ALFREDO GANGOTENA, UN INSULAR LLENO DE TEMPESTRADES
Por Armando Arteaga
A mediados de la década del setenta, en 1975, en el mes de marzo (para ser más exacto), en tiempos difíciles para el Ecuador, de aquellos que Agustín Cueva ha llamado: “el festín del petróleo”, luego de un viaje que realice por carretera desde la costa norte peruana hasta Guayaquil, traje de regreso en mi morral verde olivo: un libro de poemas del poeta ecuatoriano Alfredo Gangotena, editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, su Poesía Completa (1952), traducida por Gonzalo Escudero y Filoteo Samaniego.
Para mí, a pesar de la sencillez de la edición, el libro de Gangotena era un libro extraño, (poéticamente hablando) y de difícil
accésit. Esa poesía era, aún recuerdo, un referente de beneplácito para indagar verdades absolutas, un
mare de contradicciones, de este magíster: minero y rarus poeta. Gangotena estaba allí ante mis ojos, en un pungido lenguaje, y para observación mía, de entonces, me resultó ser un extraordinario poeta ecuatoriano, nacido en 1904 y que murió prematuramente cerca de los cuarenta años. Post “Generación Decapitada” donde la vida en Quito era
“municipal” y
“espesa”. Gangotena pertenece a ese cuarteto de poetas representativos de la modernidad poética ecuatoriana del siglo veinte: Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero, Hugo Mayo, y él. Son la gran cepa literaria del vecino y norteño país, tras la ruta del liberalismo de Alfaro, el populismo de Velasco Ibarra, el desarrollismo de Galo Plaza, hablando en
“civitas sciéntia”, y en la literatura pura: atrapado entre el indigenismo de Icaza, el realismo de José de la Cuadra, y el vanguardismo de Pablo Palacio con su novela Débora.
Gangotena, es un caso extraño, escribía sus poemas en francés, como Cesar Moro, o Vicente Huidobro, o por instantes como Juan Ríos, y otros acedados poetas latinoamericanos vanguardistas. Se fue a Paris siendo muy joven donde estudió en la Escuela de Minas. Este poeta-ingeniero era una figura “rara avis”, un gran poeta, que desarrolló su trayectoria poética en el ambiente parisino de su época, y que tenía una entrañable amistad con Henri Michaux. Gangotena, misterioso poeta, vivió y activó poéticamente en Paris, escribió casi la totalidad de sus poemas en francés y un puñado de pocos poemas en castellano, y manifestó su fervor por el simbolismo literario, en habitabilidad sincera: hacia la obra de Michaux (de quien era amigo personal) y de Jules Supervielle, emprendedor del surrealismo.
Gangotena, es por momentos, un poeta metafísico y barroco, es un admirador del Siglo de Oro, un culterano tardío (1). A este, raro poeta ecuatoriano, a quien las nuevas generaciones casi no lo han leído, ni han estudiado su aporte poético, salvo algunos poetas de estas latitudes tropicales: congelados y metálicos, que aceptan el brillo ingénito de su mensaje, lo han convertido en un poeta de logia, del magín excéntrico, o el mensajero de una liturgia sagitaria. No en vano (por loar nada), también, me sumo a ese cuaderno negro y de privilegio lunático para decir: es uno de los más grandes poetas latinoamericanos, fundador de nuestra modernidad poética, comparable solo con el venezolano José Antonio Ramos Sucre.
A Gangotena, se le puede leer también en esa publicación que hizo con milimétrica admiración Carrera Andrade, y en las estupendas traducciones de Gonzalo Escudero, en una segunda edición de este libro sagrado de entonces (del que traje en mi morral): en la colección Letras del Ecuador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas (1978), donde se pueden buscar los poemas en francés de: Orogenia (1928), Absence (1932), y Nuit (1938) (2), y en español: Tempestad secreta (1940).
Alguna vez, indagando más referencia sobre la vida y la obra poética de Gangotena, recibí solemnes halagos (acerca del sonambulismo literario) de Gangotena, de parte, de nuestro poeta Carlos German Belli, quien había escrito (celebrando la poética de Gangotena con cierta virtud insondable) un artículo literario sobre el autor de “Orogenia” en el diario Expreso de Lima, a propósito de que, guiado por un intempestivo azar, revisando los fondos de literatura francesa de la bibliotecas de la Universidad de Pittsburg, alcanzó repentinamente a tener acceso a la obra de Gangotena en francés inédito, y así poder entrar en su apasionado universo. Universo: herrador de sueños, que resulta por momentos, enmarañado, un enigma: toda esa poesía marginal, plúmbea, gótica, llena de una preciosidad de mineralogía, de una fuerza enigmática de metalurgia, que por casualidad yo también descubrí en los caminados años de la década del setenta. Ha pasado mucho tiempo de esto, y son pocos los que leen sus poemas, con manifiesta misión sagrada de protesta: esa poesía de Gangotena.
Gangotena en Paris
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Mercado popular en Quito
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(1) Agua
Navegante,
¡Almendra del navío!
La mirada acorralada por tantos brillos,
Amianto y témpanos vivos de la estrella polar.
El arco metálico arranca de las ramas astrales
El lino de las cataratas.
¡El hielo de las cabezas sobre la esfera
Que sonará una voz sin nombre!
¡Bah, la luna en su plenitud!
El asalto guerrero de las llamas
Que me libra de la sima de espuma
Y de las jaulas de plata.
La campana gotea, ¡ay! en la clepsidra:
En mí las sílabas del otro, virtuales y explosivas.
Presa total de las bocas de la hidra,
Rueda también mi hermano hacia el pantano del Atlante.
Con la sola resaca de la orilla liminar
¡Cuán lejana es la osadía del corsario!
La fauna brota cardinal y ampulosa:
¡La manada salvaje
del Maelstrom!
¡Yo me abrazo al mástil como un retoño!
Versión de Tolomeo Samaniego
(2) Poemas varios
A Alberto Coloma Silva
1. De lo remoto a lo escondido
Tanto soy y más la brizna de saturada espina
A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
Como van las tempestades,
Hacia aquel país cerrado a toda mente,
País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
Habré de hablarte,
Toda en escombros, ciudad de Balk.
No hay empero reparos de horizontes.
¿En dónde estoy, a dónde me conduce lo inaudito?
¡Oh Príncipe de innumerables plantas y llanuras,
A aquella fuerza de soledad me atengo
De tu nocturna condición!
Atrás dejé las puertas, las sabanas en aliño.
Los que sois de presa;
Magnates, caciques de la tierra, empolvados sobrestantes,
Velad el campo ausente.
Profesores y otras huestes,
vosotros los de la especie cotidiana, ya no vivo de vuestra
ciencia ensimismada.
Pronto me acusas,
Aire desnudo,
Doblegas mi ceño,
Me das el pánico de lobos aullando bajo la abrupta claridad lunar.
Al romper entonces la procesión oscura de esta sangre coagulada,
A más de la intrínseca solidez de mi sombra y de mis dientes,
¡Oh selva transparente,
Tus vientos primordiales se desprenden de intensa luz
En mis recintos!
¡Oh mía de mis años!
Las plazas comentadas, los caminos, las edades,
Cuánto he recorrido en virtudes de tu imagen trascendente.
Como holanes de rocío en torno de tantas frondas agostadas,
Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu.
Mis gotas caen.
El ala irrumpe a través de tus tensos jardines soñolientos.
La premura aún
De este ser tan secreto y transparente como el néctar de las flores.
Allá sin tregua
La extensión continua, el fragor de la conquista.
El espacio aquél, a brote de epidermis.
Tal recibe el eco, en vertientes albas de tu cuerpo,
Mandatos consabidos de luz oculta.
¡Oh cuerpo femenino a cuya entrada se extasían las tormentas,
Los ciclones!
Al amparo de una lámpara perdida en su esplendor de azufre,
Aquí te imploro, en la concentración de mis entrañas,
En las caudalosas lunas de mi adviento.
Bajo este rotundo cielo atravesado de miradas y de clamores,
Más allá de todo ambiente, te escucha mi ansiedad.
En la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,
Las dulzuras de tu empeño.
1944
* * * * *
2. Agonías de un Caribú
Bajo el paso incierto y vegetal de angustia,
Levanto el polvo de la nada.
Toda pupila emerge
en esta soledad suspensa,
Toda concentración oscura,
En violencia tal
De hacinamiento y llama pura entre las rocas.
La luna atenta y circundada
A su vez aclara
Aquel espacio de su prenda
Fluente y nemoroso.
Atormentados cascos van a mengua
Redoblando el eco
En mil contornos de la estéril claridad polar.
Único en sí repercute el gemido entre la fronda
De un balido incauto.
Ventajas cruentas de la selva:
Desvalidos pasos del garañón herido
Que ya en las turbias aguas del escajo su condición aplaca
Su pesar consume.
Yacentes ojos a su propia luz ocultos
Bajo el ámbito nocturno de este vuelo.
Ver adentro, el cazador también escucha
El retiro alado de tanta lejanía inclusa.
Y en murmullos que la brisa asume, cuanto más cercanos, se acrecienta el rocío de las fieras.
A aquellas cuencas vuelvo, al conjunto aquél,
Saturado y tenso,
De fragancia y brotes.
Los continuos árboles
De vertical sustento, de fiero embate,
Allí persisten
Como la postrera vibración del aire.
Tantas voces en el eco. ¡Oh luna te reflejas en mi mente!
Como el ave en las alturas de su vuelo contenida,
Tan solo aún, Noche mía, voy en ti, tan duro de distancias.
La pradera de tierno espacio en tanto me recibe,
Que en jugos desbordantes de los aires resplandece.
¿Mas, volverá el cedeño pasto
a brotar de luces?
De lo remoto el ciervo acude
A tal empeño de este clamor vedado.
* * * * *
3. Perenne luz
La noche de cerca, y tan desnudo golpe a expensas de mi corazón.
¡Dolorosa mano mía no aciertas a caer
suspensa en aquel trasluz
de movimiento
de tu imprescindible exclamación!
Ya los mares del Oeste como pecho se dilatan:
Tanto el vuelo de mis sienes, y el velamen de esta lámpara que levanto a firmamentos,
al paso de aguas, a más decir por la anchura de mis párpados.
¡Oh metal tan fresco
Bajo el calor del epidermis!
¡Oh clara huella de su tránsito
En el campo deseado,
en las congruentes potestades de tu sexo!
De clamores y destellos me consuma
Habiendo de sosegar su desnudez.
De sosegarla en la noche de la especie,
En brañas del oasis,
Con mi aliento cuando en vilo de miradas.
Todo que te arrima en resplandores
Que tu condición aplaca de mi ensangrentada consistencia
Todo aquello que no se ajusta de palenques y de fronteras familiares.
Soledad cumplida.
¡Oh silencio, me retraes
-como una implacable roca de durezas en el alma!
¡Menguada luz de escaso asilo!
Labios míos, dadme altura en el trance de estas ansias.
Mas al borde de riberas semejantes
Cuántas aves de este mundo se incorporan,
Como el rostro implícito en el fulgor de la visión,
Que atraviesan de soslayo la magnitud de las esferas...
Por cuanto asumo de mi cuartel de sangre,
La baja tierra de brisas se ilumina.
Mi cuerpo en tanto a vista se desprende de cenizas,
Gimiendo en hontanares de espeso llanto.
Premisas todas de la muerte.
Un ay seguido de tinieblas, de esta gota pertinaz del pensamiento.
¡Oh mi sueño entrante en humedad de flores!
El espíritu denodado
Se arranca de sus perennes paredes lastimosas.
Abultados cortinajes, como otras tantas cabelleras de lo oscuro,
Y la más ardua noche
De presión continua.
Entidad fortuita
Que no habré de hallar sino a merced de escombros,
En el fragor de la ruptura,
Cuando este golpe de mi total caída
Apura entradas en la nada.
¡Oh lamento de tu voz en mi espesura!
Y esa latente réplica, de néctares y de estambres, al placer que me convida.
¡Oh Tiempo, me defines de presencia y de universo!
Hoy cuán bien, ¡oh luz!, aciertas entre tejidos y asperezas, a descontarme espacios,
A circundarme de vecindades el corazón.
Vida sin prejuicios cuando de Ella al tanto de sus senos concatenando habré de recibir.
Me sostengo en vilo, sin huella entonces, a mayor premura de memorias.
En mi boca de ayes.
Mi labio amén de vez repercute golpeando lo indecible
Ésta acendrada concentración del alma,
¿En qué cúmulo no obstante de la esfera que me oculta?
Hoy mi sentencia, a toda prueba.
De un paso mío al consiguiente, ¿Qué distancia de resuelve?
Tu propia luz endurecida,
Como aquella, a expensas de la nada, claridad conjunta de los universos astros.
Todo vuelo se desprende de tus ansias;
Tanto así mi faz en los recónditos espejos que la nombran.
La reverberación así del sexo
En la extensión de su cabida,
Como el clamor de los metales
Bajo el lampo de tus cruentas auroras boreales.
Ni vectores, ni herramientas de otra fuerza.
Gota a gota la fría lámpara
Sobre mi sien persiste.
¡Tus miradas desgreñadas!, ya sus íntimos cristales de violencia me golpean
A merced de tu estatura.
Vertientes todas de mi lecho.
El deseado cuerpo a su poder de luz se entrega,
A sus mejores aguas.
Tal es mi consumo,
De transparencias tuyas y señales en el retiro incalculable de los astros.
Allá en demora, Amada mía,
Por cuentas y sabores de tu amor que concertar.
Y los terrestres años se deciden, en trances de mi prenda,
Hacia el extremo vértice de profundidad apetecido.
Línea de Ecuador