DE LA POESÍA ACTUAL EN ECUADOR (1)
Armando Arteaga
Presentación
Es un lugar común explicar que la gran tradición de la poesía actual del Ecuador empezó con la hegemonía de cierto barroquismo, de un gongorismo exótico y nativo (en el periodo de su literatura colonial), trascendiendo el racionalismo europeizante, venciendo la sintaxis criolla. El neoclasicismo de Olmedo abrió las puertas, más tarde que nunca, al modernismo, entusiasmó la advocación de su academicismo, lejos todavía de las actitudes renovadoras.
Es, recién, en el gesto “creacionista” de Miguel Ángel León con la aparición de su libro “Labios sonámbulos”, y el entusiasmo critico desbordante de Ignacio Lasso, que a pesar de su temprana muerte, nos dejó su “Escafandra”: ambos poetas me resultan ser los asignados pioneros de su vanguardia poética.
El vanguardismo poético ecuatoriano fue un tren -lleno de sorpresas verídicas- en donde viajaron en presagio de modernidad: Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero, César Andrade y Cordero, Augusto Arias, y Alfredo Gangotena, un “rara avis”. Jorge Carrera Andrade, me resulta, para mi gusto, un gran poeta: homogéneo y de un refinado manejo verbal. Gustavo Escudero es muy hábil para lo lúdico y lo metafórico (en “Hélices de huracán y del sol” e “Introducción a la muerte”). César Andrade y Cordero abordó lo natural y lo humano en “Cúspides doradas”, desde una visión también filosófica. Augusto Arias, al que hay que reconocerle exclusivos méritos poéticos, a pesar de que su producción fue breve.
Alfredo Gangotena merece especial atención y un espacio de reconocimiento para recordarlo como uno de los grandes poetas latinoamericanos, tal como en nuestro caso el peruano César Moro, escribió en francés y en español. La obra poética de Gangotena es estupenda, ligada a la experiencia literaria de Jules Superville y Henri Michoux.
La “subversión” de los “provincialismos” logró un virtuoso nivel poético cuyo producto más alto fue la gestión y la publicación de la revista “Madrugada” que fundó Galo René Pérez, donde destacaron los nombres de César Dávila Andrade (de Cuenca); Enrique Noboa Arízaga (de Cañar); Eduardo Ledezma (de Loja; Miguel Augusto Egas, Cristóbal Garcés Larrea, Rafael Díaz Icaza, Alejandro Velasco, Tomás Pantaleón (de Guayaquil); Jorge E, Adoum (de Ambato). Y, otros poetas libres e insulares, sin influencias de grupos, como Efraín Jara Idrovo, Eugenio Moreno Heredia, Teodoro Venegas Andrade, Jacinto Cordero Espinoza (de Guayaquil).
Jorge E. Adoum y Hugo Salazar Tamariz son los poetas más reconocidos en nuestro medio literario por la divulgación de sus obras poéticas entre nosotros. El caso de Adoum, por su novela “Entre Marx y una mujer desnuda”.
Muchos otros grupos valiosos han aportado al desarrollo poético y literario ecuatoriano después del auge del grupo “Madrugada”, destacando “Umbarales”, “Presencia”, “Club 7”, “Caminos”, “Galaxia”, y los “Tzántzicos”. Los “Tzántzicos” fue un grupo fuerte y “orgánico” que aparece en la década del sesenta, lo integraron: Marco Muñoz, Alfonso Murriagui, Simón Corral, Teodoro Murillo, Euler Granda y Ulises Estrella (fundadores), posteriormente se incorporarían: Jos Ron, Agustín Cueva, Fernando Tinajero, Bolivar Echeverría, Raúl Arias, Rafael Larrea, Humberto Vinueza, Francisco Proaño Arandi, Iván Egüez, Abdón Ubidia, Antonio Ordoñez, Álvaro Juan Félix, Luis Corral, Alejandro Moreano, Bolívar Echeverría, Leandro Katz, José Corral, y la única voz femenina: Sonia Romo Verdesoto. El prestigio de los “Tzántzicos” llegó a nosotros a través de la revista del Frente Cultural “La Bufanda del Sol” (N-2, Abril, 1972), aunque en la revista ya había una aproximación irónica “¿Réquiem por el Tzantzismo? de Esteban del Campo, donde se criticaba “el parricidio” como la gran manifestación de su “tomada de conciencia”.
Mas tarde, esta aproximación cultural por la amistad peruana-ecuatoriana se concretó simbólicamente con Ulises Estrella, que nos visitó al Primer Encuentro del Consejo de Integración Cultual latinoamericana CICLA, en 1986, al igual que Cristóbal Garcés Larrea; y mucho antes, con Carlos Rojas González, cuya amistad viene desde 1975, cuando nos conocimos en el Café Palermo, Lima, y publicamos un poema suyo en la revista “Auki” N- 1 (Marzo, 1975). Justamente, publicamos una crónica de Carlos Rojas González en memoria de aquel “encuentro” con otros poetas peruanos de la década del setenta, y en esta discreta “antología”, con singulares poetas ecuatorianos, seleccionada “tangencialmente” para tener en cuenta de estas representativas voces, del país norteño y vecino.
Selección de textos y poemas
ENTONCES
(CRÓNICA)
A Juan Ramírez Ruiz,
José Watanabe, que
siempre están.
Amo el invierno
Y no renunciaré jamás a la belleza de incendiar
Los árboles de un bosque en el otoño
(Armando Arteaga)
Carlos Rojas González*
Apenas consigo instalarme en internet se me ocurre abrir las páginas de mis amigos, debe ser una especie de curiosidad malsana, como decía mi madre, para ver en qué se encuentran, qué ha sido de sus vidas, acaso han conseguido lo que hace algunos años nos proponíamos. En ese intervalo que marca la espera de descarga de información me los imagino en un ahora, pero un ahora de entonces con el pelo largo, haciendo planes de lo que se pensaba hacer, por ejemplo en 1970, cuando sin conocer a nadie me instalé a tomar una cerveza Pilsen en el café del hotel La Colmena y en esas conversaciones iniciales que se tienen con el mesero le pregunté lo más que pude sobre Lima y él me mostró amablemente algunos sitios donde un joven turista podía ir a tomarse unas copas de vino, cervezas, a comer los famosos anticuchos que tanto me los habían publicitado, no te olvides de ir a comer los anticuchos me dijo mi madre antes de partir que tu padre me ha hablado mucho de ellos, yo asentía para no contradecirle pero por mi mente no se dibujaba la idea, el mismo sonido de la palabra me remitía a algo antiguo pero no me quedaba otra cosa que aceptar moviendo la cabeza. Volviendo a la conversación con el salonero quien quedó agradecido con la propina y se puso a mis servicios, luego de la breve charla terminé lo que estaba comiendo, era carne de res me acuerdo, aprovechando sus consejos porque al día siguiente empezaba la veda: quince días de carne y quince no, y me retiré a la habitación cansado, el viaje en carro era casi de dos días, me dejé caer en la cama grande de una habitación antigua pero cómoda que me recordó la casa de familia de mis primeros años. Dejé que el sueño se apoderara de mí escuchando en ese duermevela el tránsito, el agradable sonido del tránsito que cruzaba por la avenida Nicolás de Piérola. Supe que estaba en Lima y me arrulló el cansancio.
A las siete de la noche bajé a cenar y en un rincón del café divisé a unos jóvenes que discutían ardorosamente y apuntalaban sus aseveraciones en los libros que circulaban como pelota de fútbol, el mesero se acercó a tomar mi pedido, los miró dando vuelta la cabeza, me di cuenta que se trataba de mí y casi de inmediato los tuve encima, nos han dicho que vienes de la banana y que escribes, bueno, me interesa y comienzo, les respondí un poco timorato. De inmediato se presentaron como en el colegio, este es Isaac, éste Armando, éste Oscar, Félix, Mito, y luego comenzó la discusión en la que yo ya me había comprometido, me dijeron que se reunían de cinco a nueve de la noche porque luego se dedicaban a escribir y estudiar, quedamos en encontrarnos al día siguiente, cuando el reloj, el antiguo reloj de La Colmena, marcó la hora indicada nos despedimos, salí a la puerta para verlos partir y los vi caminando como muchachos que eran, que éramos, con euforia de quienes tienen la vida por delante, ahora de había sumado Juan Ramírez que me obsequió su libro Un par de vueltas por la realidad. En el tiempo que pasé me hicieron conocer algunos sitios importantes de la ciudad, nos reuníamos a leer nuestros trabajos, yo dejé lo que hasta entonces había publicado y ellos rellenaron mi maleta con sus libros, me interesó lo que hacían, dijeron que el más importante era Enrique y me dieron dos ejemplares de Los extramuros del mundo. Una noche de viernes fuimos a visitar bares donde cantaban los artistas nacionales, era algo especial, el restaurante cerraba sus puertas para cobrar la entrada y adentro se desataba el valse, la marinera y otras variedades de su música, así logré conocer a quienes eran reconocidos músicos nacionales. Cuando les dije que tenía que regresar a mi país porque trabajaba y estudiaba apresuraron la relación y me llevaron una noche al Chimú, un café donde paraba otro grupo de gente que escribía, allí estaban los otros, se saludaron a distancia, pero los otros me midieron de pie a cabeza, como preguntándose de quién se trataba, en eso el salonero se acercó y delicadamente sacó de su bolsillo la carta del menú, arrugada, sucia, apenas pude reconocer algunas letras pero Armando lo hizo por mí y me recomendó el ceviche, nos servimos y de veras estuvo exquisito. Esa noche al salir del bar me dijeron que si había traído algo inédito, les dije que sí y le entregué una copia a Armando me acompañaron al hotel. Al día siguiente estuvieron tocándome la puerta antes del medio día, habían leído el libro y les gustaba, me dijeron, y que no podía irme sin conocer a la Rosita Ríos, un restaurante que quedaba a vuelta del Puente de la Alameda, eso solo funcionaba desde el medio día hasta las tres de la tarde, entramos en un salón grande cubierto de cortinas de humo donde se escuchaba al fondo las voces de los cantantes algunas frescas otras con ese rico sabor de trasnoche, los platos llegaban sin que uno pidiera porque solo tenían asado y anticuchos, todos hablaban a gritos, nada se entendía, pero se estaba de acuerdo, era una celebración, se celebraba el hecho de estar vivo. De entre la humareda y la bulla salió una mujer alta y morena que cantaba como nadie, ella es Lucha Reyes, me dijo al oído Armando, los valses Tu voz, Pero regresa, se deslizaban desde su garganta para atravesar sus labios carnosos y penetrar esas barreras de tabaco y licor de guindas, cuando hizo una pausa los muchachos la trajeron a la mesa nos abrazamos, cantó pedazos de canciones (“está mi corazón llorando por tu amor tu pena/ y la horrible condena escrita por los dos”) eran canciones que las había escuchado antes pero ahora me llegaban, me asaltaban de manera especial, me recordaban algo o tal vez alguna imaginería, hacíamos coro y le repartíamos besos que la negra tomaba con agrado mostrando sus grandes dientes blancos y los devolvía sonoros, a nadie molestaba nuestra actitud, todos estábamos como se decía entonces conectados. La celebración llegó a su fin cuando imaginamos que recién comenzaba. La Rosita, una limeña de tez blanca, pelo negro cano y bastante robusta dijo que nos esperaba mañana a la misma hora, señalándonos un reloj de pared antiguo que marcaba las tres de la tarde. Nos despedimos derramando alegría y prometimos estar al día siguiente a la hora exacta, a la distancia agitábamos las manos a la gente que nos respondía y lanzábamos besos volados a la negra Lucha que los devolvía con una enorme sonrisa que mostraba sus macizos dientes blancos.
Al día siguiente se acabaron las vacaciones, Armando y otro cuyo nombre no recuerdo estuvieron temprano en el hotel para ayudarme con las maletas, salimos del hotel a la estación de expreso, habíamos repartido las cosas en tres maletas, dos eran regalos de ellos, y cada uno sacaba fuerzas de lo imposible para levantarlas, cuando llegamos a la estación parecíamos enanos por el peso que sosteníamos, los libros y los discos pesan, dijo Armando, y nos despedimos con un abrazo, me prometieron publicar algo de mis trabajos y yo les dije que publicaría un artículo de una página entera. Cuando me asomé por la ventana del expreso agité las manos con alegría y tristeza, algo se quedaba de mí y algo me traía de ellos.
A mi regreso lo primero que hice fue publicar una página entera de mis experiencias con los intelectuales jóvenes peruanos, analizando como elemento básico el libro de Verástegui En los extramuros del mundo. Los celebramos entre cartas que iban y venían, especialmente con Armando Arteaga, quien me comunicó que el movimiento Hora Zero que agrupaba a Enrique había decidido publicar un trabajo mío.
En París, diez años más tarde, conocí a un cientista social, Enrique Ballón, con quien entablé gran amistad, ya que compartíamos la profesión que yo había elegido, claro, él tenía mucha experiencia y yo trataba de aprovecharla. Le conté de los escritores de Perú y me enteré que algunos habían sido sus alumnos. Me apenó mucho su regreso a Lima, pero tengo muchos años afuera, me dijo, y una mañana nos despedimos, no quiso que fuera al aeropuerto para decirle adiós por esas cosas que pueden parecer folletinescas.
Cuando regresé al país -no sé si por equivocación- mi madre me entregó una revista llamada Auki, con una carta de Armando, donde se publicaba un trabajo mío. Habían pasado diez años de aquellas reuniones en La Colmena, las discusiones acaloradas, pero ahora las cuestiones de familia coparon mi tiempo y no tuve espacio para ahondar recuerdos.
Ahora que abro el internet, que la tecnología nos ha acercado en la comunicación aún cuando falta mayor desarrollo de la información que se encuentra, uno quiere buscar la obra de alguien y solo encuentra comentarios aunque en ciertas ocasiones con gran esfuerzo y ayuda de un experto se logra conseguir lo deseado. Buscando otras cosas dejé que mis dedos vayan a los nombres amigos y para mi sorpresa los encontré, se fueron apareciendo uno a uno como cuando se presentaron allá en el 70 en la Nicolás de Piérola: Armando Arteaga, pinta canas y tiene comentarios favorables, ha publicado algunos libros, es arquitecto, pasé a Abelardo Sánchez, también tiene página web, es sociólogo y se lo ve maduro, finalmente acudí a la página de Verástegui y sorprendió bastante el cambio que ha tenido el negro, ahora no exhibe la abundante cabellera de entonces, la cara algo ensanchada y está considerado entre los mejores poetas de los setenta, me quedé algunas horas proyectándome en el espejo de ellos, me pareció estar encerrado entre el ahora y el entonces, el tiempo me retrocedía velozmente y en ese espacio me sentía suspendido, intenté conectarme con Ballón, pero no fue posible, la página no se encuentra disponible me dijo el servidor, tenía unos deseos incontenibles de contarle el hallazgo, de proponerle encontrarnos en el café La Colmena de entonces, discutir acaloradamente lo que considerábamos nuestros puntos de vista, nuestras razones mientras nuestras melenas se sacudían al ritmo de valses y marineras y la negra reventaba ese vacío que se llevó con su voz, quería decirles que me estaba pudriendo acá, soportando golpes de estado o amenazas cada cierto tiempo. Encender el televisor y no tener otra opción que escuchar a los políticos ofreciendo cosas que nunca han pensado cumplir, castigando la lengua como si fuera su contendor, que estoy obligado a jugar al equilibrista para tolerarme, para poder terminar este trabajo, para no morir.
DESDE GUAYAQUIL / Domingo 7 de marzo de 2010.
(Ahora que las últimas flores)
(Fernando Artieda, poeta del pueblo)
Ahora que las últimas flores dejadas en tu tumba se han marchitado
o se las han llevado los ladrones
Ahora que ya no es necesario confundirse impostar la voz
creo podemos decirnos algunas cosas
Yo respeto todo lo que has escrito
(el estar de acuerdo es una convención más del lenguaje)
Tu hombre solidario
Tu safa cucaracha
que llegaron al interior de este pueblo -balneario frustrado-
enseñándoles cómo enfrentar el día a día
cómo hacer que la tristeza se transforme en lo contrario
Esa seducción que era tuya -decir “solo” sería un lugar común-
con la que movilizabas a las masas esa posibilidad de poder decir
Venían de petrillo de vuelta larga de los extramuros de lo más recóndito
y la gente aplaudía
frenética alborozada
mientras con esa voz rasposa -ronco de lata- gritabas tus versos
esos versos de los que tú más que nadie estaba convencido
disfrutabas de cada palabra procaz malapalabra
(como dice la buena gente gente de bien)
y continuabas tu discurso interminable
alzando los brazos gritando haciendo pasos de baile
y gente seguía allí por la radio pegados al televisor
disfrutando de ese ardor contagioso
transformando su angustia –el no tener- en euforia
porque tú les entregarías la clave para entender este pueblo fantasma
para encontrar el ídolo que todos necesitan
el cantante que se lleva dentro
ya no importaba ser cholo indio ladrón serrano puta o lo contrario
todos se enrolaban en esa canción que les habías descubierto
que los encubría
La fatalidad era una forma de disfrutar la vida
las palabras adquirían otro sentido en el gran coro
De improviso el tiempo se interpuso en tu voz
esa carraspera esa voz pastosa ya no está en los tablados
la gente sigue ya no espera entona o susurra el mito que les dejaste
Se levanta trabaja cuando puede o hace lo que acostumbra y tal vez sea
feliz)
sobre todas las cosas sus dolores está la ilusión que sembraste
tu palabra
Acá al otro lado los que simulamos pensar
los que nos engañamos diariamente
(los que buscamos la expresión adecuada)
los que no tenemos la fuerza necesaria –aquí se debe decir otra palabra-
iremos a tu tumba cuando tengamos tiempo
a preguntarte cómo es el canto por allá Fernando.
18/04/2010
*Carlos Rojas González, n. en Guayaquil, 1943. Escribe poesía, relato y análisis discursivo. Doctorado en La Sorbona de París IV, bajo la dirección teórica de A. J. Greimas.
HUMBERTO VINUEZA
El poeta y escritor ecuatoriano Humberto Vinueza (1942), en la década de los sesenta perteneció al grupo de vanguardia cultural Tzántzicos. Ha formado parte de consejos editoriales de destacadas revistas literarias del país (Pucuna, La Bufanda del Sol, Procontra y Letras del Ecuador, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana); ha publicado libros de poesía como Un Gallinazo Cantor Bajo un sol de a perro (Quito, Populibros, editorial Universitaria, 1970); Poeta Tu palabra (Quito, editorial El Conejo, 1989); Alias Lumbre de Acertijo (Quito, editorial Eskeletra, 1990); Tiempos Mayores (Quito, edición del autor con la editorial El Conejo, 2001); y, Constelación del instinto (Quito, editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2006). En 1991 recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade por el poema-libro Alias lumbre de acertijo y, el mismo premio, en 2007, por el poemario Constelación del instinto. Sus textos poéticos constan en antologías nacionales y latinoamericanas, en el idioma original español y traducidos al inglés y francés.
LADRAN LOS PERROS.
La voz del locutor
se deshace bajo la llama de la radio
que no causa ningún incendio.
Cuánto presente ayer. Cuánto ayer ahora.
El viento se hace aire y otra vez viento
y sopla sobre el clima del reloj
y la mano invisible de los principios y los fines
despoja de todo artificio a la desnudez
y afina el ritmo de las apariencias desde lo íntimo sagrado
hasta el saber inventado por su fuego.
Apaga la radio. Los perros se borran
en un claro de avión aterrizando.
La silueta de mujer se encoge sobre aquel ínfimo
mar tiernamente hipérbole y dice:
tal vez otro pensamiento me piense
otra boca como su bocado me avoque
o evoque en pausada gustación.
Brújulas corporales se desnortan
en un recodo del lenguaje.
MIENTRAS LLUEVE BAJO la noche negra
ranas pares croan tentando a ranas nones.
Él escribe versos silenciosos para desemparejar
el tiempo de la puerta y la puerta del deseo
y entre páginas y sábanas se oculte el relámpago carnívoro
y la lluvia humedezca con desvío de sintaxis
el aire de la gruta de donde nadie sale sin la lisura de la fe
hacia la tiniebla de la naciente frontera.
La edad confiere confianza al sexo con retardo
y arde como una lámpara en el borde de pantomimas sucesivas
de la transfusión del tiempo de quienes inventaron
el primer canto hace ya tanto infinito modulado
de la flauta con neuronas en vez de agujeros del fogonazo
de creer que se vive el sueño en el espejo adentro de las cosas.
Vuela una mariposa desde algún pecho
hacia el croquis de las genealogías y no se sabe
dónde comienza el alma ni dónde termina el cuerpo.
Pareja es la única palabra o tibieza de ave
que no sustituye con ventaja a su presencia.
Del libro “Fuga de energía”
Publicado en Obra cierta, Antología (2009)
MARIO CAMPAÑA (Guayaquil, 1959)
Poeta y comentarista literario. Ha publicado Cuadernos de Godric, Premio Nacional de Poesía Joven 1988. Días Largos (1995). Visiones de los real de la poesía latinoamericana (2006). Aires de Ellicott City, 2006 (Barcelona).
POE, BALTIMORE, 31 DE OCTUBRE
Para Toña
Repentinamente descubre el sol este pulcro cementerio de ciudad, donde la iglesia intimida todavía a las almas. Lápidas hundidas, húmedas, trabajadas por el musgo: “Homenaje al Mayor Steve Ridell”; “Recuerdos al Coronel O’Jara”.
Junto a la indiscutible gloria de los héroes acampados apaciblemente en esta orilla, una tumba oculta tras cristales hoy tampoco resplandece, hoy, día de la celebración de un hallowen. A su lado, ni el cognac ni las rosas sobreviven; hay coronas, ramas de vid o de un olmo viejo, y están secas.
Pero en la humilde “calle de la amistad”, entre chalets desvencijados, una negra nos habla con orgullo de un trémulo poeta, de un hombre frágil de mirada triste
que cada tarde deambulaba solo con su manchado cuaderno bajo el brazo y se sentaba dócilmente junto al árbol, “aquel árbol”, entreteniéndose con el rumiar de las ardillas y el rumor del cielo.
Temprano, los niños salen, corren, festejando la esperada llegada del domingo, y en la tarde, entre curiosidad y zozobra, empujan, arrastran al viejo amigo que allá en Lombard street ha caído una vez más, abrazado a una botella.
CARLOS LUIS MUSSÓ
(Guayaquil, Ecuador, 1970) Estudió letras en Guayaquil y Quito. Es autor de los poemarios El libro del sosiego (1997), Y el sol no es nombrado (2000), Propagación de la Noche (2000), Tiniebla de esplendor (2006), Las formas del círculo (2007), Minimal hysteria (2008), Evohé (2008), Geometría moral (2010) y Cuadernos de Indiana (2011). Cinco veces premio nacional de literatura, en los géneros de poesía y novela. Coautor de Esquirla doble (2008), y corresponsable de Tempestad secreta, muestra de poesía ecuatoriana contemporánea (2010). Obtuvo una beca de creación (Almería, España). Se desempeña en el periodismo –como cronista y crítico–, y en la cátedra universitaria.
AJEDREZ
64 escaques, un tablero. Tú de ébano ciego, yo de hueso-color. Te mueves en todas direcciones, pero tu abalorio recibe mi agujazo de hormigas. Los cuadros han medido tu silencio con un toque de incienso entre tus rodillas; y el peón adivina su salto diminuto sobre el tablero (PxT). Tus torres se desladrillan en la diagonal de su cruz cuando entro en tu mezquita de rodillas (PxA): aves de plumaje sin colores vuelan sobre el alfil mientras el caballo en celo revienta su casco de marfil en el coito de las laderas en ele, en forma de ele (PxC). Poco falta para el sangrado del cielo aunque lucho y venzo en el enroque (0-0-0). Son míos el susurro de los espacios, ese jardín incauto, el surco obediente de la espalda. El empeine de tu pie, a solo un casillero de mi lengua ofidia (PxP4R). Culpas a la almohada de tus dolores –te ensañas con ella a mordiscos y lametones-. Pero no has caído en cuenta: somos ya un monstruo de doble espalda con fuegos de sal en el núcleo (P5D+).
Cojea nuestro aliento en este juego de reyes. Mi ariete embiste/ barrena las carnes/ incursiona en la memoria/ se duele en ti/ nos inunda pues tu saliva lo festeja y lo corona –peón por reina. El surco está abierto para las tablas: nadie sabe de quién es la victoria (PxR++). Nadie sabe de quién, el jaque mate.
JORGE MARTILLO MONSERRATE
Jorge Martillo Monserrate (1957), Ganador del Premio Aurelio Espinosa Polit. Autor de Aviso a los navegantes (1987), Fragmentarium (1991), Vida Póstuma (1997) Últimos versos de un poeta decadente (2004).
VIDA PÓSTUMA
1
Ahora sé que la muerte no es una mujer
Es solo una sombra
Nos acaricia
Sella nuestros labios
Apaga nuestros párpados
Nos conduce a soñar
Otra vez la oscuridad intrauterina
Aguas cálidas por donde ir a la deriva.
En vida confundí a la muerte con aquel fantasma
Que surcaba el cielo de mis habitaciones
Cuando grababa mi poesía
O cabalgaba cuerpos tras el amor.
Ahora sé que la muerte no es una mujer
Ahora sé que la muerte es mi sombra.
2
Entendí que los sueños eran más que una escalera
Ascendí y descendí
Una luz oblicua iluminaba mis pasos
Antes escribí de voces y mutilaciones.
Antes escribí que descubrimos la malignidad de los otros
Y jamás la nuestra.
Ahora el espejo se rompe
Me adentro a buscar esa imagen imposible.
3
Mis prendas quedarán colgadas
Detrás de una hoja de puerta
Les caerán láminas de polvo
Les caerá el vacío
Les caerá mi ausencia.
Mis camisas colgadas del cuello
Atrapadas por el anzuelo del cáncamo
Los hombros derrotados como puchos de cigarrillos
Las mangas simulando al espantapájaros
Que regaló los sembríos a las aves
Los cuellos lascados como cuerda de suicida
Los botones sin el abrazo de los ojales
Los bolsillos repletos de nada
Mis camisas sucias tendrán grabados mis últimos días
El olor de las mañanas
El hedor de las tardes
El carmín de la amante que dijo hasta luego y no adiós.
4
Este no es un inventario de objetos sin su usuario
Esta es una sensación de pérdida.
¿Quién mirará la luna en menguante
a través de mis lentes?
¿Vendrá el moho a enverdecer su armazón?
¿Vendrá el polvo a cubrir sus cristales?
¿Se atreverá algún deudo a apoderarse de mis anteojos
Para observar el mundo que no podré ver?.
Este no es el inventario de objetos sin su usuario
Esta es la lápida que se cierra
Esta es la tumba que cubre
Este es el epitafio que escribe sentencias
Esta es la vida penando como fantasma.
JORGE REYES
Nacido en Quito en 1905 y fallecido en esa misma ciudad en 1977, el poeta y periodista Jorge Reyes destaca entre los literatos ecuatorianos contemporáneos por su vigoroso repertorio poético, impelido por la sucesión de ideas sociales y estéticas que dominaron el siglo XX. Además de dirigir las columnas literarias del periódico La Tierra, dejó muestras de su capacidad analítica en las páginas de opinión de otra cabecera quiteña, El Comercio. Hay que vincular toda esa producción al ideario socialista, defendido por Reyes en revistas como Cartel, cuyo lanzamiento editorial fue impulsado por el poeta en colaboración con escritores como Pablo Palacio, Alfonso Moscoso y Jaime Chávez. En el terreno literario, destaca un ensayo que resume buena parte de esas inquietudes: Apostilla (1997).
Aparte del citado título, la bibliografía de Jorge Reyes incluye poemarios tan atractivos como Treinta poemas de mi tierra; Quito, arrabal del cielo (1926), (1930) y El gusto de la tierra (1977). Asimismo, cabe hallar sus versos en las antologías Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea (1937), Antología poética de Quito (1977), Quito: Del arrabal a la paradoja, (1985) y Poesía viva del Ecuador (1990).
VECINA
Ahora que está el patio de domingo
y no hay ropa lavada
y en las vasijas no se quiebra el cielo
y los niños, caracolas terrestres,
danzan de lado a lado
con los trompos borrachos
y las bolas que guardan estrellas de colores,
usted y yo, vecina,
nos podemos fiar un gran cariño
y decir, por ejemplo, deme un beso
usted, buena como un periódico en la mañana
cuando es indispensable echar ancla en la vida,
yo, inquilino de una tristeza
por esa mujer pálida como la palabra muerto.
La calle se ha vestido de un pañolón de flecos
Tiene usted unas manos
dignas de atar el nudo de mi corbata,
por la presencia de su boca
ya no chisporrotean mis recuerdos,
aparece usted conmigo en las conversaciones
como los parientes en las fotografías
con dedicatoria al amigo del alma,
y detrás suyo hay una familia contenta
que conoce la utilidad del mondadientes
y mira al cielo para hablar:
“se ha muerto el Ambrosio como perro
sin siquiera una cruz entre las manos”.
No sé hacer la alabanza de sus ojos,
pero estamos juntos en la tarde que se achica
y mi alegría sube y le muerde los pechos.
junto a usted me olvido de las constelaciones
y estoy tan sólo aquí y en ninguna parte,
sin voz, como los muertos, porque tengo dos manos
y un deseo en el único sitio en que está el deseo.
sin embargo, quiero que me encargue su corazón
para envolverlo en la esquina de mi pañuelo
y guardarlo en el fondo del bolsillo del pecho.
Así estaré tranquilo
como los toreros en las fotografías.
Los faroles en la tarde son como forasteros.
(1) Presentación y selección de textos y poemas de Armando Arteaga.