VISITA
DE MEDICO EN MARRUECOS / ARMANDO ARTEAGA
Una vieja desdentada y ñoña
es ahora la inmaculada escritura
de la gente que camina por estas calles
de este pueblo Marakoet, sin asfalto, rural
y con una iglesia estupenda en la misma
plaza
donde anidan palomas en los arquitrabes
de su fachada llena de tiempo ido y de
penurias.
En este escenario de vagas reminiscencias
una mujer vestida de negro y con velo, católica
pasa por mi costado con un ramo de flores
amarillas
Amarillo es el otoño que empieza a fenecer
con las caídas de las hojas de los árboles.
La tarde está arruinada y el único poeta de
este pueblo
Tiene una magnífica casa cerca del
cementerio.
Al que miro venir por la ventana a través
del patio
mientras enciendo un cigarrillo negro.
El poeta era un hombre de cierta fama, alto
e increíblemente, delgado.
Como el cigarro mío que se acababa.
Era un poeta, a carta cabal. Un hombre bueno.
Vestía un traje negro, sombrero, bufanda.
Sus ojos, de águila, turban
a cualquier comerciante, inexperto, de la
palabra.
Hablamos de política y de poesía. Bebimos un par de whiskies
escoceses y picamos aceitunas.
Me dedicó
su último libro y yo le obsequié
el mío.
Nos despedimos. La tarde estaba en
muere. Chévere,
pajita y pulenta, -como dicen en Lima-.
Y yo tenía que olvidarme de este pueblo
Y también de este poeta beat
famoso
que había decidido
morir
en este pueblo (sin aceleración moderna y
sin teléfono).
Volví a ser parte de la gente inconclusa
que camina por estas calles.