los cuales intentaron oponerse a su presencia enviándole embajadas
de advertencia. El cauchero ordenó entonces algunas "correrías", es
decir, expediciones de represalia o exterminio, contra estos nativos, a
consecuencia de las cuales murió un número indeterminado de maschos, aparecieron
en la isla Guineal. La obra de este “legendario”
cauchero ha sido discutida por sus
hazañas positivas de su camino y así
como también por las repercusiones negativas que tuvo entre la población nativa
de la Amazonia. Su vida no tuvo la dimensión de la escritura oscura del escándalo que sí alcanzó la
experiencia vivida de Julio César Arana
del Águila. Pero, con sus aventuras, Fitzcarrald,
en procura de sumar dinero y
riqueza de todo tipo, sacrificó miles de
vidas. La historia lo identificará como
un caudillo que tenía como
única ley la fuerza del rifle, el tiro de gracia.
Para terminar, recordaré que la fiebre del caucho en la Amazonía
peruana fue moneda de dos caras. Por un
lado atrajo en su corriente inmigratoria a hombres de diferentes
nacionalidades, ávidos de dinero, que penetraron a la amazonia. Iquitos se convirtió en una ciudad
cosmopolita donde Eiffel realizaba sus proyectos y el gusto por la ópera italiana
hizo delirar a la élite “charapa” por Enrico Caruso (no hay registro
que Caruso haya actuado en Iquitos, pero si parece que en teatro Amazonas de
Manaos). La otra cara fue el infierno,
la barbarie y el esclavismo depredador, la voracidad capitalista que causó tremendo dolor para las poblaciones amazónicas.
El caucho, el guano, el salitre, el petróleo, el narcotráfico, la
minería informal, la extracción maderera están causando irremediables daños a
nuestra amazonia. De ese dolor ha ido
surgiendo una incipiente, todavía, pero importante, literatura, que para mi
entender tiene en Arturo Hernández su más celebre pionero. Hernández hizo un
“magma” de una novela de la problemática del caucho, pero no la publicó y se
perdió en el olvido su propuesta narrativa.
*Ponencia presentada al "Tercer Seminario de Tradición Oral y Culturas Peruanas" "Memorias de la Amazonía y el Caucho" "Encuentro de Narradores Orales" / Huaraz 1 y 2 de Octubre, y Lima 3,4, y 5 de Octubre del 2012.
Autor:
Armando Arteaga (Piura, 1952). Realizó estudios de arquitectura en la
Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes, de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI).
Estudió en la Academia de Cine bajo la dirección del cineasta Armando Robles
Godoy, en el Club de Teatro con Reynaldo D’Amore, y en el TUNI con Atahualpa
del Chioppo. Ha sido crítico de cine en el diario Expreso y editor de la página
editorial del diario Gestión. Actualmente es director del Instituto de la
Tecnología y la Cultura Andina (ITECA). Ha publicado: Callejón Sin Salida
(poesía, 1986); Un Amor en que aún (poesía, 2000); Terra Ígnea (poesía, 2004);
Cuentos de Cortometraje (narrativa, 2002).