CONTRAPOETICA DE BERNARDO RAFAEL ALVAREZ
Foto: Armand. En la Foto: Roger Santivàñez en Queirolo.
1
Durante el verano de 1974 el panorama urbano de Lima se presentaba dorado bajo un sol esplendoroso. Las reformas del gobierno del general Velasco cambiaban el viejo rostro oligárquico del país. Se vivía una intensa pasión política que –por supuesto- alcanzaba a la poesía. En el centro de aquella marejada social –representada básicamente por la avalancha migratoria andina del campo a la ciudad de Lima y la emergencia de nuevos sectores populares- había estado el movimiento Hora Zero, fundado en 1970.
Quien redacta este documento era uno de aquellos provincianos trasladado a la capital para seguir estudios de Literatura en San Marcos. A pocos días de mi llegada a Lima y mientras deambulaba entre el Parque Universitario, La Colmena y la Plaza San Martín decidí acercarme al kiosco de libros de Don Néstor Jáuregui sito frente al mencionado parque. Allí uno podía encontrar todas las últimas novedades en poesía. Mientras me deleitaba –digamos- con el recién salido número de Haraui o la primera re-edición de Reinos por La Clepsidra, noté a mi costado a un joven de lacio pelo largo que hacía lo mismo; es decir, chequeaba poesía. Embluyinado, en polo y con la reglamentaria peluca de la época Bernardo Rafael Álvarez volteó a mirarme y desde entonces empezamos una conversación que ya viene durando 33 años.
Lógicamente hablamos de nuestras vidas hasta ese instante. Me enteré que venía de Pallasca –en la sierra de Ancash- tenía 19 años y estudiaba en la Universidad Federico Villarreal. El supo que yo era de Piura, contaba 17 y estaba en proceso de traslado a San Marcos. Luego –era imposible no hacerlo- conversamos sobre Hora Zero. Recuerdo que nuestra actitud era crítica al respecto, pero se notaba en ambos una íntima admiración por aquel movimiento de jóvenes poetas radicales. Caminamos hasta la Plaza San Martín y allí nos despedimos. Un tiempo después –en otro de mis walks cotidianos por el cercado- visité a mi amigo Jáuregui en su puesto y lo primero que me mostró fue un delgado volumen poético denominado Aproximaciones & Conversaciones firmado por Bernardo Rafael Álvarez. Emocionado al ver el nombre del joven poeta que yo acababa de conocer le metí el diente al toque y me gustó su fresco tono coloquial emparentado a la onda verasteguiana de En los extramuros del mundo – en el tema amoroso y la línea lírico-urbana- pero sobre todo por el desarrollo experimental de Intihuatana O’clock el largo texto final del libro. Sentado en un bussing de la 59-A leí en la contratapa que Bernardo decía: “No pertenezco a ningún movimiento, pero trabajo con Hora Zero”. Luego me enteraría que esto se refería a su muy cercana relación con Juan Ramírez Ruíz –uno de los fundadores de HZ- a quien solía frecuentar. Pero lo dicho era en verdad una metáfora, ya que HZ a la sazón se había diluido y ya no existía como entidad organizada desde la aparición del tabloide de marzo de 1973. Por su lenguaje la opera prima de Álvarez podría vincularse a la de quienes conformarían la segunda promoción horazeriana, presentada justamente en dicho tabloide, o sea: Alberto Colán, Eloy Jáuregui, (que aún no han publicado libro), César Gamarra, Rubén Urbizagástegui, Elías Durand, Yulino Dávila, Angel Garrido (todos con obra édita) e Isaac Rupay, fallecido en plena juventud en abril de 1974. La única mujer en esta onda sería Enriqueta Beleván con su poema Para encontrarte en una plaza de Lima publicado en el Dominical de El Comercio y recogido en sus Poemas al estilo de una pintura ingenua. En cierto modo podría relacionarse a esta nómina otro grupo –generacionalmente cercano aunque no perteneció a HZ- conformado por Guillermo Falconí (inédito also) Juan Carlos Lázaro, Fredy Roncalla, Armando Arteaga y Oscar Aragón. Y también Luis Alberto Castillo, Enrique Sánchez Hernani y Jorge Luis Roncal. Toda ésta órbita poética (hablo del primer momento de la creación de estos autores) provendría del tono lírico-urbano acuñado por la obra de José Cerna Bazán y principalmente Enrique Verástegui, ambos al interior de HZ en 1970-71, en patente diferenciación con la línea –digamos- épico-ciudadana que representarían los primeros libros de Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruíz o Feliciano Mejía. Otro buen poeta –de esta primera época fundadora horazeriana- como Jorge Nájar tendría fuentes diversas.
2
Ahora estamos en 1977 - 79 y otra vez una gran agitación político-social sacude el país. Pero ésta vez no son las reformas de Velasco, sino justamente el desmontaje de todas ellas realizado por la dictadura militar fascistoide (al modo del Chile de Pinochet) del general Morales Bermúdez, lo que ocasiona el descontento popular y la intensa revuelta callejera, cuyo punto más alto fueron los paros generales del 19 de julio de 1977 y del 22 y 23 de mayo de 1978. La dictadura militar acorralada convocaría Asamblea Constituyente y elecciones generales para 1980. En este ambiente de agudo enfrentamiento de clases me encontraba una tarde en la azotea del local de la Asociación Educativa Tarea en cuya revista del mismo nombre trabajaba el poeta José Cerna Bazán.
Hablábamos de poesía y política. En dicha oportunidad Cerna me mostró con algarabía un poema denominado K presuntamente dedicado a Kafka, pero cuyo fraseo y resonancias entusiasmaban a José, por su dimensión órfica en el plano del lenguaje y su bien lograda perspectiva política. El autor del poema era Bernardo Rafael Álvarez, quien reaparecía por los predios literarios con esa entrega que –por supuesto- salió en uno de los números de Tarea en esa época y es la composición que abre Dispersión de cuervos segundo libro suyo publicado recién en 1999.
Aparte de unos textos publicados en La tortuga ecuestre Álvarez se había borrado del panorama desde circa 1974. En los días de K circuló un poco por el Wony del jirón Belén, pero luego vuelve a desaparecer por casi todos los años 80. Y ya en los 90s otra vez lo encontramos en la bohemia de Quilca. ( Killka con agua de luz o luz líquida de cebada –dice en un verso del libro que motiva esta nota introductoria). Me contó que había formado familia y se había ido a vivir –y a luchar- a Cantogrande (Dos en el paraíso del canto grande reza otro verso). Para mí –en lo personal- fue una gran satisfacción volver a ver al viejo amigo de los poéticos y juveniles inicios. Y entonces retomamos la primera conversación y vendrían las infinitas noches eternas de Las Rejas, Bar de los Recuerdos, Chino Felix, Cholo Tino, Salinas & Marina, Mamani Pub, Galileo, Camaná, Las Pancitas, Rocola, Don Lucho, China Sarita, el estelar Queirolo y al final El Averno. Recuerdo especialmente los días de mediados de la década cuando con Carlos Jallo y Teófilo Gutiérrez lanzamos el único y solitario número de Killka Blues y Bernardo era uno de los más entusiastas colaboradores. Como quedó dicho, en 1999 lanzó Dispersión de cuervos cuyo lenguaje parece ser una antesala de la obra que ahora nos ocupa.
Durante el verano de 1974 el panorama urbano de Lima se presentaba dorado bajo un sol esplendoroso. Las reformas del gobierno del general Velasco cambiaban el viejo rostro oligárquico del país. Se vivía una intensa pasión política que –por supuesto- alcanzaba a la poesía. En el centro de aquella marejada social –representada básicamente por la avalancha migratoria andina del campo a la ciudad de Lima y la emergencia de nuevos sectores populares- había estado el movimiento Hora Zero, fundado en 1970.
Quien redacta este documento era uno de aquellos provincianos trasladado a la capital para seguir estudios de Literatura en San Marcos. A pocos días de mi llegada a Lima y mientras deambulaba entre el Parque Universitario, La Colmena y la Plaza San Martín decidí acercarme al kiosco de libros de Don Néstor Jáuregui sito frente al mencionado parque. Allí uno podía encontrar todas las últimas novedades en poesía. Mientras me deleitaba –digamos- con el recién salido número de Haraui o la primera re-edición de Reinos por La Clepsidra, noté a mi costado a un joven de lacio pelo largo que hacía lo mismo; es decir, chequeaba poesía. Embluyinado, en polo y con la reglamentaria peluca de la época Bernardo Rafael Álvarez volteó a mirarme y desde entonces empezamos una conversación que ya viene durando 33 años.
Lógicamente hablamos de nuestras vidas hasta ese instante. Me enteré que venía de Pallasca –en la sierra de Ancash- tenía 19 años y estudiaba en la Universidad Federico Villarreal. El supo que yo era de Piura, contaba 17 y estaba en proceso de traslado a San Marcos. Luego –era imposible no hacerlo- conversamos sobre Hora Zero. Recuerdo que nuestra actitud era crítica al respecto, pero se notaba en ambos una íntima admiración por aquel movimiento de jóvenes poetas radicales. Caminamos hasta la Plaza San Martín y allí nos despedimos. Un tiempo después –en otro de mis walks cotidianos por el cercado- visité a mi amigo Jáuregui en su puesto y lo primero que me mostró fue un delgado volumen poético denominado Aproximaciones & Conversaciones firmado por Bernardo Rafael Álvarez. Emocionado al ver el nombre del joven poeta que yo acababa de conocer le metí el diente al toque y me gustó su fresco tono coloquial emparentado a la onda verasteguiana de En los extramuros del mundo – en el tema amoroso y la línea lírico-urbana- pero sobre todo por el desarrollo experimental de Intihuatana O’clock el largo texto final del libro. Sentado en un bussing de la 59-A leí en la contratapa que Bernardo decía: “No pertenezco a ningún movimiento, pero trabajo con Hora Zero”. Luego me enteraría que esto se refería a su muy cercana relación con Juan Ramírez Ruíz –uno de los fundadores de HZ- a quien solía frecuentar. Pero lo dicho era en verdad una metáfora, ya que HZ a la sazón se había diluido y ya no existía como entidad organizada desde la aparición del tabloide de marzo de 1973. Por su lenguaje la opera prima de Álvarez podría vincularse a la de quienes conformarían la segunda promoción horazeriana, presentada justamente en dicho tabloide, o sea: Alberto Colán, Eloy Jáuregui, (que aún no han publicado libro), César Gamarra, Rubén Urbizagástegui, Elías Durand, Yulino Dávila, Angel Garrido (todos con obra édita) e Isaac Rupay, fallecido en plena juventud en abril de 1974. La única mujer en esta onda sería Enriqueta Beleván con su poema Para encontrarte en una plaza de Lima publicado en el Dominical de El Comercio y recogido en sus Poemas al estilo de una pintura ingenua. En cierto modo podría relacionarse a esta nómina otro grupo –generacionalmente cercano aunque no perteneció a HZ- conformado por Guillermo Falconí (inédito also) Juan Carlos Lázaro, Fredy Roncalla, Armando Arteaga y Oscar Aragón. Y también Luis Alberto Castillo, Enrique Sánchez Hernani y Jorge Luis Roncal. Toda ésta órbita poética (hablo del primer momento de la creación de estos autores) provendría del tono lírico-urbano acuñado por la obra de José Cerna Bazán y principalmente Enrique Verástegui, ambos al interior de HZ en 1970-71, en patente diferenciación con la línea –digamos- épico-ciudadana que representarían los primeros libros de Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruíz o Feliciano Mejía. Otro buen poeta –de esta primera época fundadora horazeriana- como Jorge Nájar tendría fuentes diversas.
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Ahora estamos en 1977 - 79 y otra vez una gran agitación político-social sacude el país. Pero ésta vez no son las reformas de Velasco, sino justamente el desmontaje de todas ellas realizado por la dictadura militar fascistoide (al modo del Chile de Pinochet) del general Morales Bermúdez, lo que ocasiona el descontento popular y la intensa revuelta callejera, cuyo punto más alto fueron los paros generales del 19 de julio de 1977 y del 22 y 23 de mayo de 1978. La dictadura militar acorralada convocaría Asamblea Constituyente y elecciones generales para 1980. En este ambiente de agudo enfrentamiento de clases me encontraba una tarde en la azotea del local de la Asociación Educativa Tarea en cuya revista del mismo nombre trabajaba el poeta José Cerna Bazán.
Hablábamos de poesía y política. En dicha oportunidad Cerna me mostró con algarabía un poema denominado K presuntamente dedicado a Kafka, pero cuyo fraseo y resonancias entusiasmaban a José, por su dimensión órfica en el plano del lenguaje y su bien lograda perspectiva política. El autor del poema era Bernardo Rafael Álvarez, quien reaparecía por los predios literarios con esa entrega que –por supuesto- salió en uno de los números de Tarea en esa época y es la composición que abre Dispersión de cuervos segundo libro suyo publicado recién en 1999.
Aparte de unos textos publicados en La tortuga ecuestre Álvarez se había borrado del panorama desde circa 1974. En los días de K circuló un poco por el Wony del jirón Belén, pero luego vuelve a desaparecer por casi todos los años 80. Y ya en los 90s otra vez lo encontramos en la bohemia de Quilca. ( Killka con agua de luz o luz líquida de cebada –dice en un verso del libro que motiva esta nota introductoria). Me contó que había formado familia y se había ido a vivir –y a luchar- a Cantogrande (Dos en el paraíso del canto grande reza otro verso). Para mí –en lo personal- fue una gran satisfacción volver a ver al viejo amigo de los poéticos y juveniles inicios. Y entonces retomamos la primera conversación y vendrían las infinitas noches eternas de Las Rejas, Bar de los Recuerdos, Chino Felix, Cholo Tino, Salinas & Marina, Mamani Pub, Galileo, Camaná, Las Pancitas, Rocola, Don Lucho, China Sarita, el estelar Queirolo y al final El Averno. Recuerdo especialmente los días de mediados de la década cuando con Carlos Jallo y Teófilo Gutiérrez lanzamos el único y solitario número de Killka Blues y Bernardo era uno de los más entusiastas colaboradores. Como quedó dicho, en 1999 lanzó Dispersión de cuervos cuyo lenguaje parece ser una antesala de la obra que ahora nos ocupa.
Foto; Armand, En la Foto: Bernardo Rafael Âlvarez en Yacana.
3
Los bajos fondos del cielo es un libro que –desde el título- nos anuncia su procedencia. Estamos ante una poética del lado sórdido y oscuro de la realidad. Pero que –simultáneamente- nos informa de una belleza contenida en él. O mejor dicho: aún en el cielo (en la paradisíaca belleza) hay bajos fondos, miseria, lugares difíciles, turbios, lumpen. Y más claro todavía: aquellos terribles sitios son también hermosos o pueden serlo a través del ojo y la sensibilidad del poeta: Dentro del hedor / También mora la luz afirma. Y es que desde Baudelaire –como lo explica muy bien Hugo Friederick en su notable Estructura de la lírica moderna- ya no sólo lo aparencialmente bello puede ser sujeto de la poesía, sino hasta lo más feo, bajo, degradado e incluso repulsivo (la famosa carroña baudeleriana) serán dignas de la transformación poética. Este cambio de conceptualización revolucionó la poesía de Occidente y abrió un extraordinario cauce para su desarrollo hasta las Vanguardias europeas y latinoamericanas, así como el Modernism y la New Poetry anglo-sajonas. Y por supuesto el Conversacionalismo hispanoamericano. En esta magnífica tradición se sitúa la obra de Bernardo Rafael Álvarez, un poeta peruano nacido en los Andes ( olor a romero en la iglesia de San Juan Bautista de Pallasca ) cuya migración a Lima, la horrible, lo enfrentará a una salvaje lucha por la vida, en la que primeramente tendrá que conquistar un lugar para él y los suyos: Para asegurar la posesión de mi territorio y lo orino –como el can callejero- y tenga que comer pan crudo pan crudo pan crudo crudote –así con esa voz coloquial- aunque luego nos diga con la convicción de un poeta post-moderno: En realidad yo no pertenezco a nada.
Más allá de la intertextualidad vallejiana o martínadanesca –presentes en el libro- la voz de Álvarez se alza en medio de un mundo en estado descomposición Como agua clara / Desde las alcantarillas y construye imágenes mixtas, es decir, tomadas de la realidad o de la literatura pero fusionadas en un nuevo sentido poético, por ejemplo veamos estas adjetivaciones: bodega adiposa o Maldoror grotesco y este verso que es todo un planteamiento la utopía que no es una isla / ni un pedazo de pan o la rosa de teoría (que es la de Adán en este caso) o la plasmación mística Santa Rosita y sus tormentos zumbando en una gota de rocío. Así este lenguaje deviene crítica del entorno contradictorio: En este país / Cóncavo / Cinerario / Candoroso en el cual el poeta llega a decir Y trino / Como ave descuajeringada / Mientras la ciudad excreta / Los rigores de la sociología y los gobiernos. Es decir, una alta conciencia pública e intelectual monitorea los poemas, pero es una que lo afecta en lo personal: Nada me pertenece / excepto la llaga de la experiencia, y a pesar de la dura costra de la vida cotidiana ya que nos constata Tengo el alma de piedra pómez.
Como la de toda la generación crecida por los días de la inmolación del Che Guevara en Bolivia (1967) y antes de la caída del muro de Berlín, la sensibilidad de Álvarez es de izquierda, pero con un matiz particular: mi marxismo sensorial dice el poeta y frente a la realidad nos espeta sin remilgos Agg puf plaf un eructo significando que a veces no nos queda sino un gesto de asco o una interjección y entonces la poesía se convierte en el libelo del repudio / O la belleza de las vísceras. Eso es, poesía visceral, descarnada, testimonio del caos y la putrefacción social, mental y cultural, desde donde se levanta una contrapoética que está contra toda poética, es decir por la creación de una nueva música verbal, quizá embarrada. Así entendemos que el poeta nos informe de su propio ismo denominado Acaso sucielismo y nos alcance este verso de neto corte expresionista: Una sudorosa sonata canta el carro / De la Baja Policía.
Hay un poema específico sobre el que queremos llamar la atención. Se trata del texto De la Divina Hoguera por su excelente confección y la verdad que transmite. A partir de su aparente e impactante apología al mal: Mi demonio no es el de Sócrates ni el de Baudelaire (aunque sí lo es como vimos al principio del punto 3 de esta nota) la dicción discurre en un muy bien conseguido ritmo hasta una desgarradora verificación, su diablo le ha enseñado al poeta a lamentarme por haber nacido / y ser la carne corrupta de ningún poema. Drástica negación de la poesía y elogio de ella misma. Más adelante nos queda claro: Es mi resurrección e indulgencia / La Palabra. Y en medio de ceviche y chanfainita y de los sueños viajando en combi está el afecto: nuestra mirada se cuartea lánguida y sin malicia en el amor. Ya sea por la ternura de un vástago: He visto la sonrisa de mi hijo menor / Irreversible nutricia solar o por la amada compañera: Echo raíces sobre el asfalto / A ver si sobrevivo al fulgor de tu sonrisa.
Llegamos a la parte final del poemario, titulada Cielo Raso donde quizá la violencia verbal se suaviza un tanto, a pesar del autoreconocimiento de lo que podríamos llamar nuestro ser nacional: En la raíz tuberosa de la conciencia retorcida leemos en uno de los cuatro poemas que la conforman. Y para que no quede ninguna duda de su firme adhesión a la poesía –a despecho de la contra-poética- el poeta nos entrega una especie de Ars Poeticae con resonancias de wayno andino: manzana mía / manzana mía y en donde declara enfático y escrito en peruano: Pero mi obsesión eres tú / Poesía desnuda Poesía calata. ¿Para qué más?
No dudamos que con este nuevo libro Bernardo Rafael Álvarez se sitúa en un avanzado paso del desarrollo del lenguaje de Hora Zero -y por eso la caracterización que hicimos al comienzo de estas páginas- dentro del concierto de la poesía peruana que nació hacia 1970 y se prolonga hasta nuestros días. 2 + Bernardo.
[Roger Santiváñez. Orillas del río Cooper, 4 de enero de 2007].
Los bajos fondos del cielo es un libro que –desde el título- nos anuncia su procedencia. Estamos ante una poética del lado sórdido y oscuro de la realidad. Pero que –simultáneamente- nos informa de una belleza contenida en él. O mejor dicho: aún en el cielo (en la paradisíaca belleza) hay bajos fondos, miseria, lugares difíciles, turbios, lumpen. Y más claro todavía: aquellos terribles sitios son también hermosos o pueden serlo a través del ojo y la sensibilidad del poeta: Dentro del hedor / También mora la luz afirma. Y es que desde Baudelaire –como lo explica muy bien Hugo Friederick en su notable Estructura de la lírica moderna- ya no sólo lo aparencialmente bello puede ser sujeto de la poesía, sino hasta lo más feo, bajo, degradado e incluso repulsivo (la famosa carroña baudeleriana) serán dignas de la transformación poética. Este cambio de conceptualización revolucionó la poesía de Occidente y abrió un extraordinario cauce para su desarrollo hasta las Vanguardias europeas y latinoamericanas, así como el Modernism y la New Poetry anglo-sajonas. Y por supuesto el Conversacionalismo hispanoamericano. En esta magnífica tradición se sitúa la obra de Bernardo Rafael Álvarez, un poeta peruano nacido en los Andes ( olor a romero en la iglesia de San Juan Bautista de Pallasca ) cuya migración a Lima, la horrible, lo enfrentará a una salvaje lucha por la vida, en la que primeramente tendrá que conquistar un lugar para él y los suyos: Para asegurar la posesión de mi territorio y lo orino –como el can callejero- y tenga que comer pan crudo pan crudo pan crudo crudote –así con esa voz coloquial- aunque luego nos diga con la convicción de un poeta post-moderno: En realidad yo no pertenezco a nada.
Más allá de la intertextualidad vallejiana o martínadanesca –presentes en el libro- la voz de Álvarez se alza en medio de un mundo en estado descomposición Como agua clara / Desde las alcantarillas y construye imágenes mixtas, es decir, tomadas de la realidad o de la literatura pero fusionadas en un nuevo sentido poético, por ejemplo veamos estas adjetivaciones: bodega adiposa o Maldoror grotesco y este verso que es todo un planteamiento la utopía que no es una isla / ni un pedazo de pan o la rosa de teoría (que es la de Adán en este caso) o la plasmación mística Santa Rosita y sus tormentos zumbando en una gota de rocío. Así este lenguaje deviene crítica del entorno contradictorio: En este país / Cóncavo / Cinerario / Candoroso en el cual el poeta llega a decir Y trino / Como ave descuajeringada / Mientras la ciudad excreta / Los rigores de la sociología y los gobiernos. Es decir, una alta conciencia pública e intelectual monitorea los poemas, pero es una que lo afecta en lo personal: Nada me pertenece / excepto la llaga de la experiencia, y a pesar de la dura costra de la vida cotidiana ya que nos constata Tengo el alma de piedra pómez.
Como la de toda la generación crecida por los días de la inmolación del Che Guevara en Bolivia (1967) y antes de la caída del muro de Berlín, la sensibilidad de Álvarez es de izquierda, pero con un matiz particular: mi marxismo sensorial dice el poeta y frente a la realidad nos espeta sin remilgos Agg puf plaf un eructo significando que a veces no nos queda sino un gesto de asco o una interjección y entonces la poesía se convierte en el libelo del repudio / O la belleza de las vísceras. Eso es, poesía visceral, descarnada, testimonio del caos y la putrefacción social, mental y cultural, desde donde se levanta una contrapoética que está contra toda poética, es decir por la creación de una nueva música verbal, quizá embarrada. Así entendemos que el poeta nos informe de su propio ismo denominado Acaso sucielismo y nos alcance este verso de neto corte expresionista: Una sudorosa sonata canta el carro / De la Baja Policía.
Hay un poema específico sobre el que queremos llamar la atención. Se trata del texto De la Divina Hoguera por su excelente confección y la verdad que transmite. A partir de su aparente e impactante apología al mal: Mi demonio no es el de Sócrates ni el de Baudelaire (aunque sí lo es como vimos al principio del punto 3 de esta nota) la dicción discurre en un muy bien conseguido ritmo hasta una desgarradora verificación, su diablo le ha enseñado al poeta a lamentarme por haber nacido / y ser la carne corrupta de ningún poema. Drástica negación de la poesía y elogio de ella misma. Más adelante nos queda claro: Es mi resurrección e indulgencia / La Palabra. Y en medio de ceviche y chanfainita y de los sueños viajando en combi está el afecto: nuestra mirada se cuartea lánguida y sin malicia en el amor. Ya sea por la ternura de un vástago: He visto la sonrisa de mi hijo menor / Irreversible nutricia solar o por la amada compañera: Echo raíces sobre el asfalto / A ver si sobrevivo al fulgor de tu sonrisa.
Llegamos a la parte final del poemario, titulada Cielo Raso donde quizá la violencia verbal se suaviza un tanto, a pesar del autoreconocimiento de lo que podríamos llamar nuestro ser nacional: En la raíz tuberosa de la conciencia retorcida leemos en uno de los cuatro poemas que la conforman. Y para que no quede ninguna duda de su firme adhesión a la poesía –a despecho de la contra-poética- el poeta nos entrega una especie de Ars Poeticae con resonancias de wayno andino: manzana mía / manzana mía y en donde declara enfático y escrito en peruano: Pero mi obsesión eres tú / Poesía desnuda Poesía calata. ¿Para qué más?
No dudamos que con este nuevo libro Bernardo Rafael Álvarez se sitúa en un avanzado paso del desarrollo del lenguaje de Hora Zero -y por eso la caracterización que hicimos al comienzo de estas páginas- dentro del concierto de la poesía peruana que nació hacia 1970 y se prolonga hasta nuestros días. 2 + Bernardo.
[Roger Santiváñez. Orillas del río Cooper, 4 de enero de 2007].
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